jueves, 23 de marzo de 2017

La aguja en el pajar: La minificción en el cosmos de los géneros literarios en México (2000-2016)


La aguja en el pajar:
La minificción en el cosmos de los géneros literarios en México
(2000-2016)

José Manuel Ortiz Soto

Resumen
La minificción o microrrelato es el más reciente de los géneros literarios. A grandes rasgos, se define como el texto narrativo escrito en el espacio de una hoja (aproximadamente 200 palabras, pero que, en su extrema brevedad, puede ser tan sólo el título y el cuerpo de una historia en blanco, como “El fantasma”, de Guillermo Samperio). Sus antecedentes se pueden rastrear en la literatura de todos los tiempos, en formatos como el aforismo, la alegoría, el apólogo, el epigrama, etc.; no obstante, el canon de la minificción se estableció apenas recientemente. En América Latina los antecedentes más próximos datan de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en las obras de autores como Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Macedonio Fernández, Oliverio Girondo, por mencionar algunos. En México es consenso que la minificción comenzó con Julio Torri, concretamente con su libro Ensayos y poemas, publicado en el año de 1917. Otros autores precursores destacados del género son Alfonso Reyes, Mariano Silva y Aceves, Genaro Estrada, Carlos Días Dufoo II, miembros del Ateneo de la Juventud Mexicana, entre otros.
El presente trabajo tiene como objetivo principal la revisión de la minificción mexicana actual, específicamente el período que va del año 2000 al 2016. Para ello se consultaron, entre otros textos y artículos, las diversas antologías del género publicadas en formato de libro clásico: Minificción mexicana, de Lauro Zavala (2003), El cuento jíbaro. Antología del microrrelato mexicano, de Javier Perucho (2006), Alebrije de Palabras: Escritores mexicanos en breve, de José Manuel Ortiz Soto y Fernando Sánchez Clelo (2013), El canto de la salamandra: Antología de la literatura brevísima mexicana, de Rogelio Guedea (2013) y Mexicanos en una nuez, de Paola Tinoco (2015). Y aquellas compilaciones de carácter temático, como Yo no canto Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano, de Javier Perucho (2008) y El libro de los seres no imaginarios (Minibichario), de José Manuel Ortiz Soto (2012) donde el disparador de las historias son las imágenes de tres fotógrafos de naturaleza.
Nuestra revisión hace hincapié en las editoriales, sobre todo de formación independiente y de universidades que han contemplado en su catálogo la publicación de libros de minificciones. En una época donde el internet es parte fundamental de nuestra cotidianidad, sería injusto no haber contemplado en nuestro estudio los sitios en línea donde el más reciente de los géneros literarios tiene asilo, ya sea a través de páginas donde se dan talleres de minificción, por ejemplo Marina de Ficticia; o se dedican al estudio del microrrelato como El cuento en Red/Revista electrónica de teoría de la ficción breve y la Antología Virtual de Minificción Mexicana, blog que pretende conjuntar a los escritores de minificción mexicana en general, y que fue el punto de partida del libro Alebrije de palabras. Revisamos también los congresos, coloquios o encuentros de minificción en tierra mexicana durante el período de tiempo referido, así como un escrutinio, por demás necesario, de aquellos minificcionistas que escriben en lenguas originarias.
No está por demás mencionar que en el 2017 se cumplen cien años de la publicación del libro Ensayos y poemas, de Julio Torri, aniversario que bien podría ser un atractivo pretexto para que los estudiosos de la minificción o microrrelato hagan una revisión cuidadosa de los autores del género; así como actualizar el canon, establecido no hace muchos años. Si bien los doctores Lauro Zavala y Javier Perucho ya han hecho una revisión y estudio acuciosos, se presenta la oportunidad para volver la mirada hacia los minificcionistas que han destacado en la última década y media, ya sea a través de la publicación de libros en formato tradicional, digital o en las redes sociales. Una nueva antología crítica no sólo enriquecerá sobre manera el estudio de la minificción mexicana, sino que ofrecerá una visión actualizada del género en nuestro país.


