Periodista independiente, escritora y activista. Con "El río sagrado" ganó el primer lugar en el concurso literario de Sangre Vida, savia de la humanidad, en Argentina. “Yo soy Tláloc” y “Después de la lluvia” aparecen en la compilación Puebla en 100 Palabras 2014. “La Trapecista” fue elegido para la antología de minificción Vamos al circo y “Fórmula del odio” forma parte de la antología de minificción Cortocircuito, ambas de Fomento Editorial BUAP y publicadas en 2017. El cuento “Cómo llegar al Nirvana en el siglo XXX” quedó como finalista en el primer concurso de Cuento breve de rock Parménides García Saldaña, organizado por Ediciones Ají y Foro cultural Karuzo, en 2018. Y el cuento “La última Luna de Centauri” obtuvo una mención honorífica en el primer concurso de Imaginarias, Premio Nacional para Mujeres Cuentistas de Ciencia Ficción 2022.
El filósofo y la bruja
Cuando él la vio bailando bajo la lluvia pensó que era la cosa más linda que había visto en mucho tiempo. Pasó lento junto a ella; sonrió maravillado, como cuando encontraba un buen libro.
Ella también lo vio mientras sacudía las caderas y volaba su pelo. Siguió bailando para la luna y para la vida, pero también para él.
Luego de las miradas cruzadas, ella fue a elaborar una pócima de amor y él a leer libros sobre el enamoramiento.
Lo que no sabían es que los filósofos son inmunes a los hechizos. Y a las brujas ningún mortal las entiende.
Aquí no hay desamor
Salomé tomó la cabeza de Juan Bautista y se la llevó a sus aposentos. Besó sus labios, como tanto había deseado. Él, inesperadamente, respondió a los besos.
Entonces, Salomé puso la cabeza entre sus piernas y Juan siguió besando.
Mientras todo el pueblo se lamentaba y maldecía a Salomé por la muerte del profeta, ella le hacía piojito y él le saboreaba las entrañas, hasta que se quedaron dormidos de placer.
Cuidado con las serpientes
La advertencia era clara: Cuidado con las serpientes. El cartel recién pintado era la única señal de que la casa vieja estaba habitada. El jardín amplio lucía como un enclave de selva en la ciudad. De niños inventamos historias y lanzamos las pelotas de nuestros enemigos por encima de la reja. Nadie intentó saltarla nunca. Yo pasaba por allí todos los días; primero para ir a la escuela, después al trabajo.
Aquella mañana escuché a mis vecinos decir que un hombre había intentado entrar a la casa. No le di importancia y caminé para tomar el camión. Frente al lugar había varias personas, me aproximé. Al ver al hombre tuve la impresión de que quiso huir, pero no lo logró. El forense le dijo a un reportero que murió por mordedura de serpiente, faltaba ver qué tipo, porque estaba como petrificado.
La dueña de la casa salió, nunca la habíamos visto. Era una anciana de piel muy morena, llevaba unas gafas extremadamente oscuras, era imposible verle los ojos. Su cabello estaba envuelto en una tela de colores, como suelen hacerlo las personas caribeñas. Me acerqué para verla mejor, escuché cuando dijo que fue culpa del hombre por no hacer caso al cartel. No pude calcular la edad de la mujer, era vieja, pero mostraba tal fuerza que la policía decidió no hacerle más preguntas.
Con el transcurrir de los días en el barrio se olvidó todo. Una noche pasé por la casa. La mujer estaba afuera con sus gafas y su turbante, fumaba. Incliné la cabeza para saludarla, cuando ella inclinó la suya, uno de sus mechones verdes escapó de la tela y me mostró la lengua. Nunca más regresé por allí.