domingo, 30 de enero de 2011

Laura Elisa Vizcaíno Mosqueda


Laura Elisa Vizcaíno Mosqueda nace en 1984 en México, Distrito Federal. Es licenciada en Literatura Latinoamericana por la Universidad Iberoamericana, realizó su maestría en Letras Mexicanas en la Universidad Nacional Autónoma de México, y cursó una estancia de investigación en la Universidad de Buenos Aires. Publicó el libro Brevextos a cargo de Raúl Renán y la Universidad Iberoamericana, distintas minificciones en los blogs Ficción mínima, Químicamente impuro, Ráfagas parpadeos y en Letras de Chile, así como en las revistas Textofilia, Asfáltica, Río Grande Review, Plesiosaurio y Cuadrivio. Algunas de sus minificciones han sido publicadas en las antologías Grageas 2 y Los comprimidos memorables del siglo XXI. Ha participado en distintos congresos de minificción en Chile, Argentina, Bogotá y México. Actualmente es tallerista en el taller virtual de Ficticia y asistente editorial en la Subdirección de Publicaciones de CONACULTA.



Cobardía

A pesar de haber muerto hace siete años mi abuelita apareció en una reunión familiar. Todos la recibimos con gusto y, como un acuerdo implícito, nadie mencionó su condición de muerta, para no molestarla.
La velada transcurrió cómodamente, pero, al despedirnos, ninguno de nosotros se ofreció a llevarla.


Pura vanidad

Cuando desperté él ya estaba encima de mí, tomándome con sus manos callosas, restregándome contra el estiércol del piso, infectándome de su aliento a pescado. Traté de defenderme jalando sus cabellos y lo único que logré fue llenarme los dedos de algo pegajoso. Él intentaba sujetarme la cara mientras yo olía el sudor de sus axilas. Al morder mis labios y simular un beso, había algo más que saliva en esa boca, como trozos de pellejos y semillas, un sabor agrio, mezcla de las secreciones que me obligaba a probar. Cuando sentí todo el bulto de mugre dentro de mí, ya no pude hacer nada. Volteé a ver las ratas que me habían estado rodeando desde el principio y las envidié profundamente.


Vida pública

Nació en un mercado, se divirtió oliendo a la gente del metro, su lugar favorito eran los baños, conoció todos los restaurantes y tomó el sol en sesenta y dos parques. Se sentía tan popular que con mucha seguridad entró a la casa más alumbrada de la zona. Y de repente ¡zaz! el matamoscas le aplaudió su fama.


Contacto: vizcainomosqueda@hotmail.com

viernes, 28 de enero de 2011

Nellie Campobello (1900-1986)


Para muchos estudiosos, Cartucho de Nellie Campobello, es un antecedente directo de Juan Rulfo en Pedro Páramo. Sus frases, elípticas, de trato constante con el silencio, a veces casi imposiblemente breves, con metáforas súbitas donde la naturaleza humana deja de oponerse a la naturaleza. También la fragmentación de la historia es una de sus características. A cambio de describir las batallas o episodios extensos de los guerreros, Nellie, delinea los momentos más intensos, el anonimato popular y la transparencia literaria a manera de “tarjetas”. Parecería que a principios del siglo pasado Campobello era consciente de lo que ahora llamamos minificción y fractalidad, y no sólo de su esencia.
María Francisca Moya Luna (su verdadero nombre) nació con el siglo en Villa Ocampo, Durango; tras vivir en Parral y Chihuahua se muda a la Ciudad de México en 1923. Estudia Danza. Publica su primer libro de poemas y conoce a Martín Luis Guzmán con quien posteriormente tendría una intensa relación sentimental. En 1930 en la Habana conoce a Federico García Lorca; desde esa época es maestra de ballet en la escuela Nacional de Danza y aparece la primera edición de Cartucho. En l983 se presenta por última vez en público. Sus últimos años de vida acontecen entre nubarrones dignos de una serie policial al ser aparentemente secuestrada por las personas que la asistían, y que la mantienen oculta en Progreso de Obregón, Hidalgo, hasta su muerte, ocurrida también sin datos precisos.



