Emilia Ortiz nació en
1917, en Tepic; desde pequeña mostró habilidad para dibujar y su inclinación
por la música y la literatura. En sus pinturas plasmó a habitantes de las
etnias cora y huichol de la zona serrana de Nayarit. Una de sus primeras
exposiciones fue en el Salón Verde del Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de
México. Desde 2010, la ex casa Aguirre, en avenida México y calle Hidalgo,
construcción del siglo XIX, se convirtió en el Centro de Arte Contemporáneo
Emilia Ortiz en honor de la pintora. En marzo 2009 se le concedió el grado de
doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Nayarit. A sus 93 años
falleció en la capital nayarita la mañana del sábado 24 de noviembre del año
2012.
Éxito
Salió provisto de una
brocha grande y abrazado a un bote de albayalde para reconstruir el gran
paisaje. Empezó por embadurnar los grandes lagos hasta dejarlos yertos, metió
las cerdas de puntas por entre las hendiduras y pintó todos los árboles del
mundo; se pintó a sí mismo, hasta quedar pegado de boca en el paisaje.
¿Quién compraría este
cuadro…? ¡Nadie!, por supuesto.
Cansado de esperar,
desalentado, llenó de nuevo su gran bote en la tlapalería de la esquina y con
nuevos ímpetus vació sobre la Tierra sus colores.
Esta vez, un gringo,
impresionado se lo compró en diez dólares.
Restos
“La deformación es
evidente. Allí los tenéis. Antes, como lo demuestran estos antiguos cuadernos,
donde terminan estos seres había unas prolongaciones que les servían de
sostenes y que les ayudaban a desplazare. Precisados obviamente al uso de
vehículos para transportarse de un lugar a otro, estos sostenes fueron
perdiendo fuerza y vigor, acabando por extinguirse, dejando, como único
testimonio de su presencia, estas pequeñísimas protuberancias o perillas, allí
donde empezaban las que debieron ser cabezas de dos huesos largos. Estos
seres-nalga (llamémoslos así), fueron convirtiéndose en tales, por el uso
excesivo de las máquinas antiguas de gasolina y el subsecuente desuso de sus
miembros inferiores que terminaron por atrofiarse hasta casi quedar reducidos a
la nada…”
Sacado de un estudio reciente, de las civilizaciones extintas
entre los años 1900 a 2000.
Fórmulas mágicas
Llevada por la curiosidad
de saber algo más, sobre la pintora Remedios Varo, escribí una larga carta a
esta y sabiéndola muerta, la deje en el sitio más favorable que encontré para
que ella lo recogiese. A las pocas semanas volví y encontré la respuesta; eran
algunas fórmulas mágicas inventadas por ella para pintar, que he aplicado
diligentemente con excelentes resultados: consiga un ave y extraiga de ella,
con una pinza, el secreto de su vuelo; construya edificios, castillos,
fortalezas, muros, puentes, barcas, triciclos, escalas, con el material
entubado que se expende en San Juan de Letrán No 5; baje al mar y recoja, con
una redecilla, el plancton marino; su variado diseño, le servirá para estimular
su imaginación; salga con Proust, en busca del tiempo perdido, aprenda a amar a
Apollinaire y a deleitarse con Jerónimo Bosco; elabore: velos, paños, tules,
flores; sombreros y parasoles; botones y encajes, con simples pelos de marta y
por último, —aquí parece temblar su menuda letra— mezcle a lo anterior la
gracia, en proporciones adecuadas.”
Confesiones
“Si tú no me amaras como
yo te amo, sería capaz de hacer quemar las plantas de mis pies. El fuego
treparía por mis rodillas como una lengua en llamas, alcanzando mis muslos y
abrasando mi cintura hasta rodear mis pechos que refulgirían como dos pequeñas
galaxias en espiral. Ardería mi pelo hasta consumirse quedando mis ojos
engastados en su estuche de cenizas. Mi última mirada llegaría hasta ti,
entrándote todo, como a la casa que nunca habité, para vivir y gozar del sol
que nunca obtuve, asomada al balcón de sus párpados, que no supiste entreabrir
para albergarme, quedando como una golondrina que mira entristecida desde
afuera, ¡prendida al alambre de su invierno eterno!”. —¿Pero quién escribió esa
cosa absurda?, dijo mi padre confundido al juntar mi cuaderno que resbalaba por
debajo de los almohadones del sofá-cama. Al oír aquello, mi madre se acercó y
leyó inquieta por encima de su hombro mi trágica determinación. Arrastrándome
hasta su habitación, cerró tras de sí la puerta: “se necesita una causa muy
grande para ansiar morir como Juana de Arco, en esa forma horrible”, pero al
ver mis ojos arrasados en lágrimas me dijo visiblemente conmovida:
“Confiesa, hija mía: ¿por quién osas pretender
sacrificándote así”. Con un haz de voz apenas perceptible respondí: por él, por
“Raphael”, pero júrame que no lo dirás a nadie, a nadie, imploré bañada en
lágrimas asiéndome a sus rodillas. Ella acarició mi pelo diciendo
melancólicamente: “¡A tu edad también ansié morir!, pretendiendo que nadie
supiese por quién…”
Apuntes
Cuando sometía su
inteligencia a las pruebas mentales que abundan en las revistas modernas, se
daba cuenta, que estaba dotado… de una asombrosa incapacidad.
Un líder de la era
cuaternaria, subió a una piedra y comenzó a hablar. Tanto habló, que al cabo
del tiempo, se encontró su brazo, transversalmente extendido, que abarcaba una
enorme porción de estrato geológico.
La forma de una silla
estilo Luis XIV, me hace pensar en una señora que charla sentada: las piernas
separadas y las manos en los muslos, en medio de una sala de espejos y consolas
de silenciosos mármoles.
Aquel ojo humano es el
fondo de la cisterna, es el reflejo del que se asoma a mirar: o acaso el del
habitante del agua que le examina curioso.
Aquella flor tan hermosa,
salía del vaso por las noches, provocando una extraña urticaria en los labios
inertes de aquél niño.
Era un tejido singular: de
día apresaba el error y de noche lo vaciaba, convertido en razón.
Érase un juego, en el que
todos los jugadores ganaban y el dueño desesperado, se arrojaba todas las
noches, por la ventana del casino.
Textos publicados en “El
cuento, revista de imaginación”
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