La aguja
en el pajar:
La
minificción en el cosmos de los géneros literarios en México
(2000-2016)
José
Manuel Ortiz Soto
Resumen
La minificción o microrrelato es el más reciente de
los géneros literarios. A grandes rasgos, se define como el texto narrativo
escrito en el espacio de una hoja (aproximadamente 200 palabras, pero que, en
su extrema brevedad, puede ser tan sólo el título y el cuerpo de una historia
en blanco, como “El fantasma”, de Guillermo Samperio). Sus antecedentes se
pueden rastrear en la literatura de todos los tiempos, en formatos como el
aforismo, la alegoría, el apólogo, el epigrama, etc.; no obstante, el canon de
la minificción se estableció apenas recientemente. En América Latina los
antecedentes más próximos datan de finales del siglo XIX y principios del siglo
XX, en las obras de autores como Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Macedonio
Fernández, Oliverio Girondo, por mencionar algunos. En México es consenso que
la minificción comenzó con Julio Torri, concretamente con su libro Ensayos y poemas, publicado en el año de
1917. Otros autores precursores destacados del género son Alfonso Reyes,
Mariano Silva y Aceves, Genaro Estrada, Carlos Días Dufoo II, miembros del
Ateneo de la Juventud Mexicana, entre otros.
El presente trabajo tiene como objetivo principal
la revisión de la minificción mexicana actual, específicamente el período que
va del año 2000 al 2016. Para ello se consultaron, entre otros textos y
artículos, las diversas antologías del género publicadas en formato de libro
clásico: Minificción mexicana, de
Lauro Zavala (2003), El cuento jíbaro.
Antología del microrrelato mexicano, de Javier Perucho (2006), Alebrije de Palabras: Escritores mexicanos
en breve, de José Manuel Ortiz Soto y Fernando Sánchez Clelo (2013), El canto de la salamandra: Antología de la
literatura brevísima mexicana, de Rogelio Guedea (2013) y Mexicanos en
una nuez, de Paola Tinoco (2015).
Y aquellas compilaciones de carácter temático, como Yo no canto Ulises, cuento. La
sirena en el microrrelato mexicano, de Javier Perucho (2008) y El libro de los seres no imaginarios
(Minibichario), de José Manuel
Ortiz Soto (2012) donde el disparador de las historias son las imágenes de tres
fotógrafos de naturaleza.
Nuestra revisión hace hincapié en las
editoriales, sobre todo de formación independiente y de universidades que han
contemplado en su catálogo la publicación de libros de minificciones. En una
época donde el internet es parte fundamental de nuestra cotidianidad, sería
injusto no haber contemplado en nuestro estudio los sitios en línea donde el más
reciente de los géneros literarios tiene asilo, ya sea a través de páginas
donde se dan talleres de minificción, por ejemplo Marina de Ficticia; o se
dedican al estudio del microrrelato como El
cuento en Red/Revista electrónica de teoría de la ficción breve y la
Antología Virtual de Minificción Mexicana, blog que pretende conjuntar a los
escritores de minificción mexicana en general, y que fue el punto de partida
del libro Alebrije de palabras.
Revisamos también los congresos, coloquios o encuentros de minificción en
tierra mexicana durante el período de tiempo referido, así como un escrutinio,
por demás necesario, de aquellos minificcionistas que escriben en lenguas
originarias.
No está por demás mencionar que en el 2017 se
cumplen cien años de la publicación del libro Ensayos y poemas, de Julio Torri, aniversario que bien podría ser
un atractivo pretexto para que los estudiosos de la minificción o microrrelato
hagan una revisión cuidadosa de los autores del género; así como actualizar el canon, establecido no hace muchos años. Si bien los
doctores Lauro Zavala y Javier Perucho ya han hecho una revisión y estudio
acuciosos, se presenta la oportunidad para volver la mirada hacia los minificcionistas
que han destacado en la última década y media, ya sea a través de la
publicación de libros en formato tradicional, digital o en las redes sociales.
Una nueva antología crítica no sólo enriquecerá sobre manera el estudio de la
minificción mexicana, sino que ofrecerá una visión actualizada del género en
nuestro país.
