viernes, 12 de noviembre de 2021

Luciano Pérez

 

Es originario de la Ciudad de México, nacido en 1956. Egresó de los talleres literarios del INBA, donde fue discípulo de los escritores Agustín Monsreal y Sergio Mondragón. De 1986 a 2006 laboró en la Subdirección de Acción Cultural del ISSSTE, primero como promotor de talleres literarios, y de 1989 a 1998 en la revista cultural del instituto, memoranda, donde fue secretario y luego jefe de redacción. De 2007 a 2012 estuvo en Ediciones Eón, como redactor y corrector, y después como editor en jefe. De 2013 a 2018 fue traductor del alemán, tanto para la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, como para Editorial San Pablo. Narrador, ensayista y poeta, ha publicado los siguientes libros: Cacería de hadas (1990), Cuentos fantásticos de la Ciudad de México (2002), Antología de poetas de lengua alemana (2006) y Cuentos auténticos de los Hermanos Grimm  (2019). De 2013 a 2019 fue editor de la revista cultural en línea Ave Lamia.

 

 

 

Pastora y Diablo

 

“¡Pastora! ¿Cómo es que no traes zapatos? ¿Acaso se los comieron tus ovejas?”, le preguntó el Diablo, y la pastora respondió: “No los traigo porque mi Señor no los usaba”. “¡No puedes caminar así, hay muchas piedras!” “Se convertirán en panees”. “¡Hay muchas serpientes!” “Ellas tendrán prudencia”. “¡Te tropezarás!” “Los ángeles habrán de impedirlo”. “Y yo soy un ángel. En verdad que nunca vi fe tanta”. “¡Vete, Satanás!” Cuando el Diablo se fue, la pastora se tropezó, se golpeó con las piedras y la mordieron las serpientes. En adelante, se pondría zapatos.

 

 

Pan entre los chivos del mercado de Sonora

 

Alguien lo halló en algún campo, pudo amarrarlo y llevarlo a vender al mercado de Sonora en Mexicópolis. Aquí llegó Pan, y fue encerrado junto con todos los chivos. Y los lamentos de éstos no rompieron el corazón de los santeros, quienes, gordos y vestidos de blanco, eligen al que pagará por delitos que quién sabe quién cometió. Pan había perdido su flauta y entonces comenzó a silbar alguna melodía de Arcadia. Los santeros interpretaron eso como un buen augurio, y condujeron a Pan hacia el sacrificio. Justo cuando el cuchillo estaba por cortarle el cuello, el dios campesino gritó y el pánico se apoderó de todos los presentes, que huyeron. Pan dijo: “Soy viejo, pero no voy a morir sólo para que el marido de alguien regrese a casa. Informen de esto al emperador Claudio”. Y se fue.

 

 

Levitación de Santa Teresa

 

El que Teresa de Jesús haya levitado fue para los inquisidores una muestra de los tratos de ella con lo diabólico. Pero dudaron en procesarla y por lo tanto en ejecutarla como se merecía, porque ¿y si resultaba que ese hecho había sido obra de Dios? ¿Cómo distinguir lo diabólico de lo divino? Para nosotros ahora es algo muy sencillo, pues lo diabólico es también divino, pero la gente de aquel tiempo no podía llegar aún a esa conclusión, demasiado peligrosa para su sensibilidad. Dijeron: “Si la procesamos, y esa levitación fue obra de Dios, se nos castigará por toda la eternidad. Y si no la procesamos, y fue obra del Diablo, se nos castigará también”. La monja se sentía desconcertada ante tantas preocupaciones por su causa, pues no tenía idea de por qué levitaba, sólo oía que alguien le decía: “¡Vámonos arriba, Teresa!” No la procesaron, bastó con una llamada de atención del confesor, quien temblando le dijo: “Ya no subas tanto, hermana”. Y Teresa respondió: “Yo no subo, padre, me suben, que no es lo mismo”.

 

 

Galadriel

 

“Hasta dónde llegar en cuanto a Galadriel respecta”, se preguntaba el enano, y para  parecer más alto usaba cascos grandes y botas que le favorecían. Pero ella nunca lo vio. O si lo vio nunca dijo nada. Y si alguna vez dijo algo se lo guardó para sí. Y si de todos modos el anillo del poder fue hecho nada más que para ella, y al negarse a tenerlo ganó más a ojos del enano, no por ello éste llegó a algo, sino que fue a menos. Que si Galadirel fuese la soberana del universo tal vez le concedería dos o tres cosas al enano, que éste mucho agradecería. Mientras tanto, él no tiene nada, ni lo tendría jamás, y ve cómo Galadirel se va y desaparece del libro.

 

 

De una carta no enviada a Felice Bauer

 

“…pero si usted decide vender a un editor de NY las cartas que le he enviado, no se arrepienta si lo hace, véalo como un regalo que le estoy dando, para que la gente lectora sepa que alguna vez nos conocimos y nos escribimos y estuvimos a punto de casarnos. Yo sé que si no me casé con usted, tuve razones muy egoístas y literarias para no hacerlo, y el hecho de que usted venda mis cartas será una compensación que usted se merece… Siempre quise ir a NY, en realidad siento que ya estuve ahí, aunque no la encontré a usted, al menos no en mi novela americana. Usted y yo podríamos ser ángeles en mi teatro de Oklahoma, pero si así lo hubiera escrito, quizá a usted no le parecería bien, y ese es otro motivo para jamás publicar Amerika. Pero si usted recibe dinero por todo el tiempo que le hice perder, que la venta de mis toneladas de papel la recompense a usted de mis tonterías…”

 

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