Amelia Domínguez tiene tres pasiones: la antropología, el periodismo y
la literatura, alternadamente y en ocasiones al mismo tiempo, a ellas ha
dedicado sus afanes desde hace más de tres décadas. Sus primeros cuentos
aparecieron publicados en 1981, en el cuadernillo Tiene que haber olvido,
editado por la Revista Punto de Partida de la UNAM; después vendrían el
colectivo Al vino vino, de la misma editorial y de manera individual: Después
de tanto silencio y En la boca del incendio, este último con dos ediciones y
una reimpresión en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Textos suyos
han sido incluidos en seis antologías, la mayoría de ellas publicadas en
Puebla. Además, tuvo el privilegio de publicar minificciones en El Cuento, revista de imaginación (1997),
antes de que desapareciera.
Ha recibido becas en el rubro de
escritores con trayectoria, en su natal estado de Hidalgo (2000-01) y en Puebla
(1997-98), donde reside desde hace más de dos décadas.
Como periodista cultural, ha
cosechado reconocimientos como el Premio Estatal a la Crítica Teatral, otorgado
por la entonces Secretaría de Cultura del gobierno del Estado de Puebla y
textos de su autoría aparecen en tres libros: Guillermo Cabello, trabajo y testimonios (L’anxaneta Ediciones,
Puebla 2007); Poeta de los Andes.
Homenaje a César Vallejo (Comp. Mara García, Instituto de Estudios
Vallejianos, Perú, 2008); e Historia de
la Música en Puebla (Conaculta-Secretaría de Cultura del Estado de Puebla,
2010.
Actualmente tiene una novela y un libro
de cuentos para niños inéditos. [1]
Juego inconcluso
Se encontraba desnuda en una inmensa pradera, tendida sobre el pasto. La
rodeaban cientos de conejos que jugaban saltándole encima, hurgando en su piel
con las naricillas, mordisqueándola como a hierba fresca.
Le gustaba que la acariciaran con el
tibio pelaje y retozar con ellos hasta quedar exhausta.
Sin embargo, cuando más placentero le
resultaba aquello, venía corriendo un hombre con un fuete en la mano y hacía
huir a los conejos.
Giró hacia la derecha: al verlo a su
lado como todos los días, sintió rabia y repulsión.
De la vida
Tomó el billete que el tipo le aventó sobre el colchón al salir y
lo guardó entre los senos. Oyó las campanadas del viejo reloj de Catedral
cuando se acomodaba las medias y se ponía la blusa. Las contó, le gustaba
oírlas, quería que siguieran tocando toda la noche.
Corrió la cortina que aislaba la cama
de las demás y salió a la calle que se encontraba bastante concurrida. Los
hombres pasaban a su lado lamiéndola con la mirada, preguntando y diciendo
obscenidades. Tenía ganas de escupirlos en plena cara, pero se limitó a
masticar con fuerza su chicle.
Después, a solas, en el frío de la
madrugada, su mano le transmitió un calor amoroso que se alojó entre sus
piernas.
Jazz
Ni siquiera puedo darme el lujo de ser original: lo de siempre, lo de
todos.
Bueno, tal vez la única variación sea
la cinta de jazz que está puesta ¿qué te parece?
La compré especialmente. Es una música
que escuché en un concierto al que entré al azar y me salí antes de que
prendieran las luces porque no tenía ganas de ver a nadie.
Después me fui a pie hasta tu casa pero
no te encontré. No sabes las ganas que tenía de hablar contigo; de contarte
todo lo que estaba sintiendo. Y al no hallarte no tuve más que venir a
encerrarme en mi hoyo y sólo salí en la mañana a comprar la cinta.
La he puesto como cincuenta veces
está muy gastada; guárdala o tírala, como prefieras.
En el aparato, un solo de sax emite sus
notas.
Le subió el volumen y se metió al baño.
