sábado, 8 de abril de 2017

Asmara Gay


Asmara Gay (Ciudad de México, 1975). Es Maestra en Apreciación y Creación Literaria por el Centro de Cultura Casa Lamm, donde imparte clases, y es Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Actualmente tiene a su cargo las coordinaciones de ensayo y cuento de Nocturnario. Revista de Creación Literaria y es editora de dossier de la revista El Comité 1973. Ha obtenido algunos reconocimientos literarios, entre ellos: el primer premio del I Concurs de Microrelats Negres de La Bòbila y de RBA, en Cataluña, España (2011); el segundo lugar en el V Certamen Literario José Arrese por el cuento Do not disturb (2010), el segundo lugar en el Concurso de Poesía realizado por el Centro de Cultura Casa Lamm (2012) y el tercer lugar en el concurso especial conjunto de Las Historias de Alberto Chimal y Diario de un chico trabajador de Alejandro Carrillo con el cuento “Las ficciones de Alfredo Fabre” (2010).
Ha publicado en diversos medios impresos y electrónicos: Texto crítico, Periódico de Poesía, Monolito, Realidades y ficciones, Blanco móvil, El Humo, Ariadna, Los palabristas de hoy y de siempre, Variopinto, Cinocéfalo, Letras raras, ConFabulario. Cuaderno de Talleres, el suplemento El Ángel del periódico Reforma, entre otros. Tiene publicado un libro de cuentos, Elena se mira en el espejo (Destiempos, 2011), y varios de sus textos forman parte de algunas antologías, entre ellas Dispara usted o disparo yo (Brevilla, 2017), Sin cita previa (Fussion Editorial, 2017), Adentro. Antología de poetas diversos (VersoDestierro, 2012), Homenaje a García Ponce (IVEC/Conaculta, 2015) y Política, ética y educación en la antigüedad griega y latina (UNAM/IIFL, 2015).
Además, ha participado en congresos literarios, fue becaria del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y reseñista del FCE, y ha prologado algunas obras de autores clásicos como Mark Twain, Edgar Allan Poe, John Milton, Albert Camus, Gastón Leroux y Virginia Woolf para Editores Mexicanos Unidos. En la misma editorial pronto aparecerá su traducción de Las aventuras de Tom Sawyer del escritor norteamericano Mark Twain en la colección Tinta Viva.



Ella

Al ver que Edgar se encaminaba hacia la puerta sentí deseos de detenerlo, pero noté que no se dejaría convencer, que no le importarían mis palabras, de todos modos se iría.
Abrió la puerta.
Allí, de pie, estaba ella. Un silencio habitó la estancia mientras los tres nos mirábamos.
Edgar tomó aliento, recogió sus cosas y torpemente bajó las escaleras.
No volteó.
Lo vi alejarse, el rostro triste; en ese momento se iban por la borda todos los años en que nos mantuvimos juntos.
Ella vaciló.
Dio unos pasos y entonces cerró la puerta. Con sus brazos rodeó mi cintura mientras me daba un beso para sellar de esta manera una nueva etapa en nuestras vidas.


Crick-crack: sonidos de la madera

Son las doce. Ha vuelto. Camina despacio. Cruza la sala, el comedor, el cuarto. Parece que tiene pies. Sus pasos, breves, se escuchan por toda la casa. El crujir de la madera cede a su peso. Aquí está con su crick-crack, su crick-crack de todas las noches. Ese crick-crack por el que no duermo, el crick-crack que me espera junto a la cama. El crick-crack que no existe. “No existe”, me aseguran, “son los sonidos normales de la madera.” Los sonidos normales me despertaron la primera vez con un ser anormal encima de mí. Habrá sido un sueño, como dicen, aunque pesaba, y la mirada loca y la risa frenética. “…sonidos normales de la madera…”. El sonido normal de la madera, ese crick-crack por el que no duermo, ya está aquí, viene siempre, todas las noches, a verme y se sube, con su inexistencia, sobre mí.


El lazo

José piensa que no merece vivir. Se siente indigno de estar viviendo porque ha hecho mucho daño a quienes quiere. Tiene trece años y todavía no conoce el amor. Cree que una muerte rápida sería honrosa. Toma un lazo que está en la cocina y se dirige al jardín. Busca una rama larga y anuda el lazo. Coloca un banquito debajo. Entra en la casa. Luego sale. Trae a su hermano de ocho años amarrado. Lo sube al banco. Le coloca el lazo en el cuello y de una patada aleja el banco. Su hermano queda colgando con los ojos abiertos y suplicantes.
José piensa que no merece vivir porque ha hecho mucho daño a quienes quiere.


Laura[1]

Laura tira su libro. No soporta la historia: Marisa —cuyo papá, un cura, la viola cuando sucumbía su infancia— ultima su vida arrojando su figura por una cúpula parroquial, oculta invitada al indigno coito, ambición malhadada.
Laura tira su libro. Así no ocurrió, musita, y narra su propia historia.


Regreso a Ítaca

Toda la noche Laura había estado despierta mientras pensaba en sus últimas horas; unas horas de largos recuerdos, de fracasos, de miedos, de lenta agonía. Sus sueños, los pocos que había cumplido y los muchos que se habían perdido y que le atravesaban el alma y el corazón, desfilaban ante sus ojos como se desfila ante un abismo. Sus sueños… nada importaba ahora, pues ya ni siquiera existía para el mundo. Era ―y lo sabía― una confusa bruma a punto de regresar a la oscuridad de Ítaca.








[1] Texto escrito sin el uso de la “e”.

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