miércoles, 8 de abril de 2015

Jesús Alejandro Espinosa Gaona


Jesús Alejandro Espinosa Gaona estudió Letras Hispánicas en la UNAM y tiene una especialización en literatura mexicana por parte de la UAM. Actualmente cursa una maestría en educación en la UNAM. Ha sido profesor de literatura desde hace nueve años impartiendo clases en la UVM y en la UNAM y el Tec de Monterrey,  ha trabajado también como librero, ha sido dictaminador para la editorial Cuadrivio y es editor independiente, además colabora en el consejo editorial del proyecto Almendra en el CCH Naucalpan. Ha publicado en revistas como Migala, Punto de partida de la UNAM, Lenguaraz, entre otras. Tiene en su haber dos libros: Ishikoro de 2010, publicado por Tlahtolli ediciones y Pagafantas de este año, publicado por la UNAM.



Autor

La voz que le había dictado una obra entera y que había nacido en su adolescencia una noche, también se extinguía, supuso. Esa voz que fue en un principio necesidad desbordada y ya de adulto un tiránico delirio, le confirió galardones universales y una vida para la literatura. El cáncer dejo a la voz intacta. Cuando murió, la voz dijo sin mucha solemnidad algo sobre la muerte y prosiguió su dictado.


La clase

El profesor Simón dio su clase, serio y convencido. El conocimiento fue revelado en una suerte de anagnórisis que pareció machincuepa o malabarismo intelectual. Lástima que ese día en la materia de Introducción a las doctrinas filosóficas el grupo había sido abducido y llevado a contestar una importantísima encuesta de popularidad de administrativos escolares y docentes.


Muerta de amor

Leticia y Fabián habían experimentado el arrebato de la reconciliación después de un pleito doméstico por los trastes sucios. Pronto se dieron cuenta de que mientras más absurdo fuera el motivo de sus discusiones con mayor fuerza los acometía el deseo que se satisfacía en cualquier lugar propicio. Así, los trapos, palabras no dichas o dichas llevaron al joven matrimonio a la cima del éxtasis y la concupiscencia. Habiéndolo practicado casi todo un día Fabián confundió la causa con el efecto y mato a Leticia cumpliendo con el último punto de su lista de fantasías, la necrofilia.


Cara de pancita

El plato hervía con pancita compuesta de puro bofe y libro. La cuchara de peltre azul le produjo un poco de asco, sorbería y succionaría los trozos de carne sin tocar el instrumento. Miraba largo rato la cebolla y el orégano que, sobre el aroma, producía una humareda como de incendio. Cincuenta pesos el pinche plato, se repetía, cincuenta pesos. Puro bofe y libro, pa lo que me gusta el bofe, decía el gato del chiste y ella se reía. Selene, en Barcelona, tratamientos hormonales, in vitro, cultivos, dinero a la basura. Octillizos, dijo el doctor, ni uno más, las manos de Selene se helaron, octillizos o mil da igual, octillizos. Este tipo de persona es peor que yo, pensaba. Como la mejor camada de la Dupan, una cocker que tuvo de niño.  Los principales noticieros entrevistaron a Selene para las notas del corazón y el un poco por envidia le tiro a su esposa el plato en la cabeza sin razón aparente, Selene lo había mandado a buscar un plato caliente de pancita a las tres de la mañana con puro bofe y libro. 


Parusía

Y Dios, aburrido, le dijo a todos los ángeles en el cielo, hoy es el día. Y los ángeles revolotearon y se precipitaron para preparar todo. El escenario lucía impecable, la gran alfombra roja se extendía por todo el desierto del Sinaí. La humanidad estaba enterada, cada señal había sido cumplida con precisión y maestría. El Apocalipsis sería una obra de arte brutal. Dios se ajustó sus mejores vestidos, iba desnudo, guiñó el ojo izquierdo a Lucifer y luego le dio un tirón de cola. El cielo se tornó carmesí, luego como un gran ojo de luz Dios y todo su séquito, ángeles y secuaces, descendieron. No pudo sentir lástima de sí por no experimentar la sensación de vértigo que acompaña al descenso. Aterrizaron sobre la alfombra roja, el humo se disipó y no vieron a nadie, ni un alma, nada.
Desconcertados giraron sobre sí como giroscopios delirantes. Dios abofeteó a cuanto ángel pudo. Tomó el revólver de cristal con el que destruiría la muerte y dijo: hoy liberaría al hombre hasta de su liberación como tenía que haber sido desde el principio, como lo había pensado. El revólver, trémulo, en su sien vaciló, un ángel que venía de con los hombres al oído le susurró: Sucede, Padre Todopoderoso, que hoy hay futbol.


Poeta

Y es que sólo muerto el poeta, sus palabras cobran sentido, dijo el profesor de literatura sacando una pistola de su morral apestoso de libros y disparando en la cabeza al poeta que había invitado para abordar el tema de Poesía posmoderna. Veamos, dijo con serenidad, ahora qué pasa con estos versos, mientras el charco rojo se propagaba por el salón.



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