Selección de autores que fueron leídos al final de la ponencia
Raúl
Renán (1928)
Posesión de Helena
Empezaba el duelo entre Paris y Menelao, pactado para disputarse a Helena; uno
prefería los pechos ambivalentes y el otro la vía láctea de las piernas. La
lucha tendría que ser a muerte para que la bella se quedara con uno solo, pero
la Ilíada cambiaría su derrotero. Los contendientes detuvieron la ira
momentáneamente para consultar a Homero. Y todo siguió su curso como lo
conocemos.
Los silencios de Homero,
Aldus-UAM, 1998.
José
de la Colina (1934)
Onán
Como ninguna mujer le
concedía la mano, se concedía la suya propia.
Portarrelatos,
Ficticia Editorial, 2007.
René Avilés Fabila (1940-2016)
El
Ave Roc
Sobre ese descomunal
pájaro, nada es cierto. Pudieron mirarlo de cerca Simbad el Marino y Marco
Polo. Herodoto afirma haberlo visto a distancia prudente y llega a nosotros a
través de las exageraciones de Heinz y Borges. Sabemos, en consecuencia, que
posee dos cuernos y cuatro jorobas, aspecto que le quita lo espantable y lo
introduce de lleno en el reino de las ridiculeces. El ave Roc, al saberse
grotesca, ha optado por una absoluta melancolía y una total discreción.
El
bosque de los prodigios, Laberinto, 2015.
Guillermo Samperio (1948-2016)
Las
aguas del espejo
El
espejo que huye lleva agua de ríos subterráneos en sus imágenes. Debido a ello
ningún hombre puede mirarse dos veces en el mismo espejo. En la segunda
ocasión, las corrientes profundas del espejo podrían arrastrarlo y perderlo.
Tomado
de archivos proporcionados por el propio autor
Agustín Monsreal (1940)
Reencarnación
¡Carajo,
otra vez perro!
Cálculos
renales
¡Cuánto
sufrí para poder arrojar la primera piedra!
Rubor
amoroso
Sus
pechos se sonrojaron nomás de mirarme a la boca
Mínimas minificciones mínimas,
BUAP, 2016.
Felipe Garrido (1942)
Once
veces once
Once
veces once veces once deben repetirse los pasos y las palabras, los gestos y
las miradas, todo en secreto, en noche sin viento y sin luna, para que no se
aparte del nahual su pensamiento siquiera. Once veces once veces once para que
sea suyo, de allí hasta el último de sus días, el poder de hacerse tigre o
lagarto o serpiente o gavilán.
No tengas miedo,
Naveluz, 2016.
Armando Alanís (1956)
Noche
mil dos
—Yo
también soy un cuento dijo —dijo Sherezada.
Y
desapareció.
Coitus interruptus,
La Terquedad, 2016.
Marcial Fernández (1965)
Secuestro
Creí
ganarles la partida, pero los secuestradores arruinaron mi matrimonio. Desde el
día del plagio fui paciente en la negociación. Recibí de los criminales una
oreja. Luego, un dedo, el pie, la mano y poco a poco la reconstruí. Cuando los
delincuentes se percataron de su error, no quisieron entregar la última pieza.
Mi esposa, entonces, se volvió fría, distante, ajena a cualquier sentimiento,
una mujer sin corazón.
Un colibrí es el corazón de un dios
que levita, Ficticia Editorial, 2014.
Dina
Grijalva
De México a Buenos Aires
y viceversa o de la tinga al tango y todo lo demás
Viajé a Buenos Aires y
acompasé allí mi corazón (y todo lo demás) al latir de un bello rubio. Con él
conocí ciudad, paraíso e infierno.
Al regresar a mi país, extravié la maleta, me robaron el
bolso y del dichoso rubio, ni sus luces.
Ahora lloro sin tanto, sin tinga y sin tanga.
Las dos caras de la luna,
Instituto Sinaloense de Cutura, 2012.
Rogelio Guedea (1974)
Pasajero
en tránsito
Palabras
que dije y he olvidado. Papeles, borradores, deseos. Poemas que escribí en los
aeropuertos. En las terminales de autobuses. En las estaciones de tren. Poemas
que nunca fueron a ninguna parte o que volvieron de todas, sin destino. Gente
que pasaba, niñas con los ojos pegados a un adiós, brazos que abrazaban lo
imposible. Y luego las conversaciones. Hablando de mi país con esa mujer.
