sábado, 27 de agosto de 2011

Iliana Vargas


Iliana Vargas nació en la ciudad de México en 1978. Escribe narrativa y poesía, y se especializa en el cuidado editorial. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha colaborado en las publicaciones impresas y electrónicas Asfáltica, Axxón, Azoth, Blanco Móvil, Cariátide, Brevedades literarias, Cronopio, Hysterias, Grietas, Pasquín Literario y Fatal Espejo, así como en programas radiofónicos dedicados a la literatura. Su trabajo se ha incluido en las antologías de cuento y poesía: Códices en el asfalto. Narradores de la ciudad de México 1970-1990. Generación literaria del Bicentenario (2010); Antes de que las letras se conviertan en arañas (2006); Segunda palabra (2006) y Hasta agotar la existencia III (2007).



Disfraz

Regresaba de un baile de disfraces. Había escuchado la música desde un respiradero de toronjil. Su cuerpo se desconfiguraba cada tanto a causa de los estertores provocados por los piquetes clavados en sus oídos: la música, cántico de avispas embravecidas, le provocaba parpadeos incontrolables. Salió con premura, perseguida por el zumbido que no cesaba, que perforaba todas sus terminaciones nerviosas.
Amanecía cuando entró al edificio. Abrió la puerta del departamento deseosa de algodón para sus oídos, preguntándose si le servirían las almendras que había dejado remojando en la cocina, porque, después de registrar el baño y el clóset de su recámara, descubrió que algodones no tenía. Insistente, la sutileza del sonido se mantenía constante: gas en fuga rociando cada espacio que ella recorría en busca frenética de silencio hasta que, desesperada por la ineficacia del papel de baño para tapiar sus orejas, fue metiéndoles trozos de ese fruto ya endeble que terminó por rellenar su cuerpo, primero hasta la inconsciencia y luego hasta la explosión. Los titulares atinaron sin exagerar por vez primera: LA ENCONTRARON REVENTADA DE ALMENDRAS.


Oniria

Un caballo de mar asomó su trompa azulada por la ventana. Ella le preguntó si el aire helado le sabía a plancton y espuma. Él remojó sus antenas en el café que ella bebía y dibujó sobre la mesa una nube de medusas. Electricidad en los ojos, dijo ella. Acertijos transparentes en tu lengua, dijo él. Ella voló tras la nube. Él hizo sangrar su trompa y tatuó en la ventana un talismán de sueño verde en el que a la tierra le nacía otro planeta, y mientras lo paría se carcajeaba de manera tan brutal, que a cada sacudida expulsaba montones y montones de humanos y otros seres indeseables, ofreciéndolos a las fauces ardientes del universo.


Mímesis

En sus ojos explotó una nebulosa. Su mirada carbonizada dibujó en mis labios el secreto de un nuevo designio astral: el lenguaje se mimetizaría en pulsación de estrellas arremetidas contra valles ásperos: caleidoscopio de escamas subaéreas y murmullos supraterráneos: sólo síncopes de ¾ marcando el avance de la espiral nubosa que atraviesa los caminos vertebrales hasta descamar la piel de cada lengua repleta de certidumbre sintáctica. 



Nuestra vida está poblada de enredaderas y secretos que explotan en flores y bulbos brillantes que nos hacen olvidar las raíces oscuras que a momentos asoman sus ojos claros de entre la tierra. Yo tengo muchos ojos así que parecen dormidos y que de pronto parpadean y gritan. Yo tengo flores de navajas adheridas a los dientes  que brotan como espuma de carbón sulfatado. Yo tengo el desatino de ser como mi otro yo. Ese no: el otro.


En sobre lacrado

Amortiza los ojos invadidos por la luz que contrae el iris, la pupila, la retina ―a ella la desgarra― y descubre el vaho mortecino invadido por moscas sanguinarias, carroñeras, montadas en cubos de azúcar y hongos incrustados en derivados lácteos adheridos a la costra espesa sobre la alfombra.
Al lado, veteando el mármol recién pulido, el cuerpo que le perteneciera hasta hace unos minutos luce un vestido de papel de china azul turquesa, elegancia dispuesta para su llegada a la fiesta de la muerte. No hay cicatrices ni marcas de violencia en su piel verdeaceitunada; sobresale, acaso, la incrustación del sello lacrado en forma de moño sobre su pecho, que ella afina retirando los escurrimientos de cera antes de acudir al llamado en altavoz con que se anuncia la obertura del baile.

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