Cuatro soldados sin 30-30

Y pasaba todos los días, flaco, mal vestido, era un soldado. Se hizo mi amigo porque un día nuestras sonrisas fueron iguales. Le enseñé mis muñecas, él sonreía, había hambre en su risa, yo pensé que si le regalaba unas gorditas de harina haría muy bien. Al otro día, cuando él pasaba al cerro, le ofrecí las gordas; su cuerpo flaco sonrió y sus labios pálidos se elasticaron con un “yo me llamo Rafael, soy trompeta del cerro de La Iguana”. Apretó la servilleta contra su estómago helado y se fue; parecía por detrás un espantapájaros; me dio risa y pensé que llevaba los pantalones de un muerto.
Hubo un combate de tres días en Parral; se combatía mucho.
“Traen un muerto ―dijeron―, el único que hubo en el cerro de La Iguana”. En una camilla de ramas de álamo pasó frente a mi casa; lo llevaban cuatro soldados. Me quedé sin voz, con los ojos abiertos, sufrí tanto, se lo llevaban, tenía unos balazos, vi su pantalón, hoy sí era el de un muerto.


Las sandías

Mamá dijo que aquel día empezó el sol a quemar desde temprana hora. Ella iba para Juárez. Los soles del Norte son fuertes, los dicen las caras curtidas y quebradas de sus hombres. Una columna de jinetes avanzaba por aquellos llanos. Entre Chihuahua y Juárez no había agua; ellos tenían sed, se fueron acercando a la vía. El tren que viene de México a Juárez carga sandías en Santa Rosalía; el general Villa lo supo y se lo dijo a sus hombres; iban a detenerlo; tenía sed, necesitaban las sandías. Así fue como llegaron hasta la vía y, al grito de ¡Viva Villa!, detuvieron los convoyes. Villa les gritó a sus muchachos: “Bajen hasta la última sandilla, y que se vaya el tren”. Todo el pasaje se quedó sorprendido al saber que aquellos hombres no querían otra cosa.
La marcha siguió, yo creo que la cola del tren, con sus pequeños balanceos, se hizo un punto en el desierto. Los villistas se quedarían muy contentos, cada uno abrazaba su sandía.


El cigarro de Samuel

Samuel Tamayo le tenía vergüenza a la gente. No lo hacían comer delante de nadie. Cuando hablaba, se ponía encendido, bajaba los ojos y se miraba los pies y las manos. No hablaba. Cuenta Betita que siempre se iba a comer a la cocina. El general Villa no lograba hacer que se le quitara la timidez. “Entre hombres no es así ―le decía el general a Betita―; si lo vieras, hijita, pelea como un verdadero soldado. Yo quiero tanto a Samuel; cuando andábamos en la sierra, cuando cruzamos Mapimí, muertos de hambre y de sed, este muchacho, hijita, tan vergonzoso como tú lo miras, venía y me daba pedacitos de tortilla dura que me guardaba en los tientos de su silla. Me cuidaba como si fuera yo su padre. Mucho quiero a Samuel. Por eso te lo encargo.”
Un día Samuel, aquel muchacho tímido, se quedó dormido dentro de un automóvil; Villa y Trillo también se quedaron allí, dormidos para siempre. Cosidos a balazos. Samuel iba en el asiento de atrás, ni siquiera cambió de postura. El rifle entre las piernas, el cigarro en la mano, sólo ladeó la cabeza.
Yo creo que a él le dio mucho gusto morir, ya no volvería a tener vergüenza. No sufriría más frente a la gente. Abrazó las balas y las retuvo. Así lo hubiera hecho con una novia. El cigarro siguió encendido entre sus dedos vacíos de vida.

miércoles, 26 de enero de 2011

Isaí Moreno


Isaí Moreno (México, D.F., 1967). Es novelista y posee formación en matemáticas por la Universidad Autónoma Metropolitana y literatura por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus novelas publicadas son Pisot (Ed. Lectorum, premio Juan Rulfo para Primera Novela) y Adicción (Planeta-Joaquín Mortiz). Es profesor de la carrera de Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Colaboraciones suyas se encuentran en diarios y revistas como La Jornada, Cuaderno Salmón, La Tempestad y Nexos. También practica la fotografía y parte de su obra ha ilustrado libros y carteles publicitarios. En la actualidad prepara su tercera novela y un libro de cuentos. Administra el blog Orange Road del sitio de Blogger.



