martes, 20 de mayo de 2014

Óscar Martínez Molina


Oscar Martínez Molina (Yajalón, Chiapas, 1958). Ha participado en los talleres de escritura: Laboratorio de Escritura Autobiográfica (poeta Víctor Sosa) de la Facultad de Filosofía y Letras UNAM. Y en el de Cuento (Leo Mendoza) de la  Escuela de escritores Sogem. Primer lugar en la categoría de cuentos del Concurso de Creatividad literaria Pemex 2007, con el cuento “La aguja de arria”. Su cuento “Le juro que fue la luna” forma parte de la antología Más cuentos irónicos (Selector). Publica sus cuentos desde 2003 en La página de los cuentos. Y participa en el Blog: Médicos Mexicanos por la cultura y el arte. Es médico Cirujano Ortopedista por la UNAM. Profesor de posgrado del curso de Ortopedia y traumatología UNAM. Autor de artículos de la especialidad. Coautor del libro: Patologías del hombro (Ed. Alfil). Actualmente en proceso su primer libro de cuentos (Endora ediciones), y en formación, la serie de mini-relatos Laberintos, de la que se desprenden estos cinco minis.



Laberinto

Preguntaron a un sabio, cuál era, según su parecer, el laberinto más intrincado y difícil que un hombre puede enfrentar. Recordó aquellos pasajes literarios y descriptivos de los impresionantes laberintos ingleses, cubiertos de verde follaje en donde reyes y príncipes se jugaban el trono. Se asomaron también a su mente, los intrincados recovecos de blancas piedras y rojos adobes, mencionados en las obras árabes. La imagen del desierto, claro está, que sin ninguna sola pared, ni surco, encierra al hombre, que vaga perdido en aquella inmensidad. El sabio cerró los libros, entornó la mirada al infinito, y dijo, a modo de respuesta:
—Los ojos de una mujer. Esa entrada al laberinto en la que el hombre, infeliz, se enreda y se pierde a cada paso.


¡Laberinto en el trópico!

Se internó en el tropical laberinto del cañaveral. Arrinconado entre serpientes, sofocado por los calores de cuarenta y tantos grados,  sucumbió con la desilusión de la promesa no cumplida. Al final de aquel laberinto, la joven, desnuda de la cintura para arriba, abanica su torso, echa a volar al viento sus húmedos cabellos. Espera ansiosa. Y en efecto, en su mano izquierda sostiene para él un vaso de ron con hielos. Exactamente como dijera la promesa.


Laberinto ciego


Se aventuró ciego en el laberinto de su cuerpo, y comenzó a recorrerlo desde la punta de los cabellos. El primer escollo librado fueron los ojos. El siguiente los labios. Ascendió confiado las colinas de los senos. Y se quedó atrapado en el centro de aquel universo.
Another one bite the dustexclamó la bella diosa, mientras extraviaba la mirada al infinito. Uno más que muerde el polvo.


El laberinto y la joven

La joven preguntó al extraño caminante:
¿Cómo es el laberinto?
Él la vio a los ojos y preguntó a su vez:
            ¿Quieres entrar?
¡No! ¡Me da miedo! respondió ella enseguida.
El hombre echó a andar despacio, en su rostro se dibujaba una sonrisa. Se detuvo y volteó hacia la hermosa joven:
Comienza a buscarte, hace varias lunas que estás dentro.
Continuó su camino.


La angustia del laberinto

La verdadera angustia no era saberse perdido en su laberinto sin hallarla, sino desconocer si ella recorría también el mismo laberinto.
Esa esperanza lo mantenía vivo. Vagando en soledad.
Ella, por su parte, se había asomado al laberinto, justo al inicio, pero dio media vuelta y se alejó.
La libertad era lo suyo. Lo de encrucijadas y laberintos, habían sido pavadas que dejaba a Borges, y desde luego, a locos de sueños, que podían andar y desandar con el correr de los tiempos.

1 comentario:

Stella Echeverría dijo...

Hermoso, de un erotismo sútil, elegante, envolvente, inquietante... Felicidades....