Recordando cómo era su espalda antes de encontrarla. Los parques, las avenidas,
los restaurantes cómo eran sin nosotros. Ganas de convertirme en el hombre que
tuvo. Ganas de que ella vuelva a ser las palabras que olvidé.
Pasajero en tránsito,
Arlequín, 2010.
Armando Gutiérrez Méndez (1971)
El alquimista
Luego de ahorcar al médico Basilio Valentín, la impetuosa
turba saqueó su casa y sólo encontró, oculta en el sótano y cubierta de polvo y
telarañas, una ampolla de vidrio en forma de cráneo, herméticamente cerrada y
llena de un líquido cerúleo, en cuyo fondo arenoso reposaban los huesos
desarticulados de un diminuto esqueleto humano. Pero nunca, ni aún después de
escudriñar los muros y los cimientos, hallaron el oro.
Apilados cráneos de
mamut de piedra, Ediciones La Rana,
2006.
Édgar Omar Avilés (1980)
Extravías
Las
calles se aparean. Aprendieron de los hombres y mujeres nocturnos. Y de sus
amores prohibidos nacen hijo legítimos y bastardos. Monstruos y superdotados.
Callejones y cerradas, avenidas redundantes y carreteras sin sentido. Así se
gestó el laberinto. Y nadie, nunca, podrá volver de nuevo a casa.
No respiramos: Inflamos fantasmas,
Posdata Editores, 2013.
Javier Perucho
Oficio
de falomántica
No
será por las líneas de tu mano, amor y señor mío, pero puedo anticiparte por la
tensión de las venas en tu falo, el torrente de sangre que lo inunda, su
pigmentación blanca, el musgo piloso que lo arropa y la impronunciada curvatura
de tu miembro erecto, que todos sabrán de tu muerte, aunque nunca encontrarán
al malnacido agazapado que soltará la tensa cuerda del arco de donde salió
disparada la saeta que ensartó tu cráneo, esparció tu sangre sobre la capa
negra y apagó la promesa de tu vida.
Anatomía de una ilusión,
Universidad Nacional Autónoma de México, 2016.
Cristina Rascón (1976)
Erotich
El
sándwich me miró fijamente y no me atreví a morderlo. Jalé cosquilloso una
hebra de cebolla. Acaricié su pubis de lechuga y tintineé el clítoris pedazo de
tomate. Entonces se dejó comer lento, despacito, desprendiéndose en mi garganta
e iniciando la entrega de los cuerpos, esa fotosíntesis humana.
El sonido de las hojas,
Cuadrivio, 2014.
Adriana
Azucena Rodríguez (1974)
Impresiones
Ando
por tu cuerpo como por un libro. Te abro y me revelas cosas que no sabía pero
intuí desde siempre. Te acaricio y te escucho. Hundo mi nariz, mis ojos y hasta
mis dedos en tu interior. A veces dormito sobre ti o debajo de ti y sueño que
te sigo leyendo. Te acomodo a mi placer y conveniencia o me apego a tus
peticiones y reclamos. Me dueles a ratos. Por fin te abandono… para volver a ti
y descubrirte de nuevo en tus signos inagotables.
Postales,
Ediciones Fósfoto, 2013.
Fernando Sánchez Clelo (1974)
Augurio
El
adivino Meerkel agitó la cucharilla en la taza de café caliente y el vapor
adquirió la forma difusa de un revólver. La lectura del porvenir en las
espirales etéreas los había mantenido vivos, a él y a su esposa, hasta de la
persecución de la mafia. Esta vez percibió que el detective Buck andaba cerca y
que quería hacerle pagar por la muerte de la niña Adriane. Desistió del asalto
a la gasolinera que para esa noche había planeado, a pesar del enojo de su
mujer. “Sólo en ese sótano viejo estaremos a salvo”, pensó al salir del café de
chinos.
Nunca
se enteró de la nueva espiral en forma de un cuchillo empuñado por su esposa.
Un reflejo en la penumbra,
Ficticia Editorial, 2016.
Roberto Abad (1988)
La
ejecución perfecta
Soy
un instrumento musical prodigioso y hedonista, la gente me toca y yo siento.
Orquesta primitiva,
Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015.