(Sin título)

Con las alas de cera derretidas, Ícaro, quien volaba directo al sol, quedó en órbita alrededor del astro. Cae para siempre.


(Sin título)

A la mitad de su existencia, Dante no supo si considerar su vida medio llena o medio vacía.


Relatividad
—¿Cuál es su secreto para conservarse mejor que sus contemporáneos?
—Todas las noches sueño a la velocidad de la luz.


Fotografía: Agustín Martínez

Rubén García García


Soy médico egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Aturdido por el paisaje, escribo los primeros garabatos en la adolescencia. Pero es después del año dos mil, cuando intento aprender la caligrafía de las consonantes. Así nacieron las brevedades que después de haber pasado por varios escalpelos, quedaron más  por consideración, que por calidad. Aclaro que si bien es cierto que las enfermedades crónicas me persiguen, mi prosa es joven ―una década en la vida de un escritor es un instante― y tiene dos atributos: bisoña y lerda. Si dicen que es ingeniosa,  mesurada y rítmica, me desligo. Nací en Álamo, Veracruz, en 1946, pero he vivido siempre en la ciudad de Poza Rica.



El gen

Sintió la presencia de otro ser similar y aprovechando una contracción puso el cordón alrededor de su cuello. Después de la cesárea, sólo uno de los gemelos lloró.


La oveja negra

Una noche, entre los susurros del acondicionador de aire, le llegó la pretensión. Desde entonces no olvidó el sueño y ahora, justo para cumplir los cuarenta años, él abría las ventanas de su vida. Era bella, de trato claro y amada por todos; su esposo, un varón que se movía en el ambiente social con sensibilidad y cordura. Habían procreado dos hijos que semejaban esplendidez. En su linaje no cabían protuberancias y oquedades. Ella anhelaba lo que en otras cunas sobraba. Deseaba una oveja negra.
Aunque tenía confianza con su esposo, guardó el secreto como parte de su nicho. Poco a poco el deseo adquirió una cuenta de susurros que aparecían como palomas sobre el cielo de su mente. Se vestía menos formal y dejó de asistir a la ópera, para volver la cara hacia expresiones más populares. No era raro verla en funciones donde se daban conciertos de jazz o bien ritmos afro caribeños. Su esposo, fiel acompañante, se extrañaba de los cambios, pero los atribuyó a los vaivenes que las mujeres tienen. Otras veces acudía a lugares donde un saxofón herido dejaba caer las notas en la penumbra.
Ella seguía siendo la mujer transparente y dadivosa con sus semejantes y con su esposo, la mujer apasionada; pero el silencio lo sustituyó por solos de trompeta, y la media luz por la oscuridad. El cónyuge se daba cuenta de su transformación, mas ella lo realizaba con la naturalidad de haberlo hecho miles de veces. Así la amaba, el disfrute de ella, era también el de él y optó por guardar silencio. Su tez láctea contrastaba con los tonos ciegos y los vestidos amplios le daban un aire a la cadera que bamboleaba como lo hacen las cañas de azúcar cuando las mueve el viento. Se aficionó a las comidas sencillas y degustó el sabor del arroz y del banano.
Una madrugada, llegó una ambulancia hasta su residencia. En el servicio de urgencia no dudaron en intervenirla. Su marido sorprendido, veía al lado de ella un vástago; ella, hinchada del corazón, acariciaba maternal a su oveja negra.


