domingo, 23 de enero de 2011

Juan José Arreola Zúñiga (1918-2001)



Nace en alguna parte (Zapotlán el Grande, Jalisco) del mundo que le reverencia, y en un tiempo (1918) que pudo haber sido un siglo antes o después; tal es la universalidad de su genio.
Autodidacta y maestro de la UNAM, encuadernador (entre decenas de otros oficios) estudió arte dramático. Arreola, genio verbal, hacía de la más trivial conversación una fiesta del espíritu y un monumento a la literatura, sobre todo en dramatización de las palabras, en el lado teatral que hay en todo discurso, en el paladeo de palabras. Leyendo en voz alta era tan asombroso como hablando. Para aquellos que no degustaron esos discursos, en vivo o por televisión, queda su obra escrita. Perfección de la letra, sus obras son cuidadosamente preparadas con estrategia ajedrecística (fue amante del deporte ciencia). Practicaba el cuento clásico y los textos breves y brevísimos (doxografías, cláusulas). Su obra catalogada dentro del realismo mágico se caracteriza por la elegancia, agudeza, humor y sentido armónico que linda en geometría pura obtenida de vocablos y frases.



Obra Selecta

Novela: La feria (1963).
Relato: Varia invención (1949) / Confabulario (1952) / Bestiario (1959)
Confabulario total (1962) / Palíndroma (1971) / Confabulario personal (1980).
Teatro: La hora de todos (1954).




Cláusulas

I- La mujeres toman siempre la forma del sueño que las contiene
III- Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre me despierto con las costillas intactas.


El sapo

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.


Teoría de Dulcinea

En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos.
En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol.
El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.
Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puerta de su casa. Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso, desde el fondo de su alma reseca. Pero un rostro polvoriento de pastora se lavó con lágrimas verdaderas, y tuvo un destello inútil ante la tumba del caballero demente.


Doxografias:

Homero Santos: Los habitantes de Ficticia somos realistas. Aceptamos en principio que la liebre es un gato.

Cuento de horror: La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

1 comentario:

Marina dijo...

Es uno de mis favoritos, un genio.