sábado, 20 de septiembre de 2014

Ailed Álvarez


Ailed Álvarez pertenece a la primera generación del taller juvenil de escritura de José Luis Velarde iniciado en Ciudad Victoria Tamaulipas, en 1993. Publicó en la revista A Quien Corresponda. Participó en la antología Se murió Minineitor, ya no duermo tranquilo mamá. Durante su época de estudiante participó como promotora cultural con el Festival Juvenil Jardines del Arte, del 2000 al 2003, con este proyecto obtuvo junto con un grupo de jóvenes la beca PACMYC por el ITCA Y CONACULTA en 2002. Es egresada de la carrera en Ciencias de la Comunicación, por la Universidad del Valle de México, Lomas Verdes, Estado de México. Estudió la maestría en Mercadotecnia en el Instituto de Estudios Universitarios en Puebla. En el ámbito profesional se ha desarrollado en las áreas de mercadotecnia en diferentes empresas; ha sido colaboradora y conductora de programas radiofónicos. Coordinadora de Contenidos Especiales en el portal de El Mercurio de Tamaulipas; maestra en la carrera de Ciencias de la Comunicación y Coordinadora de Educación Continua de la Universidad La Salle Victoria. Además se empeña en escribir.



A casa

Yatzil regresa al hogar sobre su dragón de plata. Las luces esmeralda resplandecen a lo lejos. Se estremece con la humedad de las nubes, cierra los ojos. Un autobús surge de la oscuridad con un chirrido. La impacta por el lado del conductor. El dragón exhala antes de morir y las llamas la impulsan el último trecho hacia el castillo. Ahí, entre abrazos, ella sonríe. En casa, reciben su cuerpo, no la reconocen.


La fuente del tiempo

En mi carrera por encontrar la fuente del tiempo, perdí la sensación de mis piernas, también el conteo de los días. El color de tu rostro y la ligereza de tu cuerpo desaparecieron, te volviste una carga. En tus venas aún quedaba tiempo, muy poco para ti pero suficiente para mí, decidí no continuar la búsqueda y te bebí hasta el último minuto.


Deseos cumplidos

—Tengo sueño —le dije a Fernando. Él me vio con desprecio sin dejar de masticar un trozo de carne con la boca abierta. Harta del espectáculo subí a la recamara. La imagen de la comida en su boca me atormentó, no pude dormir. Hacía calor. Pensé ir al patio para refrescarme. Las estrellas aparecieron ante mí. El viento me despeinó. Busqué un cepillo sin encontrarlo. Una estrella cayó con suavidad para adornar mi cabello alborotado. Sentí la brisa del mar ligera, casi fría. Supe cuál sería mi siguiente deseo: escuchar los alaridos de Fernando en el infierno; de inmediato sentí un breve temblor.
Los gritos no pararon.
            
                                                                                                         
Amor acabado

En la calle deshojas tu espíritu, pierdes la mirada en un camino ajeno; lo perturbas con tu boca desesperada, que descorazona. Tu tacto congela las almas que toca: las absorbe; tu aliento enardece.
Tu reflejo desfigura los finos rasgos, los rasga, te rompe en piel árida, roída; convierte tus ojos en vacío, cuencas inundadas de un frío adolorido, miradas de muerto al matar. Tu sonrisa es una serpiente que me alcanza.
Mi reflejo te persigue, te hurga, te ruega. Mis ojos te gritan, te insultan, mi voz encuentra huecos, distancias.
Amor acabado.


Anfiteatro

El gris perdura en el exterior, quizá adentro también. Los ojos se ponen tristes; se funden en ellos las sombras, el dolor, la muerte. El cuerpo desnudo en el intenso frío.

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