domingo, 7 de agosto de 2011

Francisco Tario (1911-1977)


Autor fantástico, marginal, excéntrico y de culto, generacional y literariamente muy próximo a Juan José Arreola y Juan Rulfo, con quienes tiene en común que se atrevieron a crear un universo personal y fueron demiurgos de sí mismos. En su juventud fue portero de fútbol, astrónomo, pianista, propietario de una sala cinematográfica. Escribió entre otros, los libros de cuentos La noche (1943), Tapioca Inn: mansión para fantasmas (1952) y Una violeta de más (1968); las novelas Aquí abajo (1943) y Jardín secreto (1993); las piezas teatrales de El caballo asesinado (1988) y los aforismos de Equinoccio. Tario permaneció en la sombra durante décadas por la rareza de sus escritos y de su vida, su carácter huraño y asocial, sólo concedió una entrevista en su vida. Respecto de la atmósfera de sus textos, Esther Seligson la define como de “cuento de horror, nebulosa e inmisericorde”, y acerca de la sensación de irrealidad que provoca, explica que “no proviene de que a la realidad le falte o no coherencia, sino de la incapacidad de percepción del hombre, de la limitación de sus sentidos, de ahí que todo resulte de pronto tan extraño e inesperado, tan enigmático y extravagante, y tan risible”. Aún así está considerado tardíamente, uno de los grandes escritores mexicanos del siglo XX.  
Su obra cuentística completa se halla en Francisco Tario, cuentos completos (2 volúmenes, 2002).



¡Qué quietud la del mar embravecido, la del cielo tormentoso, la del fuego en el bosque, comparadas con la loca, desenfrenada, frenética aceleración de este nacer y morir de hombres!

―0―

Pero vendrá un día la santa, bendita, prodigiosa revolución de las estatuas. ¡Y ay de aquél que para entonces no se haya petrificado!

―0―

—Ave María Purísima. —
¿Y usted quién es?

―0―

Nadie ha explicado satisfactoriamente lo que es la noche. Y mucho peor que nadie, del modo más brutal y rudimentario, los astrónomos. ¡Oh, qué tiene que ver la noche de los prostíbulos, y los templos cerrados, y los hospitales, con la noche de que hablan los astrónomos!

―0―

—¡Toma! —le dijeron.
Y con lágrimas en los ojos recibió de no sé quién el título de abogado.
—¡Toma!
Sintió cómo que se había muerto.

―0―

Eternidad — un punto. Pero un punto hueco dentro del cual se halla el infinito. Con Dios y todo y toda la música que se ha escrito.

―0―

Todos, al morir, debiéramos tener en frente un espejo.

―0―

Pero hay sobre todos los hechos humanos un complejo y abrumador misterio: el que nace ciego.
Y hay asimismo un enigma tenebroso, lleno de inexcrutables augurios: que el hombre expire con los ojos abiertos. Con los ojos abiertos, espantados, como haciéndole una gran falta, quietos, sin pestañear — uno dice que fijos en el muro.

―0―

Precisamente en eso la humanidad descubrió su ignominia: en el muro. En el primer muro que rodeó un túmulo, una huerta. Fue el primer brote de rebelión.

―0―

Aunque para que una luna de miel sea perfecta precisa ante todo que los cónyuges sean pequeñitos, creyentes, modosos, muy blancos. Y que, de preferencia, uno de ellos resulte violado por el propio negro del pullman.

―0―

Esa luna agónica, escrofulosa, de grandes pupilas extáticas, que aparece extemporáneamente en las radiantes mañanas de sol.
Luna inútil y sin brillo, partida generalmente por la mitad, y arrumbada en cualquier rincón del cielo como un preservativo sobre una cama de latón a las diez en punto de la mañana.

―0―

El libro, el amigo del hombre. El perro, el amigo del hombre. La tierra, madre del hombre. El hombre, hermano del hombre. ¡Endiablado lío de parentescos!


―0―

Aquél que no sepa nada sabrá más que ninguno. ¡Oh, la dulce ciencia de saber ignorar las cosas! Ser un divino ignorante de tres años.

―0―

Vete a tu cama y ronca, que no tardarán en penetrar en tu alcoba aquellos que duermen en la calle. Claro es que tú fingirás no darte cuenta. Claro que a la mañana siguiente dirás riendo a tu mujer:
—He tenido una extraña pesadilla.
Pero ahí quedan en el aire sus alientos, y en tus oídos su llanto, y el temblor de sus cuerpos en tu cuerpo. Esto lo sabes tú; lo saben todos y se lo guardan. Es un tremendo secreto.

―0―

Sentir miedo — llenarse de humo por dentro.

―0―

Yo — es decir, el universo en masa.

―0―

Tú — algo que no conozco, que apenas distingo, que me recuerda algo.

―0―

Desconfías de tu sangre, de mí, y en cambio, no pones el menor reparo en dormirte. Así, solo, indefenso, en las tinieblas más pavorosas, en el abandono más tentador, en la postura más apropiada, listo.

―0―

—¿Y de qué ha muerto?
—De muerte.

*Con agradecimiento al maestro Ricardo Bernal por proporcionar el libro Equinoccio para esta antología.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, de verdad es nebuloso, inmesirocorde y de pronto risible. Me gustó especialmente el de "los que duermen en la calle..." A pesar del toque fantástico me recordó con agrado la obra teatral Los Invasores, de E. Wolff.

Saludos de noche pueblerina, sin putas que llegan a la sala de urgencias opacando con las torretas aullantes el fulgor y pulso de las constelaciones.

Unknown dijo...

Genial.
Una voz auténtica.

Unknown dijo...

Genial.
Una voz auténtica.

Anónimo dijo...

¿Dónde se pueden conseguir estos cuentos?

josé manuel ortiz soto dijo...

Anónimo, los cuentos de Tario se consiguen en la red. Un estudioso nos hizo llegar su libro Equinoccio en pdf. Si te interesa, comunícate conmigo a mi correo.

Gracias por comentar.

Verónica Orozco dijo...

Hola, estoy en la pesquiza de este libro de: Francisco Tario - Equinoccio, para uso particular.
Te paso mi correo y mi blog:
vorozcon@gmail.com
vorozcon@blogspot.com
Mil gracias!

maría santiesteban dijo...

Hola, gracias por compartir estos textos... me podrías enviar el texto de Equinoccio en PDF, te lo agradecería enormemente... saludos... marbog98@hotmail.com

maría santiesteban dijo...

hola, gracias por compartir estos textos... me enviarías el texto de Equinoccio en PDF? por favor... muchas gracias saludos... marbog98@gmail.com