 Selección de autores que fueron leídos al final de la ponencia


Raúl Renán (1928)
Posesión de Helena

Empezaba el duelo entre Paris y Menelao, pactado para disputarse a Helena; uno prefería los pechos ambivalentes y el otro la vía láctea de las piernas. La lucha tendría que ser a muerte para que la bella se quedara con uno solo, pero la Ilíada cambiaría su derrotero. Los contendientes detuvieron la ira momentáneamente para consultar a Homero. Y todo siguió su curso como lo conocemos.
Los silencios de Homero, Aldus-UAM, 1998.

José de la Colina (1934)
Onán

Como ninguna mujer le concedía la mano, se concedía la suya propia.
Portarrelatos, Ficticia Editorial, 2007.

René Avilés Fabila (1940-2016)
El Ave Roc

Sobre ese descomunal pájaro, nada es cierto. Pudieron mirarlo de cerca Simbad el Marino y Marco Polo. Herodoto afirma haberlo visto a distancia prudente y llega a nosotros a través de las exageraciones de Heinz y Borges. Sabemos, en consecuencia, que posee dos cuernos y cuatro jorobas, aspecto que le quita lo espantable y lo introduce de lleno en el reino de las ridiculeces. El ave Roc, al saberse grotesca, ha optado por una absoluta melancolía y una total discreción.
El bosque de los prodigios, Laberinto, 2015.

Guillermo Samperio (1948-2016)
Las aguas del espejo

El espejo que huye lleva agua de ríos subterráneos en sus imágenes. Debido a ello ningún hombre puede mirarse dos veces en el mismo espejo. En la segunda ocasión, las corrientes profundas del espejo podrían arrastrarlo y perderlo.
Tomado de archivos proporcionados por el propio autor

Agustín Monsreal (1940)

Reencarnación
¡Carajo, otra vez perro!

Cálculos renales
¡Cuánto sufrí para poder arrojar la primera piedra!

Rubor amoroso
Sus pechos se sonrojaron nomás de mirarme a la boca
Mínimas minificciones mínimas, BUAP, 2016.

Felipe Garrido (1942)
Once veces once

Once veces once veces once deben repetirse los pasos y las palabras, los gestos y las miradas, todo en secreto, en noche sin viento y sin luna, para que no se aparte del nahual su pensamiento siquiera. Once veces once veces once para que sea suyo, de allí hasta el último de sus días, el poder de hacerse tigre o lagarto o serpiente o gavilán.
No tengas miedo, Naveluz, 2016.

Armando Alanís (1956)
Noche mil dos
—Yo también soy un cuento dijo —dijo Sherezada.
Y desapareció.
Coitus interruptus, La Terquedad, 2016.

Marcial Fernández (1965)
Secuestro

Creí ganarles la partida, pero los secuestradores arruinaron mi matrimonio. Desde el día del plagio fui paciente en la negociación. Recibí de los criminales una oreja. Luego, un dedo, el pie, la mano y poco a poco la reconstruí. Cuando los delincuentes se percataron de su error, no quisieron entregar la última pieza. Mi esposa, entonces, se volvió fría, distante, ajena a cualquier sentimiento, una mujer sin corazón.
Un colibrí es el corazón de un dios que levita, Ficticia Editorial, 2014.

Dina Grijalva
De México a Buenos Aires y viceversa o de la tinga al tango y todo lo demás

Viajé a Buenos Aires y acompasé allí mi corazón (y todo lo demás) al latir de un bello rubio. Con él conocí ciudad, paraíso e infierno.
            Al regresar a mi país, extravié la maleta, me robaron el bolso y del dichoso rubio, ni sus luces.
            Ahora lloro sin tanto, sin tinga y sin tanga.
Las dos caras de la luna, Instituto Sinaloense de Cutura, 2012.

Rogelio Guedea (1974)
Pasajero en tránsito

Palabras que dije y he olvidado. Papeles, borradores, deseos. Poemas que escribí en los aeropuertos. En las terminales de autobuses. En las estaciones de tren. Poemas que nunca fueron a ninguna parte o que volvieron de todas, sin destino. Gente que pasaba, niñas con los ojos pegados a un adiós, brazos que abrazaban lo imposible. Y luego las conversaciones. Hablando de mi país con esa mujer. Recordando cómo era su espalda antes de encontrarla. Los parques, las avenidas, los restaurantes cómo eran sin nosotros. Ganas de convertirme en el hombre que tuvo. Ganas de que ella vuelva a ser las palabras que olvidé.
Pasajero en tránsito, Arlequín, 2010.

