Claudia Morales (Cintalapa de Figueroa, Chiapas, 1988).
Estudio Lengua y literaturas hispánicas, UNAM y el taller de creación literaria
y guion cinematográfico de la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de la
mesa de redacción del Periódico de Poesía.
La
hija del rey de Fars
Dicen que entre
los reyes de Fars había uno muy aficionado a la caza. Y entre todos sus hijos,
éste amaba a la única niña nacida en su linaje. Y ella lo amaba a él.
Al final
del día, todos los días, ella entraba a la sala de acuerdos del reino y se
sentaba sobre las piernas de su padre. Le arrancaba las canas que advertían la
vejez del hombre que era su padre y soberano.
Hija y rey
cazaban con frecuencia en los bosques de Fars. Recorrían a caballo las llanuras
y bebían de la misma ánfora el agua de los arroyos. Hasta la madrugada en que la marca infiel
manchó la ropa blanquísima de la niña.
No había
el sol alumbrado sobre todos los habitantes de Fars, cuando la doncella se
transformó en Gacela. Observó su cuerpo transmutado: Las piernas largas y
vigorosas. El cuerpo dócil y lánguido. Su corazón palpitó con brío. Corrió
hacia el bosque buscando a su padre. El rey había salido sin ella de caza. Pero
los perros le advirtieron la presencia de una gacela. El sol se filtró entre
las copas de los árboles. La gacela corrió hacia él, sintiendo la tierra
sumirse bajo su trote.
El rey
observó los ojos desorientados del animal. Rindió el arco con el que le
apuntaba. Acarició la cabeza de la gacela, que se humillaba acercándose hacía
sus pies y avergonzada, le lamía las sandalias.
La
virgen Ach’ix
En ese tiempo, la
neblina anduvo baja por el monte. Poseyó la milpa. Seguido vino Ha’al, lluvia quedita, a bautizar a la
niña. La niña nuestra. La más pequeña de su familia, Ach’ix. Bella y simple, como el grano de maíz más dorado. Ach’ix nació de padres indios en la
soledad yerma de la tierra. Pero un día, cuando lavaba en el río, la virgen
misma, la madre de Dios, le ordenó proteger a los suyos y restaurar el mundo
que fue antes de la llegada de los kaxlanes,
los chupadores del sol.
Ach’ix tiene carne sobre
el hueso. Ach’ix tiene nuestro color
en la piel. Bajo su vestido se levanta su pecho, con el ritmo de la sangre que
vive en su corazón. Ach’ix es tibia como el cuerpo de un pájaro sostenido entre las
manos.
Y
obedeciendo a la virgen, nuestra niña cruzó la plaza. Entró a la iglesia.
Bajo su
pie descalzo giró la tierra.
Ordenó que
se sacara del altar a la virgen Kaxlana,
porque no es de carne, no tiene color, no la recorre la sangre, no tiene en su
lengua el Batsil k’op, la palabra
verdadera. Se quemó en un fogón a la virgen y en su lugar se colocó a la niña
humana. La ayudaron a subir al altar y la rodearon de flores y velas.
Replicaron
las campanas. Ach’ix cantó a sus
hermanos en su lengua y fue su voz como el agua fresca que rodea los tobillos
cansados. La virgen nos seducía. En sus ojos tranquilos nos reflejamos fuertes
y sencillos.
Ach’ix separó sus labios.
Su grito
agitó el fuego de las velas:
—Muerte
al Kaxlan.
La orden
se nos sembró en la sangre.
La
Audiencia de los Confines
La Honorable
Audiencia de los Confines ha sido notificada de las sublevaciones de indios
agrestes, extendidas como lumbre.
Satisfactoriamente,
el todopoderoso ha amparado nuestra causa.
La
resolución de la Audiencia es que se corte de raíz el árbol del cual penden los
ahorcados, pues son una maldición y mancillan la
tierra.
También será menester barrer
las cenizas.
Talmut Sanhedrin
Talmut Sanhedrin nació en Alejandría y desapareció misteriosamente en el
siglo II. Durante su vida viajó intentando descubrir los adagios del
tiempo, el manual de de geometría asiria, la versión en sanscrito de unas
antiguas escrituras, que encontró finalmente en la antigua ciudad de Ur.
Mientras traducía, abrió un paréntesis en lo blanco de su pergamino
( ) acercó su ojo, vio ese vacío poblado por todo lo
nunca antes visto. Con profundo temor observó la lleve que había abierto…
De las buenas costumbres
Los números cuadrados del taxímetro se iluminan, veo los ojos horrendos
del taxista en el espejo y la coronilla de su cabeza con un par de orejas
renegridas. Pienso en mi falda, jalo el borde para cubrirme las rodillas,
imagino la impresión que debo darle tomando un taxi a esta hora, con la
oscuridad apenas espantada por el alumbrado público, nebuloso e intranquilo. Lo
que debe pensar de una mujer que anda en esta ciudad sin compañía. Debe oler el
semen tibio aún entre mis piernas, debe oler la saliva que hiela los recovecos
de mi oreja; seguro sabe que me robé un cenicero del hotel y que lo traigo en
la bolsa. Nos vemos a través del espejo retrovisor, intento y no puedo
identificar las calles, sólo la oscuridad ignota.
—No se preocupe señorita, a
las niñas buenas, no les pasa nada.
3 comentarios:
Una selección muy intelectual aquí, incluso en la picardía. La autora observa y cuestiona.
Hola Claudia, estoy interesado en que colabores en una revista independiente, pero no he podido encontrar tu contacto. Te paso el link para que la revises lapeste.com.mx. Ahí puedes descargar los números, donde además tenemos una sección dedicada la minificción, en la que quisiera que colaboraras. Dejo mi correo por si estás interesada. Gracias y Saludos
daniel@lapeste.com.mx
Publicar un comentario