Juan Carlos Gallegos Rivera (Guadalajara, Jalisco, 1983).
Egresado de la Maestría en Estudios de Literatura Mexicana de la Universidad de
Guadalajara. Autor del libro La rubia despampanante y otras microhistorias
(Effictio, 2014). Algunos de sus textos de ficción aparecen en Antología
de cuento breve (Plenilunio, 2006) y Poquito porque es bendito.
Antología de microcuentos y cuentos breves (Universidad Iberoamericana
León, 2013). También ha publicado ensayos sobre la minificción en La estética
de lo mínimo. Ensayos sobre microrrelatos mexicanos (U de G, 2013) y Plesiosauro.
Primera revista de ficción breve peruana, además del ensayo “La música en
el espacio exterior. Canciones más allá de la atmósfera, 1961–2015”, publicado
en la revista virtual Replicante. Ha ganado una vez y ha obtenido cinco
menciones en el concurso de minificción convocado cada mes por Alberto Chimal
en www.lashistorias.com.mx Es también coautor de la obra de teatro infantil Un grito
ecológico.
Soldía
Ha amanecido. En el horizonte se
eleva una gran sandía luminosa que irradia su verde luz por el cielo, en el que
miles de peces rojos nadan bajo gigantescas ovejas flotantes. Hay mucho más que
podría mencionarse, pero Alicia no lo quiere ver. Con la ojeada que ha dado al
cielo tras abrir la ventana es suficiente para que haga una mueca de auténtico
fastidio y diga “otra vez el narrador anda de excéntrico”.
El
drama de un lápiz
Después
de comprarlo le dijo que juntos escribirían una historia, la primera de varias,
y él esperó pacientemente el momento en que se habrían de poner a trabajar, mas
éste no llegaba. Un día, el cajón donde estaba guardado quedó entreabierto. Se
asomó, y se dio cuenta de que aquel joven escribía sin necesidad de lápices o
borradores: usaba una computadora. En ella guardaba las historias, escritas en
papel cibernético, las cuáles modificaba cuantas veces quisiera, sin dejar
manchones, y escribía mucho más rápido que si lo hiciera a mano. El lápiz se
hundió en el cajón, con su cabeza aún intacta por el sacapuntas, y comenzó a
llorar. Su cilíndrico corazón estaba roto. Al día siguiente el joven, mientras
buscaba algo, descubrió junto al lápiz manchas de grafito, como si fuera tinta
que se había escurrido de una pluma.
[La rubia despampanante] 13
Se abre la puerta del elevador y sale una rubia despampanante.
Decido ir tras ella luego de observarla unos segundos, descaradamente. La alcanzo
y la tomo del brazo. Ella voltea y me mira. Voy a besar sus labios, sensuales
como los de Angelina Jolie, cuando Heráclito, quien también sale del elevador,
dice “ya no es la misma rubia”. Me doy cuenta de ello. La suelto y la dejo ir,
frustrado.
[La rubia despampanante] 14
Se abre la puerta del elevador y sale una rubia despampanante. La
observo descaradamente mientras camina durante unos segundos. Decido ir tras
ella. Cuando llego al sitio donde estaba cuando decidí seguirla, la rubia ya
está unos metros más adelante. Cuando llego ahí, ella está un poco más allá.
Cuando llego a ese nuevo lugar, ella ya avanzó más. Seguimos así por minutos.
Junto al elevador observa Zenón de Elea, quien me escucha exclamar desesperado
“¡malditos filósofos griegos!”.
El
soñador
A la memoria de S. E.
Sueño.
Sueño que Sueño. Oníricamente me observo soñar que sueño y también puedo
observarme observar que sueño. Me recuerdo soñando ya y también observándome
que soñaba. Y me sueño recordando que me observo soñar y me recuerdo
observándome recordar que soñaba y sueño observándome soñar que recuerdo
haberme observado soñar que me observaba soñar que recordaba haberme observado
soñar que soñaba y que soñaba que sueño que soñaba. También puedo observarme
soñando que ya había soñado que me imaginaría soñando que había soñado que me
imaginaba soñando que me observo soñar que sueño.
Contacto: Twitter @JnCrlsGllgs
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