Lágrimas negras

La mañana es húmeda y fría. Hace quince noches que la lluvia pertinaz se escurre por las callejuelas del pueblo ahogando los campos sembrados de papa. En la aridez, los viejos soplan sus manos para calentar el pulpejo de los dedos. Las nubes, percudidas de sombra presagian que el mal tiempo seguirá.
Los pobladores oran, y el murmullo busca un trozo de cielo dónde asirse; mas las gotas lo devuelven a la tierra.
Cuatro espectros montados en escuálidos caballos bajan de la serranía y las madres, desesperadas, abrazan el cuerpo de los niños. ¡Lloran sin lágrimas para no mojar más la tierra!


El desierto y la montaña

Después del gran estallido siguió el de las ametralladoras con sus accesos de muerte. Luego hubo un silencio hiriente, frío, que ocupó el espacio de las almas; vino el sollozo y las lágrimas rodaban calientes por el pómulo saliente y polvoso. Gritos de muerte cabalgaban en aquellas tierras de oración y fe. Y entre el desierto y la montaña, incrédulos, se miraban Mahoma y Moisés.


Huevos de pulga

Les dijo que se iría del circo porque su vocación eran las matemáticas.
La recordarían años después como la pulga negra de la familia.


Sitio web: Blog de sendero

Diana Raquel Hernández Meza


Nací en 1985, veintidós días antes del terremoto que cambió para siempre la fisionomía y la vida de la Ciudad de México. Sin ser consciente entonces de este hecho, es el mejor pretexto que tengo para tratar de explicar la compleja interrelación que existe entre esta monstrua y sus habitantes, yo incluida. Muy temprano me aficioné a la lectura y a la ópera; un poco después, a la escritura y la fotografía, cuatro pasiones que comparto indistintamente con la medicina. Durante mi paso por la Escuela Nacional Preparatoria número 8 participé en un taller de creación literaria. El resultado de aquella experiencia fue una publicación impresa (Los adolescentes escriben II, Universidad Nacional Autónoma de México, 2003) en la que colaboré con cuatro textos. Actualmente formo parte de Médicos mexicanos por la cultura y el arte y administro el sitio Sirena varada. Un micro mío aparece en El libro de los seres no imaginarios (Minibichario) (Ficticia Editorial, 2012). Allí todos somos como el sueño aquel en que a Casona se le ocurrió que Ricardo conocería y se enamoraría de Sirena, dando paso a la realidad.




Diluvio

Sólo necesito un día más de llanto y lo habré superado, se dijo Dios.



Celos

Suena el teléfono. Ella contesta.
―Sí, estoy con él.



El Beso


―El último de la noche, amada mía ―dijo él.

Acto seguido, el féretro fue sellado.



Amanecer


Anoche, la marea subió y perdí toda orientación. A mi alrededor todos hablan; escucho a los pescadores acercándose. No puedo abrir los ojos; siento tirones por todas partes. Tal vez sea una pesadilla: no tenía contemplado despertar en una pecera.




Objetos


Debo decir que todo comenzó con una serie de sucesos extraños: la desaparición de un calcetín, quedando únicamente su par; mi pluma favorita se perdía sin razón, pero al paso de unos días regresaba a su lugar. En el trabajo, no encontraba mi bata en el estante, del que solo yo tenía llave; los anillos de matrimonio recién reemplazados, también decidieron rodar por su cuenta.
Ahora debo andar por ahí.


Sitio web: Sirena varada

martes, 25 de enero de 2011

Francisco Morales Hoil



Francisco Morales Hoil es egresado de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Facultad de Letras Españolas en la Universidad Veracruzana. De 2007 a 2009 fue miembro del Consejo de Redacción de la Coordinación para la Difusión de la Secretaría de Educación de Veracruz. Ha sido en dos ocasiones jurado del Concurso de Cuento y Leyenda convocado por el Gobierno del Estado de Veracruz. Ha publicado textos de creación en diversos medios de circulación regional y nacional, como lo son la antología Neblinenses y las revistas Tráfagos y Lenguaraz. Recientemente fue becario por segunda ocasión del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Tabasco mediante el Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico que promueve CONACULTA en los estados.


