viernes, 10 de julio de 2020

Edilberto Aldán



Edilberto Aldán (Ciudad de México, octubre de 1970). He sido burócrata, reportero, corrector, amante, editor, novio, coordinador de talleres literarios, esposo, promotor cultural, incluso vendedor de closets; ante muchos, primero soy el papá de Ulises Arcángel.
Mi verdadera vocación es la de lector, he trabajado en el sector público y en varios medios de comunicación, actualmente soy el director editorial de LJA.MX
Estudié en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Autor de los libros de cuentos Viejos fantasmas con nombre (Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos. ICA, 2002), rápidas variaciones de naturaleza desconocida (Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, 2010), Fulgores breves de largo insomnio (Premio Nacional de Cuento Corto. Bienal de Literatura de Yucatán, Ficticia 2011) y Pequeñas y fugaces memorias (IMAC, 2016).



Ciclo

Del momento final esperaba el torrente de imágenes que resumiría su vida, una fugaz selección de las horas intensas y los seres queridos. Le sorprendió que fuera una sola escena perfecta, la de su recuerdo más feliz.
Setenta veces siete se abandonó al placer de la contemplación. Nada sucedía, excepto la visión cíclica de ese momento único al que comenzó a cuestionar, al que miraba ya con ojo crítico.
Hastiado, comprendió: la repetición infinita de la imagen era apenas el principio, le había sido negada la entrada al cielo.


Voz

Ahora es mi turno. Le entrego a un muerto por cada ocasión en que desestimó mis llamados, la cabeza de un enemigo por las veces que pedí su ayuda y me devolvió silencio.
Cabalgo entre hileras descompuestas de hombres sin valor que intentan huir de mi espada, que oscila apenas entre un golpe mortal y otro, que no se detiene ante los gritos de clemencia.
Una voz ocurre en mi cabeza y ruega que no siga, que me detenga. No la atiendo. Esta es mi ofrenda, que Dios sienta lo mismo que yo cuando le rezaba.


Giro

Se reconocieron de inmediato: se habían soñado. Sin mediar palabras descubrieron en el otro el sentido del deseo con el que despertaban continuamente.
Comprendieron que la felicidad sí está a la vuelta de la esquina. Aceleraron el paso, en dirección contraria, temerosos de que los alcanzara.


Centro

Siempre intuyó que era especial. Pensaba que el precario equilibrio del mundo lo tenía como fiel de la balanza, que la conservación de esa maquinaria estaba subordinada a su vida. Ahora sabe que no se equivocó.
Suave se disuelve la armonía secreta que une todos los puntos; las pastillas comienzan a surtir efecto. Lo último que escucha es el latido con que se apaga su corazón y el mundo deja de existir.


Burócrata

Escribe ocho horas diarias con el rostro pegado a la superficie del papel. Los dedos, una pinza en la punta del lápiz que se desliza sobre las hojas. Absorto en la creación de mundos que le permiten imaginar uno mejor.
Escribe obras perfectas, crea personajes tridimensionales, complica tramas sin perder la tensión, mantiene el suspenso mientras multiplica los conflictos y los resuelve con habilidad. Durante las horas de oficina sólo le importa parecer ocupado, se esconde en el pequeño cubículo que le destinaron hace muchos años y espera nadie recuerde. Escribe para cruzar por el aburrimiento sin despeñarse en la locura.
Los viernes, a la hora de la salida, toma el trabajo de la semana, el prodigio de su prosa, y arroja las cuartillas al bote de basura. Suspira aliviado.

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