Armando Gutiérrez Méndez (1971)
El alquimista

Luego de ahorcar al médico Basilio Valentín, la impetuosa turba saqueó su casa y sólo encontró, oculta en el sótano y cubierta de polvo y telarañas, una ampolla de vidrio en forma de cráneo, herméticamente cerrada y llena de un líquido cerúleo, en cuyo fondo arenoso reposaban los huesos desarticulados de un diminuto esqueleto humano. Pero nunca, ni aún después de escudriñar los muros y los cimientos, hallaron el oro.
Apilados cráneos de mamut de piedra, Ediciones La Rana, 2006.

Édgar Omar Avilés (1980)
Extravías

Las calles se aparean. Aprendieron de los hombres y mujeres nocturnos. Y de sus amores prohibidos nacen hijo legítimos y bastardos. Monstruos y superdotados. Callejones y cerradas, avenidas redundantes y carreteras sin sentido. Así se gestó el laberinto. Y nadie, nunca, podrá volver de nuevo a casa.
No respiramos: Inflamos fantasmas, Posdata Editores, 2013.

Javier Perucho
Oficio de falomántica

No será por las líneas de tu mano, amor y señor mío, pero puedo anticiparte por la tensión de las venas en tu falo, el torrente de sangre que lo inunda, su pigmentación blanca, el musgo piloso que lo arropa y la impronunciada curvatura de tu miembro erecto, que todos sabrán de tu muerte, aunque nunca encontrarán al malnacido agazapado que soltará la tensa cuerda del arco de donde salió disparada la saeta que ensartó tu cráneo, esparció tu sangre sobre la capa negra y apagó la promesa de tu vida.
Anatomía de una ilusión, Universidad Nacional Autónoma de México, 2016.

Cristina Rascón (1976)
Erotich

El sándwich me miró fijamente y no me atreví a morderlo. Jalé cosquilloso una hebra de cebolla. Acaricié su pubis de lechuga y tintineé el clítoris pedazo de tomate. Entonces se dejó comer lento, despacito, desprendiéndose en mi garganta e iniciando la entrega de los cuerpos, esa fotosíntesis humana.
El sonido de las hojas, Cuadrivio, 2014.

Adriana Azucena Rodríguez (1974)
Impresiones

Ando por tu cuerpo como por un libro. Te abro y me revelas cosas que no sabía pero intuí desde siempre. Te acaricio y te escucho. Hundo mi nariz, mis ojos y hasta mis dedos en tu interior. A veces dormito sobre ti o debajo de ti y sueño que te sigo leyendo. Te acomodo a mi placer y conveniencia o me apego a tus peticiones y reclamos. Me dueles a ratos. Por fin te abandono… para volver a ti y descubrirte de nuevo en tus signos inagotables.
Postales, Ediciones Fósfoto, 2013.

Fernando Sánchez Clelo (1974)
Augurio

El adivino Meerkel agitó la cucharilla en la taza de café caliente y el vapor adquirió la forma difusa de un revólver. La lectura del porvenir en las espirales etéreas los había mantenido vivos, a él y a su esposa, hasta de la persecución de la mafia. Esta vez percibió que el detective Buck andaba cerca y que quería hacerle pagar por la muerte de la niña Adriane. Desistió del asalto a la gasolinera que para esa noche había planeado, a pesar del enojo de su mujer. “Sólo en ese sótano viejo estaremos a salvo”, pensó al salir del café de chinos.
Nunca se enteró de la nueva espiral en forma de un cuchillo empuñado por su esposa.
Un reflejo en la penumbra, Ficticia Editorial, 2016.

Roberto Abad (1988)
La ejecución perfecta

Soy un instrumento musical prodigioso y hedonista, la gente me toca y yo siento.
Orquesta primitiva, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015.