Lunar rojo

Hace pocos meses descubrí al bañarme mi primer lunar rojo. Está un poco abajo del hombro derecho. Ahora es pequeño, casi imperceptible, pero dada la manera en que estos lunares se han desarrollado en mi madre y en mi abuela, es fácil prever su evolución y saber que, si llego a ser viejo, tendré ahí un lunar, rojo como la granada, del tamaño de una cabeza de alfiler. Mis nietos, si tengo, me preguntarán qué es eso; yo les diré que no lo sé y, más tarde, cuando lo hayan olvidado, les pediré que me ayuden a buscar mi alfiler rojo favorito, pues lo he perdido.


Llaves

Lo único peor que volver a tu departamento y, tras buscar las llaves un rato, pensar que de seguro las dejaste en casa de quien recién has convertido en tu exnovia, es regresar ahí y, tras un muy incómodo encuentro con su enojadísima madre, quien abre la puerta, darte cuenta de que las llaves estuvieron siempre en alguno de tus bolsillos o en tu mochila.


El sabor

Siempre me he preguntado a qué sabría ese caldo primigenio en cuyas moléculas se gestaba el milagro de la vida, esa mezcla viscosa pletórica de una especie de células madre a partir de las cuales se desarrollarían, según sus aptitudes, todos los seres que conocemos ahora. Me imagino que tendría, como se dice de todo lo demás, un ligero gusto a pollo.

Luis Gonzali


Luis Gonzali. Tampico, México, 1982. Actualmente vive en la Ciudad de México. Estudió una licenciatura en matemáticas y trabaja como Gerente de Inversiones. Escritor por imitación, pues uno de sus grandes placeres es la lectura, lo cual lo llevó a la convicción de que todo lo que vale la pena escribir ya ha sido escrito. Aun así no se amilana y escribe. Algunos de sus microcuentos han sido reconocidos en Argentina y México y forman parte de diversas antologías en internet. Publica periódicamente en su bitácora Reflexiones desde la buhardilla, la cual ha estado muy descuidada últimamente.



Ad inversus

Despertó de golpe. Sudaba. Un sabor metálico le llenaba la boca. Se levantó, se miró al espejo y vio un hilo de sangre corriéndole por la comisura del labio. ¡El sueño había sido tan real, tan vívido!
Se lavó la cara y se dirigió al trabajo. Ese día, a pesar de que fue particularmente atareado, no pudo concentrarse. Las imágenes en su cabeza se asemejaban más a un retrato fiel de la realidad que al recuerdo difuso con que se evoca un sueño: la persecución, el aroma de la sangre mezclada con el lodo, los gritos de dolor. Sólo acordarse le estremecía la piel.
El día fue largo y cansado, y cuando llegó a su casa, lo único que quería era que todo acabara. Quería dormir y, con un poco de suerte, no soñar. Por ello, tan pronto hubo cenado, se dio un baño y se metió a la cama. No tardó mucho en conciliar el sueño, y cuando logró dormirse, el dinosaurio todavía estaba allí.


Imposición

Yo sé que alguien me ha puesto aquí y me ha dado todos estos minutos para que piense. Me detengo y reflexiono. «El tiempo es circular, el destino es circular y todo lo que importa en este mundo es circular. Revivirlo todo, una y otra vez, eso es lo que vale». Reanudo la marcha. Me detengo, vuelvo a pensar. «Pero quizás la línea recta no sea tan mala: la posibilidad de no tener que visitar este punto otra vez, de ser todo y nunca repetirme». Avanzo. Me detengo. Pienso: «Quizás un balance entre ambas cosas es la visión correcta; mutar según la situación». Vuelvo a avanzar, me detengo una vez más y por octava ocasión el ciclo de ideas se repite. «Pero, que todo sea circular no es mala idea».
El tráfico y el calor están terribles. Intuyo el principio de un horrible mareo y, si sigo dando vueltas en esta glorieta sin que nadie me deje salir, voy a tener que tomar una decisión que afectará mi vida para siempre. Sólo espero que cuando tenga el valor de tomarla, esté en esa parte del camino en donde me convenzo que la línea recta es lo mejor.


