Mario Calderón (Guanajuato, 1951), profesor-investigador
del posgrado en Literatura Hispanoamericana de la BUAP. Poeta, cuentista y
crítico literario. Es doctor en Literatura Hispanoamericana. Líder del Cuerpo
Académico consolidado de PRODEM “Literatura y cultura mexicana: tradición y
ruptura”. Es integrante de RIA (Red de Investigación en Arte) y ha pertenecido
al Sistema de creadores con trayectoria por Bellas Artes, el FONCA, Guanajuato
y Puebla. Ha publicado artículos de crítica literaria y sobre lenguaje,
folclor, adivinanza y refrán, en Revista de Literatura mexicana
contemporánea, Semiosis y Escritos, etc. Así
como “La Novela costumbrista mexicana” en República de las letras de
Belem Clark editado por la UNAM. Algunos de sus libros son Suma poética,
Valparaíso Ediciones, España, 2014; Donde el águila paró (cuento),
BUAP, 2010; El gran libro de la adivinanza, Lectorum, 2006; Historia
y cultura mexicana a través del lenguaje, University of Texas at El Paso,
2010; La luz del topacio, ensayos sobre cuento mexicano, BUAP, 2010
y La estructura de la realidad derivada de la literatura, RIA, Red
de Investigación en arte, 2013 y Lenguajes en la poesía mexicana (entre
el canon y el folclore) UNAM, 2015.
El bufón
El bufón conversa con mi familia a
pesar de mi desagrado. Yo siempre lo estoy vigilando. Él, como pidiendo
aprobación, me mira a cada momento. Lo detesto porque en la calle dice de mí
cosas falsas y la gente se las celebra. Siento vergüenza de que hable porque sé
que está muerto. Ahora se presentó con muletas y sin dejar de hablar, sabe que
sólo existe si se expresa. Se me acaba la paciencia, no puede fingir, y lo
expulso de la casa con la fuerza de mi mente. Cierro la puerta. Comienza a
llorar amargamente sobre el tejado. La familia exige que lo deje entrar y él
entra acusándome de haberle cerrado la puerta. Me cuido de un muletazo.
Juntos otra vez
Te esperé en la nueva casa, hasta que
la incredulidad de mi familia por mis relatos de tu antigua compañía, me hizo
sentir que era un hombre morboso; pero esperé hasta que la espera me volvió
miserable.
Pero anoche, por fin, después de dos
meses y catorce días, te manifestaste. Fue sensacional, glorioso, fueron tres
golpecitos de antología. Yo estaba en la cocina y tomaba un jugo, mientras mi
hermana preparaba la cena. No te molestes por el miedo de mi hermana, ella aún
no tiene madurez. Te lo aseguro, en tu toque había afecto y protección.
En las noches, de nuevo, nos
comunicaremos a cada momento. Te buscaré por las habitaciones y en los
sanitarios, donde a veces te gustaba estar. Sin que tú me lo digas te
localizaré, sabré donde te encuentras sólo por el peso de tu presencia en mi
sensibilidad. Te platicaré como antes, en voz alta, mis problemas, mis
experiencias; tú me contestarás, como siempre, a través de mi imaginación. Y
durante el día, ya sé que te disfrazarás de espíritu protector de toda la
familia o que estarás metida en la jacaranda del jardín, y que ahí te percibiré
como a una cómplice.
El bicho
Una noche faltó la luz eléctrica en mi casa y mis ojos
aprendieron a mirar en la oscuridad. Con malicia rogué al bicho fatuo que se
manifestara, que produjera el acostumbrado barullo con el que me molesta en
otras ocasiones. Él, confiado en que nunca lo puedo visualizar, salió corriendo
y lanzando gritos de un extremo a otro: era un quiróptero raquítico. Di un
manotazo y lo atrapé con el puño derecho. Lo estaba asfixiando por su vanidad,
pero lo liberé porque me aguijoneó intenso y porque mi mujer, que es presuntuosa,
me recordó que el asesinato no está permitido.
Posesión
Malaquías era un campesino alto y enjuto que en los días de
invierno tomaba el sol con otros hombres sentado en una banca de la plaza del
pueblo. Malhumorado y neurótico, pasaba sus mañanas criticando ácidamente a los
transeúntes por cualquier motivo. Por su crueldad, algunas personas le apodaban
Caín y los niños atrevidos le gritaban “malascrías”.
Su actitud era ya muy notable entre la gente, tanto, que
las lenguas comenzaron a rumorar que estaba poseído por malos espíritus
porque además, su mujer, doña Secundina, contaba que Malaquías rechinaba los
dientes y sacaba espuma por la boca todas las noches.
Comía demasiado y su cuerpo continuaba magro.
Ella preocupada le mezclaba agua bendita en sus alimentos,
pero Malaquías cada vez se observaba con mayor intolerancia y enojo. Su
semblante palideció al grado de parecer transparente.
Secundina lo acompañó entonces al centro de salud para que
pidiera vitaminas. El médico mandó primero que le realizaran
análisis de orina y excremento.
La segunda vez que acudió a cita médica, se le ordenó que
tomara Flagyl, una medicina compuesta con hierbas amargas debido a que el
resultado de los análisis diagnosticaba que Malaquías estaba invadido por parásitos,
bichos en sus entrañas.
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