miércoles, 24 de julio de 2013

Genny Guadalupe Chávez Rodríguez


Genny Guadalupe Chávez Rodríguez nació en Tizimín, Yucatán y desde temprana edad se apasionó por las letras y las bellas artes. Se encontró con la minificción en el 2007 cuando por curiosidad  se inscribió en el taller de minicuentos  de Ciudad Seva en el que permanece hasta la presente fecha con el seudónimo de Marina Calderón Medina.
Divide su tiempo entre su profesión de maestra de artes plásticas y su pasión por la escritura. La poesía que fue su primer amor deja su constancia en el delicado lirismo de su narrativa. Seguidora fiel de las obras de Octavio Paz, Manuel Acuña, Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Cernuda y Amado Nervo entre otros. Es autora de temas que cuestionan el alma y la naturaleza humana con profundidad y al mismo tiempo rescata seres que van cayendo en el olvido en la literatura.  En sus páginas conviven elfos, hadas, duendes, árboles que cobran vida para sumarse a la lucha por salvar al ser humano y al planeta en el que vivimos.
El abrazo del silencio es su primer libro de minificción de donde extrae dos textos que se presentan con otros tres de un nuevo proyecto.



El aniversario

Se abrió la reja de entrada y sin mirar supe que era tía Cecil. Invariablemente los viernes venía para la hora del café, nunca más tarde, jamás más temprano; rayando las cinco, la veía aparecer con esa sonrisa dibujada en su rostro que no se borraba ni en los peores momentos. Podía ser que disfrazara un profundo dolor, quizá el abandono de tiempos felices.
Ese día, después de mucho tiempo desde la última vez, mamá había hecho panecillos de arroz, mis preferidos. Los sirvió como era su costumbre pero en esta ocasión usó una canasta de rafia tejida, que yo hice una tarde, atrapada dentro de la casa a causa de la lluvia, mientras ella me contaba cosas de su infancia que me enternecían.
Tía saludó al entrar y se sentó, ambas notamos que en el rostro de mamá había un acento de tristeza; movía su té tratando de evitar alguna lágrima furtiva y contemplaba los panecillos sin intención de probarlos.
Aún no me atrevía a dejarla y la acompañé en su llanto silencioso.
Tía se acercó a mí con la intención de aligerar el momento y me dijo:
Se siente sola, llegará a conformarse, entonces podremos irnos.


El día siguiente

El día estuvo extraño con un sol cálido y una brisa estacionada, las flores del jardín no abrieron, como si supieran que ya no estaría él para admirarlas.
En la cocina los trastes, en perfecto orden, parecían temer que yo fuera a echar a perder una tarea que nunca más será repetida por las mismas manos.
Salí despacio sin tocar nada.
En el baño, dejó su recuerdo en cada espacio.  
Ahora, mientras el agua me recorre el cuerpo en un intento por lavar la angustia, no puedo quitar la mirada de una toalla que quedó olvidada.
Pienso que también la gente que muere debería de hacer equipaje.
Son tristes sus cosas abandonadas.


El mes de abril

En el mes de abril, cuando de los campos eran señores los grillos, las altas veletas movidas por el  viento, dejaban oír el eco de su tonada diaria.
La  mula, atada a la noria y dando vueltas, soñaba que  volaba. Yo, en mi afán de escapar, cerraba los ojos y  salía en pos  de ella.
Juntas, ella y yo, nos volvíamos  libres como el viento. Mis dedos rozaban los  maizales, levemente, frenando apenas el vuelo loco. A ella le gustaba quedarse quieta como una nube más en el cielo, y en sus ojos se leía la ensoñación por parecerlo.  
A mí me gustaba convertirme en la rama de algún árbol, por esa sensación de permanencia y de sentirme parte de ese algo tan verde, florido y besado por el viento.
Y cuando sentíamos nuestro el mismo cielo y toda la música del universo, un grito de adversidad nos despertaba del dulce sueño. De nuevo en la tierra, ella mula, dando vueltas y yo, la niña de las largas trenzas, abrazadas por el mes de abril  intercambiábamos una sonrisa cómplice.


