Jesús Alejandro Espinosa Gaona estudió Letras
Hispánicas en la UNAM y tiene una especialización en literatura mexicana por
parte de la UAM. Actualmente cursa una maestría en educación en la UNAM. Ha
sido profesor de literatura desde hace nueve años impartiendo clases en la UVM
y en la UNAM y el Tec de Monterrey, ha
trabajado también como librero, ha sido dictaminador para la editorial
Cuadrivio y es editor independiente, además colabora en el consejo editorial
del proyecto Almendra en el CCH Naucalpan. Ha publicado en revistas como
Migala, Punto de partida de la UNAM, Lenguaraz, entre otras. Tiene en su haber
dos libros: Ishikoro de 2010,
publicado por Tlahtolli ediciones y Pagafantas
de este año, publicado por la UNAM.
Autor
La voz que le había dictado una obra entera y
que había nacido en su adolescencia una noche, también se extinguía, supuso.
Esa voz que fue en un principio necesidad desbordada y ya de adulto un tiránico
delirio, le confirió galardones universales y una vida para la literatura. El
cáncer dejo a la voz intacta. Cuando murió, la voz dijo sin mucha solemnidad
algo sobre la muerte y prosiguió su dictado.
La
clase
El profesor Simón dio su clase, serio y
convencido. El conocimiento fue revelado en una suerte de anagnórisis que
pareció machincuepa o malabarismo intelectual. Lástima que ese día en la materia
de Introducción a las doctrinas filosóficas el grupo había sido abducido y
llevado a contestar una importantísima encuesta de popularidad de
administrativos escolares y docentes.
Muerta
de amor
Leticia y Fabián habían experimentado el
arrebato de la reconciliación después de un pleito doméstico por los trastes
sucios. Pronto se dieron cuenta de que mientras más absurdo fuera el motivo de
sus discusiones con mayor fuerza los acometía el deseo que se satisfacía en
cualquier lugar propicio. Así, los trapos, palabras no dichas o dichas llevaron
al joven matrimonio a la cima del éxtasis y la concupiscencia. Habiéndolo
practicado casi todo un día Fabián confundió la causa con el efecto y mato a
Leticia cumpliendo con el último punto de su lista de fantasías, la necrofilia.
Cara de
pancita
El plato hervía con pancita compuesta de puro
bofe y libro. La cuchara de peltre azul le produjo un poco de asco, sorbería y
succionaría los trozos de carne sin tocar el instrumento. Miraba largo rato la
cebolla y el orégano que, sobre el aroma, producía una humareda como de
incendio. Cincuenta pesos el pinche plato, se repetía, cincuenta pesos. Puro
bofe y libro, pa lo que me gusta el bofe, decía el gato del chiste y ella se
reía. Selene, en Barcelona, tratamientos hormonales, in vitro, cultivos, dinero
a la basura. Octillizos, dijo el doctor, ni uno más, las manos de Selene se
helaron, octillizos o mil da igual, octillizos. Este tipo de persona es peor
que yo, pensaba. Como la mejor camada de la Dupan, una cocker que tuvo de
niño. Los principales noticieros
entrevistaron a Selene para las notas del corazón y el un poco por envidia le
tiro a su esposa el plato en la cabeza sin razón aparente, Selene lo había
mandado a buscar un plato caliente de pancita a las tres de la mañana con puro
bofe y libro.
Parusía
Y Dios, aburrido, le dijo a todos los ángeles
en el cielo, hoy es el día. Y los ángeles revolotearon y se precipitaron para
preparar todo. El escenario lucía impecable, la gran alfombra roja se extendía
por todo el desierto del Sinaí. La humanidad estaba enterada, cada señal había
sido cumplida con precisión y maestría. El Apocalipsis sería una obra de arte
brutal. Dios se ajustó sus mejores vestidos, iba desnudo, guiñó el ojo
izquierdo a Lucifer y luego le dio un tirón de cola. El cielo se tornó carmesí,
luego como un gran ojo de luz Dios y todo su séquito, ángeles y secuaces,
descendieron. No pudo sentir lástima de sí por no experimentar la sensación de
vértigo que acompaña al descenso. Aterrizaron sobre la alfombra roja, el humo
se disipó y no vieron a nadie, ni un alma, nada.
Desconcertados
giraron sobre sí como giroscopios delirantes. Dios abofeteó a cuanto ángel
pudo. Tomó el revólver de cristal con el que destruiría la muerte y dijo: hoy
liberaría al hombre hasta de su liberación como tenía que haber sido desde el
principio, como lo había pensado. El revólver, trémulo, en su sien vaciló, un
ángel que venía de con los hombres al oído le susurró: Sucede, Padre Todopoderoso,
que hoy hay futbol.
Poeta
Y es que sólo muerto el poeta, sus palabras
cobran sentido, dijo el profesor de literatura sacando una pistola de su morral
apestoso de libros y disparando en la cabeza al poeta que había invitado para
abordar el tema de Poesía posmoderna. Veamos, dijo con serenidad, ahora qué
pasa con estos versos, mientras el charco rojo se propagaba por el salón.
Contacto: beppomatoso@hotmail.com
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