Margarita está lindo el mar
El mar antiguo Edipo
Que me recorre a
tientas
Desde todos los
siglos
Xavier
Villaurrutia
Nació sobre la arena, como las tortugas. Un leve vientecillo y el canto
de las caracolas en su oído le despertaba maternalmente cuando niña.
Los dones del mar no tenían límites y
los disfrutaba para ella sola: estrellas, hipocampos, conchas para armar castillos;
perlas, corales, nácar para adornar su juventud. Su gula insaciable se
deleitaba con los manjares más exquisitos y variados, crudos o cocidos.
De tarde se distraía mirando el ocaso,
le gustaba el momento en que el sol era tragado por el mar, y se extasiaba
mirando romper las olas contra los acantilados una y otra vez,
interminablemente. Le producía una mezcla de ira y placer el paisaje infinito,
azul, inabarcable. Pasaba horas así, hechizada.
Eran períodos de calma, días soleados
propicios para navegar y descubrir nuevos horizontes.
Inquieta y curiosa, se dejó conducir
por sus impulsos: se internó en el océano, siguiendo la Rosa de los Vientos
hasta Ultramar. Exploró otros continentes viajando por largo tiempo, alejada de
su origen.
Las huellas de sus pies en la arena
comenzaban a borrarse.
Llegó la época de huracanes y
tormentas, y Margarita sintió el reclamo de su pedazo de mar. Decidió volver
contra viento y marea, luchando por mantenerse a flote. La resaca la
depositó por fin en playas conocidas.
El mar la acogió con ternura. Le tendió
los brazos bañándole los pies, deslizándose sobre su fatigado cuerpo.
Margarita se deja cobijar con la blanca
tibieza y se abandona al arrullo de las olas. Ellas cabalgan traviesas sobre su
piel, que empieza a cubrirse de finas escamas.
Escarabajos
La vida es sueño
Pero también suele
ser una barca,
O mejor, un submarino
amarillo;
Aparte de que siempre
Será una mierda.
Quince años y canciones de Los Beatles era todo lo que tenías para
anteponerlo como escudo al tedio, a los gritos de tu hermanito a los chismes de
las vecinas y a la suciedad que te rodeaba. Te pasabas horas pegada al radio,
con los sueños dorados, que al apagarlo se convertían en desteñida vigilia.
En ocasiones te sentías Ana o Julia,
otro día Prudencia, Mary la del corderito o cualquier otra, menos la que
realmente eras.
Un largo y sinuoso camino recorrías a
diario de u casa al mercado; comprabas lo indispensable y regresabas a hacer la
comida para cuando llegara tu padrastro y después tu mamá, del trabajo. Si no
lo hacías, te esperaban twist y gritos, de ambos.
Afortunadamente, cuando salías al pan,
encontrabas a Jorge, con quien emprendías un viaje fantástico y misterioso, se
perdían en un bosque noruego, llegaban hasta unos campos de fresas, donde
comían hasta hartarse, para terminar en la panadería, con un pastelito.
En tu casa el Sargento Pimienta y Lady
Madona nunca se llevaron bien. Tú y George, sí. Y lo mismo hubiera sido con
John, con Paul o con Ringo, los cuatro eran fabulosos, aunque tuvieras que
soportar sus infidelidades.
Cuando empezaron a aparecer noticias de
que se casaban, trataste de mantenerte más ocupada que de costumbre, para no
pensar en ello, y después, cuando el grupo se desbarató, se deshicieron tus
sueños a gotas y el radio permaneció mudo por mucho tiempo.
Tus cumpleaños se han ido acumulando
tanto como los trastos sucios y la basura, pero aún te gustan los escarabajos:
imagina que eres Lucy en el cielo de brillantes, y que tal vez, cuando
tengas sesenta y cuatro años…
Textos del libro de cuentos: Después de tanto
silencio
[1] Semblanza y textos cortesía
de la propia Amelia Domínguez
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