La mujer que amé me ha convertido en un fantasma

A mi madre y sus fantasmas

Cansado de ser yo el que siempre se tenía que aparecer a mitad de la noche, la desperté: «¿Por qué no te apareces tú también?», le dije. Ella, todavía recostada en la cama, pálida como un reflejo distante, me veía como quien ve a un niño que no comprende nada. Se levantó y acercándose a mí, murmuró: «Despiértate mi amor, los fantasmas no sueñan», y fue entonces que desperté de golpe.
Ella, recostada a mi lado, todavía dormía en la cama, y yo... yo empezaba a desvanecerme.

lunes, 24 de enero de 2011

Richard Densmore


Soy un asiduo navegante, fanático de los libros y la lectura, no tengo favoritos porque todos son mis favoritos; me alegro de pertenecer a esta comunidad donde la imaginación se desborda en ríos interminables de fantasía... Bibliotecario de profesión, lecturadicto por pasión, escritor por afición. Soy Licenciado en Biblioteconomía por la Escuela Nacional de Biblioteconomía y Archivonomía, ingresado a Ficticia desde Febrero de 2009.



Faceblood.com

Cuando despegaron el dedo del reseco cadáver del teclado, cayeron sólo unas gotas de sangre. La pantalla aún mostraba la ventana del chat, cuya última frase escrita era "eres un vampiro"; mientras la barra de "uploading" seguía creciendo. Nadie notó el leve palpitar del cable de redes, ni que de su puerto chorreaba un hilillo rojo.


Errante

—¿Cómo, de nuevo usted por aquí? Ya se lo dije muchas veces, cuando sea su turno, lo llamaremos. Gracias y hasta luego. Fue entonces que el suicida resucitó... otra vez.


Según Eva

"Hágase la humanidad" dijo, y aparecieron el hombre y la mujer. Luego, exclamó: "Háganse sus facultades para que conquisten al mundo". Ella se volvió inteligente; él... se volvió futbolista.

domingo, 23 de enero de 2011

Elizabeth Pérez Ramírez (a) gremlin



A los gremlins les encanta el desorden, la irreverencia y la improvisación, así que un buen día de fines de 2008, sin más, este que nos ocupa decidió que sería divertido escribir. Así, de la nada. Errático como todos los gremlins, navegando encontró que existe un género al que se ha dado por llamar “minificción” y, dentro del mismo, los textos llamados “hiperbreves”. Estos le fueron como anillo al dedo, dada su naturaleza impaciente y amante de lo rápido pero inteligente y, cuando es posible, también bello.


Pierna envinada

¿Qué les diría a sus hermanos? ¿Que aparte de que Santa Claus no existe para cumplir deseos, no de traer nada, sino de llevarse a su padrastro, tampoco habría cena de Navidad? Trabajan todo el día, como lavacoches, como vendechicles y como payasitos, ¿y ni siquiera cenarían, ya no pavo o esas cosas de ricos, sino lo que fuera?
Llegó el padrastro, con una botella mediada en la mano (pagada por ella y sus hermanos, claro), y por su caminar, no era la primera. Le pasó la mano por el busto incipiente y la jaló, para hacer con ella lo que siempre había hecho desde que tenía seis años, desde que su madre huyó. Pero esa noche, estaba harta. Una rebeldía imprudente y decidida se apoderó de ella. Estaban en la cocina, y su mano se cerró sobre un objeto duro antes de que el ebrio se diera cuenta…
Esa noche cenaron pierna envinada, y Santa Claus, sin advertirlo, se llevó al padrastro en el camión de la basura.


Juegos divinos

Corre a resguardar de la llovizna la ropa casi seca. Ve que cesa la lluvia y vuelve a tenderla. De nuevo empieza a caer el agua; a recoger. Desiste a la tercera vez y deja que se empape.
Por un agujero entre las nubes, los dioses llevan la puntuación: a ver quién atina más gotas a la camisa roja.


