Ailed Álvarez pertenece a la primera
generación del taller juvenil de escritura de José Luis Velarde iniciado en
Ciudad Victoria Tamaulipas, en 1993. Publicó en la revista A Quien Corresponda. Participó en la antología Se
murió Minineitor, ya no duermo tranquilo mamá. Durante su época de estudiante participó como
promotora cultural con el Festival Juvenil Jardines del Arte, del 2000 al 2003,
con este proyecto obtuvo junto con un grupo de jóvenes la beca PACMYC por el
ITCA Y CONACULTA en 2002. Es egresada de la carrera en Ciencias de la
Comunicación, por la Universidad del Valle de México, Lomas Verdes, Estado de
México. Estudió la maestría en Mercadotecnia en el Instituto de Estudios
Universitarios en Puebla. En el ámbito profesional se ha desarrollado en las
áreas de mercadotecnia en diferentes empresas; ha sido colaboradora y
conductora de programas radiofónicos. Coordinadora de Contenidos Especiales en
el portal de El Mercurio de
Tamaulipas; maestra en la
carrera de Ciencias de la Comunicación y Coordinadora de Educación Continua de la
Universidad La Salle Victoria. Además se empeña en escribir.
A casa
Yatzil regresa al hogar
sobre su dragón de plata. Las luces esmeralda resplandecen a lo lejos. Se
estremece con la humedad de las nubes, cierra los ojos. Un autobús surge de la
oscuridad con un chirrido. La impacta por el lado del conductor. El dragón
exhala antes de morir y las llamas la impulsan el último trecho hacia el
castillo. Ahí, entre abrazos, ella sonríe. En casa, reciben su cuerpo, no la
reconocen.
La fuente del
tiempo
En mi carrera por
encontrar la fuente del tiempo, perdí la sensación de mis piernas, también el
conteo de los días. El color de tu rostro y la ligereza de tu cuerpo
desaparecieron, te volviste una carga. En tus venas aún quedaba tiempo, muy
poco para ti pero suficiente para mí, decidí no continuar la búsqueda y te bebí
hasta el último minuto.
Deseos cumplidos
—Tengo sueño —le dije a
Fernando. Él me vio con desprecio sin dejar de masticar un trozo de carne con la
boca abierta. Harta del espectáculo subí a la recamara. La imagen de la comida
en su boca me atormentó, no pude dormir. Hacía calor. Pensé ir al patio para
refrescarme. Las estrellas aparecieron ante mí. El viento me despeinó. Busqué
un cepillo sin encontrarlo. Una estrella cayó con suavidad para adornar mi
cabello alborotado. Sentí la brisa del mar ligera, casi fría. Supe cuál sería
mi siguiente deseo: escuchar los alaridos de Fernando en el infierno; de
inmediato sentí un breve temblor.
Los
gritos no pararon.
Amor
acabado
En la calle deshojas tu espíritu,
pierdes la mirada en un camino ajeno; lo perturbas con tu boca desesperada, que
descorazona. Tu tacto congela las almas que toca: las absorbe; tu aliento
enardece.
Tu reflejo
desfigura los finos rasgos, los rasga, te rompe en piel árida, roída; convierte
tus ojos en vacío, cuencas inundadas de un frío adolorido, miradas de muerto al
matar. Tu sonrisa es una serpiente que me alcanza.
Mi reflejo te
persigue, te hurga, te ruega. Mis ojos te gritan, te insultan, mi voz encuentra
huecos, distancias.
Amor acabado.
Anfiteatro
El gris perdura en el exterior, quizá
adentro también. Los ojos se ponen tristes; se funden en ellos las sombras, el
dolor, la muerte. El cuerpo desnudo en el intenso frío.
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