Extraño vuelo

Silencio, apenas interrumpido por una brisa suave que no llega a ser viento, y trae de alguna parte pétalos que perfuman y dibujan figuras en el aire, crean mundos mágicos sobre el pasto. La niña se pierde en uno, se esfuma su pequeño cuerpo detrás de todos los colores; como un camaleón, desaparece.
Disfruta la libertad que le da ese mimetismo, pretende que el silencio sigue ahí. Que no lo ha roto la voz áspera de su madre.
¿No escuchas que te llamo?, ¡malvada criatura!, eres un castigo de Dios.
Quisiera no escuchar, ser solo un pétalo, la canción del viento.
La toman del brazo y la levantan con violencia, siente dolor. Los pétalos son ahora basura en el suelo, dejan al descubierto un rostro pálido enmarcado por el tono bronce del cabello que, sujetado en dos trenzas, luce desmayado sobre la espalda.
La arrastran del brazo, en una especie de vuelo rápido, sus pies apenas se posan en el suelo. Pierde un listón del cabello, con un torpe movimiento trata de recuperarlo mientras se siente sacudida.
¡Deja de llorar o te doy motivos para hacerlo! ¿Por qué lloras?
Porque vuelo, mami, ¿no viste como vuelo?


Problema de tránsito

La carretera estaba cubierta completamente por la niebla y la visibilidad era nula. Siguió avanzando con dificultad y mucho temor por lo que pudiera venir y estrellarse contra él. Arrepentido de enfrentar la situación y no haber esperado a que despejara, pensaba también en el riesgo de ser alcanzado por detrás, ya que no podía avanzar con rapidez. Su corazón latía con fuerza por la peligrosa situación en la que se encontraba.
La densa neblina parecía haber habitado a la vaca que caminaba con toda su calma en medio de la carretera sin que siquiera se insinuara su cuerpo, pasaba completamente inadvertido. Contrario al estado de ánimo del hombre, ella rumiaba un bocado de pasto disfrutando de la frescura del ambiente, muy tranquila y segura.
De pronto, el hombre vislumbra a los lejos un tramo de la carretera ya despejado. Loco de contento, emocionado por sentir que estaban fuera de peligro, gira, abraza a la vaca y le dice:
Mi reina, nos salvamos ¡ahí está la entrada del rancho! Mi chula, no vuelva usted a escaparse.



6 comentarios:

Don Nicandro dijo...

Me gusta que en tus escritos siempre sacas algo bueno que da fuerza.
Textos que saben de tristezas sin dejar agobiada el alma, además de un sentido del humor muy fino. Felicidades

Edith Vulijscher dijo...

Querida amiga, que yo te quiera tanto no me quita objetividad para valorar tus escritos, tanto cuentos como poesías, muchos transmiten tristeza, como el que narra sobre violencia infantil, o los sueños de la niña atada a la voluntad de sus mayores como la mula, otros la nostalgia por la pérdida de seres queridos, pero pese a eso nunca hay golpes bajos, ni impactos imposibles de metabolizar para el lector, y en todos hay poesía, ternura y esa suavidad que te caracteriza en todos tus actos. Esta antología es un merecido reconocimiento a tu talento. Deseo que muchos lectores puedan disfrutarla.

Luis Gerbaldo dijo...

La niña, la brisa, la fantasía, se unen, se cruzan, se hacen relato para nuestro deleite. Gracias por darnos estas historias.

Anónimo dijo...

Muy bello

Omar Julio Zárate dijo...

Marina- Genny, qué decirte. Me encantan tus cuentos. Siempre con fantasía y vuelo poético. Me alegra verlos en este blog.

Zeev Galkin dijo...

Hermosa trenza de relatos l[iricos.
Zeev Galkin