martes, 9 de abril de 2019

Ricardo Sigala Gómez



Ricardo Sigala Gómez (Guadalajara, Jalisco, 1969) es maestro en Literaturas del Siglo XX por la Universidad de Guadalajara. Es autor de Periplos. Notas para un cuaderno de viajes y Paraíplos (narrativa breve), Domar quimeras (poesía) y Extraño oficio (ensayos). También es autor de Letra sur. Ejercicios de periodismo cultural y de La cristalina del silencio. Muestra de los Juegos Florales de Zapotlán el Grande.
Ha coordinado talleres literarios en diversas instituciones desde hace más veinte años. Ejerce la docencia en la Licenciatura en Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur (CUSur) de la Universidad de Guadalajara.
            Fue director de La gaceta del CUSur, es titular del programa de radio Cumbres de Babel, Letras del mundo, que se transmite por Radio Universidad de Guadalajara Ciudad Guzmán. Es columnista en diversos medios periodísticos de Ciudad Guzmán, como El volcán y Señal informativa región sur.



Un siglo de estos

Por estos días, después de siglos, la cabeza de Orfeo cuenta su historia en las tabernas a cambio de que alguien le incline, sólo un poco, el vaso hacia su boca.

(En Domar quimeras, Unidad Editorial de CULagos, 2018)


Paquete para la abuela

Caperuza se puso el impermeable rojo y salió a la casa de la abuela. Tenía que llevarle un paquete que su madre había cocinado. Lo hacía con gusto, ya sabemos que las abuelas tratan tan bien a sus nietos y ésta no era una excepción, Caperuza había sido más que mimada por la madre de su madre, además no era mala idea compartir el vino con ella, como siempre sucedía. Caperuza abordó el camión en el parador, en él cruzó las aguacateras, los invernaderos y el resto de nuevos cultivos, con su aburrida monotonía y sus molestas emanaciones de fertilizantes.
Fue en ese momento en que se detuvo a pensar si en verdad era bueno que ya no hubiera lobos, pues sistemáticamente llegaba a la casa de la abuela y se encontraba en su lugar con sicarios cobrando el derecho de piso, policías en espera de la “contribución”, militares con sus mecanismos inciviles y obscenos.


Desconfianza

Algunos desconfían de los medios de comunicación y por supuesto de los discursos de los políticos. “Yo desconfío de las palomas”, asegura José, y se sienta a la puerta de su casa con un rifle en la mano, en tanto María sonríe coqueta hacia las alturas.


Las hienas

Las hienas adoptaron la costumbre de acercarse demasiado a nosotros. Al principio las vimos con temor pero la naturalidad con que nos rondaban nos llevó a perderles el miedo, y las llegamos a ver como un exotismo propio de nuestro pueblo. De qué nos preocupamos si ellas se alimentan de carroña, decíamos seguros. Ellas se fueron metiendo cada vez más en nuestras vidas, comenzaron a circular por nuestras calles y banquetas, sentían una inclinación natural por los mercados y las carnicerías,  nuestros parques estaban decorados con su presencia. Se fueron metiendo tanto en nuestras vidas que no nos importó que devoraran nuestros gatos y perros bajo el argumento de que ellas sí habían logrado exterminar las ratas de la ciudad. Entraron inevitablemente a nuestras casas, a nuestras alcobas, fue natural que al comer de nuestras manos, mordieran algún dedo, o la palma. Su amor por nosotros ha crecido y nuestra fascinación las deja devorarnos de a poco. A veces pelean brutalmente por una costilla, a nosotros nos preocupa que puedan hacerse daño.


Entrega

Él le dijo que estaba dispuesto a entregarse en cuerpo y alma. Ella, tan práctica y literal, le tomó la palabra. Se tomó su tiempo y comenzó, con la calma y la paz que la caracterizaban, a olfatear su cabello, después se detuvo en su piel. Más tarde lo besó, primero en los labios, luego su exploración la llevó a lugares insospechados y la llenó de una intensidad que él desconocía. Ella le habló del sabor de su piel y su saliva. Los primeros mordiscos fueron muy estimulantes, pero las mordidas comenzaron a inquietarlo, sin embargo son las cosas que uno debe aceptar por amor. Cuando arrancó los primeros trozos de carne imaginó una fantasía gore. Ella le habló del sutil sabor de la orina, levemente olorosa, de los riñones. El hígado era francamente amargo, la acidez de las tripas la llevaron a la cocina para experimentar entre fritura y especias. Tras un último suspiro, ya no alcanzó a escuchar qué opinaba ella de su corazón.


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