David Baizabal (1989)
Delirium nominans

Siento tu nombre deslizarse por mi lengua, resbalarse por mis labios; deja un rastro de astringente tristeza, un amargor avinagrado. Beso tu nombre cuando está a punto de desprenderse de mi boca, pero su lánguida dulzura, por tu recuerdo, se fermenta. Constante alcohol es tu nombre en mi boca, bebo de él porque tu imagen ya no basta, a nada sabe; me sirvo las letras precisas que te llaman, tus exactos mililitros, para despertar siempre al día siguiente con la convicción de que habré de encontrar, por fin, algún vestigio tuyo por la casa, el mínimo indicio de que no eres sólo parte de una eterna resaca.
No da tiempo (libro inédito)

Gerardo Farías (1985)
Consejo para turistas

Si los turistas acercan sus oídos a los muros de los templos, podrán escuchar el latido de su corazón rebotando. El eco de ese sonido arrastrará los gritos atrapados de la gente sacrificada en otros tiempos. Toda víctima, para estar en paz, necesita que su tragedia sea escuchada. Peguen bien la oreja y déjenlos quejarse un buen rato, después pueden irse a tomar las fotos que quieran.
Inventario del crimen, Diablura Ediciones, 2016.

Hugo López Araiza Bravo (1989)
El ilusionista

Clavado en la cruz, sonríe. Aún le queda su mejor truco.
En Alebrije de palabras: Escritores mexicanos en breve, 2013.

Paola Tena (1980)
Mensaje en una cajetilla

La cajetilla de cigarros que me vendió Lucila no es como las otras. Cuando la abrí, encontré dentro un papelito blanco escrito a mano: “Buscando amor. Calle del Agua 5”. Por la noche me dirigí a esa calle, entré por la puerta sin pestillo y a tientas en la oscuridad de la casa desconocida, busqué la habitación y luego su cuerpo tibio. Le hice el amor dulce, suavemente, y me marché antes de que amaneciera. La siguiente cajetilla que compré también era distinta. “Ajuste de cuentas. Bar El Gladiolo”. A mediodía, cuando Justino limpiaba la máquina de café y se giró para decirme grosero que el bar todavía no estaba abierto, no se esperaba recibir por respuesta un disparo en medio de la frente. Y otra cajetilla más: “Hijo muerto en el frente. Ancianato Luz del Ocaso”. Pasé toda la mañana leyendo historias en voz alta para doña Estrella, una hermosa anciana de trenzas largas que me llamaba “mi niño José”, mientras me acariciaba la mano entre las brumas del Alzheimer. Hoy no había cajetilla para mí en el kiosco de Lucila, pero sí una llamada a mi puerta. Antes de abrir, me pregunto quién compró mi cajetilla esta mañana.
Texto inédito

Laura Elisa Vizcaíno (1984)
Cobardía

A pesar de haber muerto hace siete años, mi abuelita apareció en una reunión familiar. La recibimos con gusto y, como un acuerdo implícito, nadie mencionó su condición de muerta, para no molestarla.
La velada transcurrió cómodamente, pero, al despedirnos, ninguno de nosotros se ofreció a llevarla.

CuCos, Ficticia Editorial, 2015.

Alexandr Zchymczyk (1983)
Despedida devastadora

En el andén de una estación de ferrocarril una dama se despide. Agita con fuerza su pañuelo mientras el tren se aleja sobre los rieles. Cuando el último vagón desaparece sus lágrimas comienzan a caer; luego cae su sonrisa, después los brazos, sus senos, las piernas… hasta que sólo queda un montón de tristeza sobre las vías y en el aire un tembloroso pañuelo blanco.
Descendencia imaginaria, BUAP, 2014.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Selección de autores que fueron leídos al final de la ponencia: Las vacas sagradas de siempre. Los amigos. Los "no under".

josé manuel ortiz soto dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
josé manuel ortiz soto dijo...

Anónimo: La minificción es por sí misma "under". Y aquellos que llamas "vacas sagradas" se han ganado su sitio con trabajo, etcétera, etcétera. Si has tenido oportunidad de acercarte al par de libros que he compilado verás que la mayoría son lo que tú llamas "hunder". Este blog está abierto a la participación de todo minificcionista. Por cierto, sería más válido el reclamo si llevara firma. Y hasta ahora, el medio de la minificción, a diferencia de otros, es bastante amigable.