jueves, 21 de agosto de 2014

Isis Estrada


Isis Estrada. Terapeuta, coreógrafa y escritora, cuenta con más de 20 años de experiencia profesional en los ámbitos de la danza, el teatro y la literatura. Cursó licenciatura en danza en University of Minnesota, de los Estados Unidos de América, y maestría en Psicología Clínica, avalada por la Universidad Antonio de Nebrija de España. Desde edad temprana publica poemas y cuentos en diversos periódicos de su natal Acapulco, Gro. Recibe el premio "Many Voices Award" del Centro de Dramaturgos de Minnesota, E.U.A. (1996) y una mención al mérito en el Primer Concurso Internacional de Poesía Lincoln-Martí, de Miami, E.U.A. (2002).

En la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, impartió talleres de creación literaria y co-dirigió la revista cultural Espíritu Universitario (2006-2008).
Libros: Poemas residuales, Crónicas índigo, Poemas fugitivos, así como dos obras de teatro: Frida: coreodrama holista y Macehualli. Actualmente se dedica a la práctica psicoterapéutica en su consultorio privado, así como a concretar diversos proyectos literarios.




Corazón-Curazón


Para Angelina fue muy difícil retomar su vida con normalidad después de que le hicieran trizas el corazón. Cuando se ejercitaba, los pedazos de corazón reaccionaban de manera distinta y unos se cansaban primero más que otros. Cuando miraba una película de terror, los trozos cardiacos rebotaban entre sí de forma incontrolada. Y, si se ponía nerviosa, los cachitos le repercutían como parte de una marimba desquiciante.

            Pero su molestia visceral encontró cura al conocer a Pedro —a quien, por cierto, también le habían hecho añicos el corazón. En el momento del primer abrazo, ambos sintieron cómo sus trocitos de corazón se iban relajando, reconociendo, fundiendo entre sí, y formando un nuevo corazón, quizás más precavido y temeroso, pero corazón latiendo entero otra vez, por fin.



 Libertades líquidas


Hace unos días,  nomás por variar, me tomé unas libertades. Algunas me las bebí de golpe, pero otras, las fui saboreando sorbo a sorbo. Una vez saciada mi sed de albedrío, sentí que de mi cuerpo surgían espontáneos los gestos, que de mi boca escapaban palabras irrefrenables, y que mi mente formulaba ideas indómitas. Libertad embotellada, denominación de origen, se leía en la etiqueta. Y aquél  bar hervía de acróbatas, locos, poetas y pájaros, mientras afuera, la muchedumbre —seca de la garganta hasta el tuétano— se agolpaba en la vidriera para mirar azorada el espectáculo.



Tiempo


José malgastó tanto su tiempo que se quedó sin nada. Desde entonces, su vida se convirtió en una foto fija: árboles que no marchitan sus ramas, ríos inertes, pájaros suspendidos fijos en el aire. Ya no envejece ni él ni nada, pero se muere todo, poco a poco e inmóvil, de tedio.



Angustia


Paolo abrió los ojos, y le sorprendió no sentir, por primera vez en muchos años, angustia. Parecía increíble que, después de tantos doctores y psicólogos, después de tanto dinero invertido buscando una cura para su ansiedad,  hubiera logrado desprenderse de ella así, de una forma inesperada y gratuita. Cero angustia, cero miedo irracional; nada, nada sino una inexplicable calma.

            Se levantó de la cama, y algo le hizo voltear a mirar las sábanas. Pero no sintió nada, estaba bien curado de espanto cuando descubrió su propio rostro mirándole desde su cadáver de mirada fija, con la angustia desfigurándole la cara. 



La llamada


Sonó el teléfono, y Adán despertó sobresaltado. A las cinco de la mañana sólo podían ser dos cosas: una emergencia o número equivocado. “¿Aló?” preguntó temiendo lo peor. Después de un breve silencio, un borrachín le contestó encrespado: “Dígame de inmediato su edad, señor, para saber si llegando a casa tengo que echarle pleito a mi hija, a mi esposa, o a mi madre.”
Adán colgó sin sacar de su error al embriagado. Después de todo, quién le manda equivocarse de número a esas horas de la madrugada.



1 comentario:

Braulio dijo...

Muy buenos cuentos. Gracias.