Andrés Galindo. Ciudad de México, 1974.
Hispanista por la Universidad Autónoma Metropolitana. Veinte poemas de la furia y una nota de esperanza (Editorial
Endora, 2010), La oficina del olvido
(Ediciones y Punto, 2015) y Silencio (ArteSanoDigital,
2015) son algunos de sus libros publicados en impreso y/o digitales. Interesado
en la relación del arte y las nuevas tecnologías, ha colaborado en
publicaciones como RegistroMX, Radiador magazine, Infame y Penumbria. En 2013
es director general de la publicación digital Beat, arte y cultura digital. Actualmente
trabaja en el proyecto editorial sin fines de lucro ArteSanoDigital, que se ha
ocupado principalmente por divulgar el género minificción.
Rebelde sin causa
El lector
puede pensar lo que quiera, pero éste es un tuit que no se dejó escribir en
ciento cuarenta caracteres. Rebelde y loco, creció hasta llegar a las cincuenta
palabras. Hubiera seguido creciendo de manera desproporcionada y absurda de no
haber yo apagado la maldita computadora... quizá para siempre.
Detrás del monitor
Sus tuits
eran parte de sus húmedas fantasías, hasta que fue a conocer al robot
dactilográfico, quien lo mató por saber demasiado.
Tiempo
cumplido
“¡No dejes que me muera, papá, no
dejes que me muera!”, gritaba mi hijo, apretando mi mano con sus deditos; a mí,
que había dado muerte a tantos.
Los
libros y la noche
Ninguno de sus detractores, y ninguno
de los muchos que lo compadecen, ignora que “él se enfrascó tanto en su
lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de
turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el
celebro, de manera que vino a perder el juicio”.
Pero lo que
las generaciones pasadas (quizá también las futuras) desconocen es que el
infamado o piadosamente vanagloriado hidalgo se enfrascó tanto en su lectura,
que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en
turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer fue perdiendo la vista, de
manera que vino a confundir molinos con gigantes, bacías con yelmos, amores con
fantasmas.
Muchos,
sabemos, fueron los que trataron de reconvenir al caballero en sus falsas
percepciones. Él, que podía carecer de buena vista pero no de buen oído,
escuchaba las palabras de los hombres necios y, en mientes, se decía: prefiero
vivir los libros y perder la vista a seguir mirando los ruidos ensordecedores
de eso que otros llaman realidad.
Barquito de papel
Cuando
muera, que me pongan en un barquito de papel y que me echen a un mar de letras;
quiero regresar al libro del que nací.
Blog: Imposturas
Twitter: @andresrsgalindo
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