lunes, 17 de abril de 2017

Claudia Morales


Claudia Morales (Cintalapa de Figueroa, Chiapas, 1988). Estudio Lengua y literaturas hispánicas, UNAM y el taller de creación literaria y guion cinematográfico de la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de la mesa de redacción del Periódico de Poesía.



La hija del rey de Fars

Dicen que entre los reyes de Fars había uno muy aficionado a la caza. Y entre todos sus hijos, éste amaba a la única niña nacida en su linaje. Y ella lo amaba a él.
Al final del día, todos los días, ella entraba a la sala de acuerdos del reino y se sentaba sobre las piernas de su padre. Le arrancaba las canas que advertían la vejez del hombre que era su padre y soberano.  
Hija y rey cazaban con frecuencia en los bosques de Fars. Recorrían a caballo las llanuras y bebían de la misma ánfora el agua de los arroyos.  Hasta la madrugada en que la marca infiel manchó la ropa blanquísima de la niña.
No había el sol alumbrado sobre todos los habitantes de Fars, cuando la doncella se transformó en Gacela. Observó su cuerpo transmutado: Las piernas largas y vigorosas. El cuerpo dócil y lánguido. Su corazón palpitó con brío. Corrió hacia el bosque buscando a su padre. El rey había salido sin ella de caza. Pero los perros le advirtieron la presencia de una gacela. El sol se filtró entre las copas de los árboles. La gacela corrió hacia él, sintiendo la tierra sumirse bajo su trote.
El rey observó los ojos desorientados del animal. Rindió el arco con el que le apuntaba. Acarició la cabeza de la gacela, que se humillaba acercándose hacía sus pies y avergonzada, le lamía las sandalias.


La virgen Ach’ix

En ese tiempo, la neblina anduvo baja por el monte. Poseyó la milpa. Seguido vino Ha’al, lluvia quedita, a bautizar a la niña. La niña nuestra. La más pequeña de su familia, Ach’ix. Bella y simple, como el grano de maíz más dorado. Ach’ix nació de padres indios en la soledad yerma de la tierra. Pero un día, cuando lavaba en el río, la virgen misma, la madre de Dios, le ordenó proteger a los suyos y restaurar el mundo que fue antes de la llegada de los kaxlanes, los chupadores del sol.
Ach’ix tiene carne sobre el hueso. Ach’ix tiene nuestro color en la piel. Bajo su vestido se levanta su pecho, con el ritmo de la sangre que vive en su corazón.  Ach’ix es tibia como el cuerpo de un pájaro sostenido entre las manos. 
Y obedeciendo a la virgen, nuestra niña cruzó la plaza. Entró a la iglesia.
Bajo su pie descalzo giró la tierra.
Ordenó que se sacara del altar a la virgen Kaxlana, porque no es de carne, no tiene color, no la recorre la sangre, no tiene en su lengua el Batsil k’op, la palabra verdadera. Se quemó en un fogón a la virgen y en su lugar se colocó a la niña humana. La ayudaron a subir al altar y la rodearon de flores y velas.
Replicaron las campanas. Ach’ix cantó a sus hermanos en su lengua y fue su voz como el agua fresca que rodea los tobillos cansados. La virgen nos seducía. En sus ojos tranquilos nos reflejamos fuertes y sencillos.
Ach’ix separó sus labios.
Su grito agitó el fuego de las velas:
Muerte al Kaxlan.
La orden se nos sembró en la sangre.  


La Audiencia de los Confines

La Honorable Audiencia de los Confines ha sido notificada de las sublevaciones de indios agrestes, extendidas como lumbre.
Satisfactoriamente, el todopoderoso ha amparado nuestra causa.
La resolución de la Audiencia es que se corte de raíz el árbol del cual penden los ahorcados, pues son una maldición y mancillan la tierra.
También será menester barrer las cenizas.


Talmut Sanhedrin 

Talmut Sanhedrin nació en Alejandría y desapareció misteriosamente en el siglo II.  Durante su vida viajó intentando descubrir los adagios del tiempo, el manual de de geometría asiria, la versión en sanscrito de unas antiguas escrituras, que encontró finalmente en la antigua ciudad de Ur. Mientras traducía, abrió un paréntesis en lo blanco de su pergamino (     ) acercó su ojo, vio ese vacío poblado por todo lo nunca antes visto. Con profundo temor observó la lleve que había abierto…


De las buenas costumbres

Los números cuadrados del taxímetro se iluminan, veo los ojos horrendos del taxista en el espejo y la coronilla de su cabeza con un par de orejas renegridas. Pienso en mi falda, jalo el borde para cubrirme las rodillas, imagino la impresión que debo darle tomando un taxi a esta hora, con la oscuridad apenas espantada por el alumbrado público, nebuloso e intranquilo. Lo que debe pensar de una mujer que anda en esta ciudad sin compañía. Debe oler el semen tibio aún entre mis piernas, debe oler la saliva que hiela los recovecos de mi oreja; seguro sabe que me robé un cenicero del hotel y que lo traigo en la bolsa. Nos vemos a través del espejo retrovisor, intento y no puedo identificar las calles, sólo la oscuridad ignota.
—No se preocupe señorita, a las niñas buenas, no les pasa nada.


3 comentarios:

Tío coyote y Tío conejo, minificciones Claudia Morales dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Una selección muy intelectual aquí, incluso en la picardía. La autora observa y cuestiona.

Anónimo dijo...

Hola Claudia, estoy interesado en que colabores en una revista independiente, pero no he podido encontrar tu contacto. Te paso el link para que la revises lapeste.com.mx. Ahí puedes descargar los números, donde además tenemos una sección dedicada la minificción, en la que quisiera que colaboraras. Dejo mi correo por si estás interesada. Gracias y Saludos
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