Vacaciones

Por fin, la última función antes de alejarse unos días del circo. Está emocionado: irá a conocer el Kilauea y los otros volcanes de Hawaii. Quitándose  el disfraz de tragafuegos, el cansado dragón bosteza mientras estira las alas.


Extravíos

Decía mi abue que no debe uno dormirse con sed, pero lo olvidé. El motivo es que si el alma se levanta a tomar agua, se la puede comer un gato.
Me acordé al verlo pasar y me escondí en el primer agujero que se me apareció; el problema es que ahora no hallo mi cuerpo.


Control de Calidad

—¡Ah que m’ijo tan idiota! ¿Cuántas veces le he dicho que no todo lo que brilla es oro? ¡Apréndaselo! ¡Cuando asalte a alguno, fíjese bien! ¿Pa’qué queremos tanta mercancía pirata?


Página web: El sitio del gremlin

Juan José Arreola Zúñiga (1918-2001)



Nace en alguna parte (Zapotlán el Grande, Jalisco) del mundo que le reverencia, y en un tiempo (1918) que pudo haber sido un siglo antes o después; tal es la universalidad de su genio.
Autodidacta y maestro de la UNAM, encuadernador (entre decenas de otros oficios) estudió arte dramático. Arreola, genio verbal, hacía de la más trivial conversación una fiesta del espíritu y un monumento a la literatura, sobre todo en dramatización de las palabras, en el lado teatral que hay en todo discurso, en el paladeo de palabras. Leyendo en voz alta era tan asombroso como hablando. Para aquellos que no degustaron esos discursos, en vivo o por televisión, queda su obra escrita. Perfección de la letra, sus obras son cuidadosamente preparadas con estrategia ajedrecística (fue amante del deporte ciencia). Practicaba el cuento clásico y los textos breves y brevísimos (doxografías, cláusulas). Su obra catalogada dentro del realismo mágico se caracteriza por la elegancia, agudeza, humor y sentido armónico que linda en geometría pura obtenida de vocablos y frases.



Obra Selecta

Novela: La feria (1963).
Relato: Varia invención (1949) / Confabulario (1952) / Bestiario (1959)
Confabulario total (1962) / Palíndroma (1971) / Confabulario personal (1980).
Teatro: La hora de todos (1954).




Cláusulas

I- La mujeres toman siempre la forma del sueño que las contiene
III- Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre me despierto con las costillas intactas.


El sapo

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.


Teoría de Dulcinea

En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.
Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.


Doxografias:

Homero Santos: Los habitantes de Ficticia somos realistas. Aceptamos en principio que la liebre es un gato.

Cuento de horror: La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

sábado, 22 de enero de 2011

Augusto Monterroso (1921-2003)


Escritor guatermalteco que, por motivos políticos, estableció su residencia en  México desde 1944. Cultivó de manera genial la fábula, a la que dio un toque paródico y de humor negro. Con su famoso y multicitado texto El dinosaurio comienza la hiperbrevedad en la literatura. Entre los reconocimientos que recibió por su obra se encuentran el premio Xavier Villaurrutia en 1975, la condecoración del Águila Azteca en 1988, el premio Juan Rulfo de narrativa  en 1996 y el Príncipe de Asturias de las Letras en 2000.  Entre sus publicaciones más importantes se encuentran La oveja negra y demás fábulas (1969), Movimiento perpetuo (1972), la novela Lo demás es silencio (1978); Viaje al centro de la fábula (conversaciones, 1981); La palabra mágica (1983) y La letra e: fragmentos de un diario (1987). Reunió en el volumen Cuentos, fábulas y lo demás es silencio (1996) toda su obra de ficción. En 1998 publicó su colección de ensayos La vaca.



La tortuga y Aquiles

Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta.
En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.
En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.


La Oveja Negra

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja Negra.
            Fue fusilada.
            Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
            Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.


La Cucaracha soñadora

Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha.