viernes, 5 de julio de 2019

Paulo Verdín



Paulo Verdín (Guadalajara, Jalisco, 1978). Es licenciado en Derecho y en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. También es maestro en Literatura Mexicana por la misma casa de estudios. Ha participado en diversas antologías literarias nacionales e internacionales: El microcuento en el lenguaje radiofónico: análisis de sus formas discursivas (2012), Poquito porque es bendito (2013), Minificcionario de amor, locura y muerte (2013), Ambiente reflexivo. Escritura que inspira conciencias (2014), Internacional microcuentista. Revista de lo breve (2015), Vamos al circo. Minificción Hispanoamericana (2016), Plesiosaurio. Primera revista de ficción breve peruana (2016), Cortocircuito. Fusiones en la minificción (2017), Hemisferios: Alianzas de la táctica a la práctica (2017), Antología de microrrelatos policiales (2017) y Para comerte mejor (Caperucita roja a través de los siglos) (2019). Estudia el doctorado en Humanidades de la Universidad de Guadalajara y coordina la editorial de textos breves Effictio Editores. Twitter: @PauloVerdin



Se busca

Mató a su niño interior con el nudo de su corbata. Recompensa: sueldo inicial base y prestaciones de ley.


Las mil y una noches: la microserie

I
Su insomnio era tan grande, que en vez de contar borregos, contaba noches.

II
Estaba cansado de cuentos: “que si esto, que si lo otro, que si los niños, que si el dinero...” El sultán nunca entendió a Sherezade.

III
“Todos los hombres son iguales, nunca escuchan”, pensó para sus adentros Sherezade, mientras repetía otra vez la misma historia.

IV
“Me gustas cuando callas”, dijo el sultán a Sherezade en la mil y dos noches.

V
“¡Esos son puros cuentos!”, gritó el sultán iracundo, “exijo que me digas con quién estuviste esas mil y una noches”.


Apocalipsis creativo

Cierro la ventana para imaginar historias. Sufro. Mis personajes siguen borrosos, sucios, empañados, sin tener vida. La contaminación los ha alcanzado.


Cuauhtémoc

Todo estaba perfectamente planeado: el aceite hirviendo, las brasas al rojo vivo, la quema de los pies, también un confesor. El tesoro de Moctezuma finalmente sería suyo, pero falló algo, se olvidaron de llevar un traductor.


—Me quiere… no me quiere… me quiere…

Al desprender la última hoja, descubrió con gran tristeza, que no era cierto lo que decían sobre el trébol de cuatro hojas.


No hay comentarios: