lunes, 17 de septiembre de 2012

J. Andrés Herrera


J. Andrés Herrera escribe porque quiere. Nació en Cuernavaca, Morelos, en 1990. Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha colaborado con poesía y cuento en algunas publicaciones impresas y digitales como Punto en línea, Habitantes de Moria, Estro, Hotel, La Piedra y Radiador Fanzine. Colabora habitualmente con la revista Tajo de Lima. Es escandaloso. Fuma reggae y baila maconha. Le gusta la cumbia futurista.

La lista

Antonio Arisca, gramático de profesión y vicio, famoso trotamundos, supo que pronto moriría. Leyó la última línea de las cosas que se propuso hacer antes de morir.
Me falta una acción en subjuntivo: que odie la gramática.
          Rio. Cerró el libro. Pensó en todos los paisajes perdidos año tras año por leer durante los viajes. Evocó con fuerza y sintió un odio incontrolable. Se puso rojo,
rojo,
rojo,
y fue cayendo en silencio, sorprendido, con la pluma sobre el papel, en un intento de tachar esa última línea.
...

Y así su cuerpo se vuelve una quemadura todo con las rodillas flexionadas a la altura de la cara.  Se suceden estelas llameantes. Siente la vibración del piso, suspendido en vértigo, flotando a 80 kilómetros por hora. Una roca incandescente su existencia penetrando el túnel oscuro como misil.
Abre los ojos y el pasillo se alarga infinitamente. Nada ocurre más que lo inmediato. Todo se repite en una segunda narración del mundo. Se reinventa este placer, esta sensación de, este placer, esta sensación de, este placer, esta sensación de incendio; y entre ambas rodillas mete la cabeza. Nada pasa en el silencio.
De pronto, como colibrí estampándose contra el concreto, una seca desconexión del vuelo. Un derrame a tropel. Diez mil hojas muertas cayendo al mismo tiempo.
Se estira. Alzando la cabeza, mira todo. Recorre el lugar. Lo siente revelarse en profundidad y superficie. Apoya la espalda casi recta. Aprieta el puño. En la palma quema la humedad. Un zumbido como hormigueo vibra en su piel, asciende hasta los oídos. El chirriar del movimiento, el romperse de las cosas. Lleva el puño a la nariz. Cierra los ojos. Inhala.


Ese baile

Inicias con tus voces. Una boca se abre y derrama pájaros sobre el suelo. Aquí sentado siento cómo todo final cabe en cualquier momento y de antes, nunca, siempre, después, de una cueva escapa niebla que invade un cuerpo; es tu mi su cuerpo, el cuerpo ése que andamos descubriendo. La llama que no se apagó después de la ceguera. Lo miramos. ¿Cómo chingados llegamos a esto?, pregunta un ave. Bailamos, sordos, sobre las plumas, en silencio.


La noche

En alguna calle de la ciudad, cerca de un charco, descansa un panfleto; apenas seco, poco legible, pero conserva las palabras suficientes para rescatar la idea de su existir.
En cierta casa de la gran urbe, una mujer prepara la cena. Sabe que su muchacho llegará en cualquier momento, después de un día cansado.
En una avenida enorme, un camión del transporte público se marcha luego de bajar algunos pasajeros. Un chico camina rumbo a casa. Las pequeñas gotas lo obligan a andar cabizbajo.
Mira un papel tirado y lee unas palabras decisivas. Ahora sabe lo que tiene que hacer. Camina deprisa. Al llegar a casa, saluda a su madre y se dirige a la habitación. Dentro de una caja de libros toma una escuadra .380. Sin meditarlo, lleva rápidamente el arma a su boca y dispara.
En algún eco de la humanidad, se ha silenciado un palpitar joven. Una mujer espera que su hijo baje a cenar, un panfleto se deshace con la lluvia; y la civilización inexorablemente avanza. Nadie descansa en la ciudad.


Afrodita

Hoy duermo entre sus piernas. Mi aposento son sus brazos. Ella sabe entregarse. Su desnudez me embelesa.
Despierto. Se marchó. Me tengo que ir. Yo solamente sé desear. Su madurez me envilece.
Inasible
Sentado, tembloroso, bóxer abajo. Metí el estuche a la bolsa derecha del pantalón. Todo iba dentro. No dejé que saliera el humo, pero seguramente escapó un poco de mi boca. Ansioso, esperé un rato para que se limpiara el aire.Luego de cruzar la puerta: un empujón abanicando para sofocar el olor. Camino al local, atravieso la habitación. La sala contempla a esa señora dormida. Paso lento. No se vaya a dar cuenta, pienso.Llego a la pantalla, jalo el banco. La internet. Gracias, Lo Supremo, por la Internet. Youtube, Coltrane, Blue train, diez minutos. Jazz.
Regresó el humo. Arde la canción.

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