martes, 1 de febrero de 2011

Marcial Fernández



Editor y escritor, Marcial Fernández nació en la Ciudad de México en 1965. Posee estudios en Filosofía por la UNAM. Con el pseudónimo de Pepe Malasombra tiene publicados siete libros de tauromaquia. Con su nombre es autor de la novela Balas de salva (2003), del microrrelatario Andy Watson, contador de historias (varias reediciones) y el cuentario Los mariachis asesinos (2008). Es fundador y editor de Ficticia Editorial, sello especializado en cuento hispanoamericano contemporáneo.



Transmigración

Nunca le dijeron que los suicidas no reencarnaban.


El caníbal

El hombre de la isla desierta se convirtió en caníbal. De entonces data su misteriosa desaparición.


Looser

Cuando juego botella siempre pierdo y acabo desnudo. Y eso que me gusta jugar a solas.


Vitalista anónimo

Para dejar de fumar, leí un libro que contaba los horrores del cigarro. Para dejar de beber, leí otro que contaba los horrores del alcohol. Días después, luego de leer un escrito que contaba los horrores de la vida…


La sentencia
a José de la Colina

Antes de que Heráclito de Éfeso dijera su celebérrima frase “nadie puede entrar dos veces en el mismo río”, los cocodrilos del Nilo ya lo sabían.



El fumador

Dicen las malas lenguas que cada cigarrillo que un ser humano fuma, equivale a cinco minutos menos de vida. Por ello, a Gonzalo García Leyva ―de quien un adivino dijo que sería un fumador empedernido― le faltó tiempo siquiera para nacer.


Andy Watson, contador de historias

Se castigaba con severidad a todo aquel que escribiera una mala historia.
            Andy Watson supo de este ajusticiamiento: luego de publicar su primera novela, misma que era aburridísima, los soldados del emperador simplemente le cortaron las manos.
            Los revisteros de moda reseñaron el hecho. Dijeron que Watson sería siempre ―de permitírsele seguir escribiendo― un pésimo escritor, y se olvidaron de su nombre.
            Andy Watson, sin embargo, aprendió a escribir con los pies y publicó otro libro. La ley, en esta ocasión, de nueva cuenta fue implacable: le cortaron las piernas.
            Watson ya no publicaría más obras. En cambio gustó de contar cuentos, invariablemente insulsos, en el ágora del pueblo. Todos los que por casualidad lo oían, temerosos de perder las orejas ―según el más reciente decreto―, le arrancaron la lengua.
            Hoy, lo único que hace es tomar el sol en una banca del parque, y quien lo mira, piensa inevitablemente en una buena historia…

Sitio web: www.ficticia.com
 

1 comentario:

Esteban Dublín dijo...

Manolo:

Marcial Fernández es una referencia de la hiprebrevedad mexicana contemporánea. ¿No sería posible conocer más microrrelatos de él, no necesariamente tan hiperbreves?

Un abrazo.