David Baizabal (1989)
Delirium
nominans
Siento
tu nombre deslizarse por mi lengua, resbalarse por mis labios; deja un rastro
de astringente tristeza, un amargor avinagrado. Beso tu nombre cuando está a
punto de desprenderse de mi boca, pero su lánguida dulzura, por tu recuerdo, se
fermenta. Constante alcohol es tu nombre en mi boca, bebo de él porque tu
imagen ya no basta, a nada sabe; me sirvo las letras precisas que te llaman,
tus exactos mililitros, para despertar siempre al día siguiente con la
convicción de que habré de encontrar, por fin, algún vestigio tuyo por la casa,
el mínimo indicio de que no eres sólo parte de una eterna resaca.
No da tiempo
(libro inédito)
Gerardo Farías (1985)
Consejo
para turistas
Si
los turistas acercan sus oídos a los muros de los templos, podrán escuchar el
latido de su corazón rebotando. El eco de ese sonido arrastrará los gritos
atrapados de la gente sacrificada en otros tiempos. Toda víctima, para estar en
paz, necesita que su tragedia sea escuchada. Peguen bien la oreja y déjenlos
quejarse un buen rato, después pueden irse a tomar las fotos que quieran.
Inventario del crimen,
Diablura Ediciones, 2016.
Hugo López Araiza Bravo (1989)
El
ilusionista
Clavado
en la cruz, sonríe. Aún le queda su mejor truco.
En
Alebrije de palabras: Escritores
mexicanos en breve, 2013.
Paola Tena (1980)
Mensaje
en una cajetilla
La
cajetilla de cigarros que me vendió Lucila no es como las otras. Cuando la
abrí, encontré dentro un papelito blanco escrito a mano: “Buscando amor. Calle
del Agua 5”. Por la noche me dirigí a esa calle, entré por la puerta sin
pestillo y a tientas en la oscuridad de la casa desconocida, busqué la
habitación y luego su cuerpo tibio. Le hice el amor dulce, suavemente, y me
marché antes de que amaneciera. La siguiente cajetilla que compré también era
distinta. “Ajuste de cuentas. Bar El Gladiolo”. A mediodía, cuando Justino
limpiaba la máquina de café y se giró para decirme grosero que el bar todavía
no estaba abierto, no se esperaba recibir por respuesta un disparo en medio de
la frente. Y otra cajetilla más: “Hijo muerto en el frente. Ancianato Luz del Ocaso”.
Pasé toda la mañana leyendo historias en voz alta para doña Estrella, una
hermosa anciana de trenzas largas que me llamaba “mi niño José”, mientras me
acariciaba la mano entre las brumas del Alzheimer. Hoy no había cajetilla para
mí en el kiosco de Lucila, pero sí una llamada a mi puerta. Antes de abrir, me
pregunto quién compró mi cajetilla esta mañana.
Texto
inédito
Laura Elisa Vizcaíno (1984)
Cobardía
A pesar de haber muerto hace siete años, mi abuelita apareció en
una reunión familiar. La recibimos con gusto y, como un acuerdo implícito,
nadie mencionó su condición de muerta, para no molestarla.
La velada transcurrió cómodamente, pero, al despedirnos, ninguno
de nosotros se ofreció a llevarla.
CuCos, Ficticia Editorial, 2015.
Alexandr Zchymczyk (1983)
Despedida devastadora
En
el andén de una estación de ferrocarril una dama se despide. Agita con fuerza
su pañuelo mientras el tren se aleja sobre los rieles. Cuando el último vagón
desaparece sus lágrimas comienzan a caer; luego cae su sonrisa, después los
brazos, sus senos, las piernas… hasta que sólo queda un montón de tristeza
sobre las vías y en el aire un tembloroso pañuelo blanco.
Descendencia imaginaria,
BUAP, 2014.
3 comentarios:
Selección de autores que fueron leídos al final de la ponencia: Las vacas sagradas de siempre. Los amigos. Los "no under".
Anónimo: La minificción es por sí misma "under". Y aquellos que llamas "vacas sagradas" se han ganado su sitio con trabajo, etcétera, etcétera. Si has tenido oportunidad de acercarte al par de libros que he compilado verás que la mayoría son lo que tú llamas "hunder". Este blog está abierto a la participación de todo minificcionista. Por cierto, sería más válido el reclamo si llevara firma. Y hasta ahora, el medio de la minificción, a diferencia de otros, es bastante amigable.
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