Federico Traeger
nació en la ciudad de México en 1958. Sus cuentos han sido publicados en
algunos periódicos y revistas en México, Francia, España y Estados Unidos. Es
autor de la novela Haz el amor y no la cama, alfaguara, 2013 y coautor de las
novelas Amores adúlteros y Amores adúlteros… el final, bajo el sello de
Alfaguara y el libro de cuentos y aforismos Lo que no mata enamora, editorial
Planeta. Es autor de los libros de cuentos Epidemia de comas, editorial
Palabra y Voz, El día del informe, ediciones Universal y forma parte de las
colecciones: Voces intencionadas, Los cuentos del miércoles y Relatos
mínimos. Actualmente prepara un libro de microrrelatos y una novela.[1]
Decisión
tomada
Funciona.
Retroceder mentalmente hasta cuando no te conocía ni te deseaba ni te
necesitaba porque no habías llegado a mi vida, funciona. El tiempo es elástico
y maleable. Mantener mi presente en un pasado en el que no estabas conmigo, es
la medida correcta. Gracias a remontarme años atrás, tus golpes sobre la
puerta, tu llanto, tus gritos, no me conmueven. Cada vez son más débiles tus
súplicas. Sin agua, el cuerpo humano sobrevive tres días. Hoy se cumple el
tercero. La mente es curiosa. Por un lado sé que estás adentro de la
biblioteca. Sé que cerré la puerta con llave para saber si puedo vivir sin ti.
Y puedo. Anoche seguramente llegó a tu olfato la pierna de cerdo que estuve
horneando durante seis horas. En cuanto hay un asomo de arrepentimiento de
mi parte, me distraigo, cocino, lavo, podo las plantas del jardín, paseo a los
perros. Y mi cerebro se queda, al mismo tiempo, en la época en la que no eras
porque no estabas. Es probable que nunca más vuelva a entrar a la biblioteca. Y
eso me da seguridad. La vida es de quienes tomamos decisiones sin cuestionarlas
nunca.
Estrategia
Para conquistarla,
le hizo el amor.
Para reconquistarla, se la cogió.
Novela en
cuatro entregas
Se inclina. La
admiro. El esposo me persigue. La felicidad me alcanza.
Autogénesis
Cuando finalmente
pude ver con claridad, me encontré con mi antimirada, mi antienergía, mi antiyo
y… me quité la antivida.
El
escarabajo del tiempo
Primavera del año
mil setecientos setenta y seis. Cuatro soldados británicos se independizan del
ejército que se retira vencido hacia el mar de vuelta al viejo continente. El
cuarteto se interna por el bosque norteamericano, tocando con una gaita, un
tambor y un par de flautas, una alegre marcha improvisada. Las notas sencillas
e inolvidables llegan a las flautas espontáneamente, la gaita y el tambor se
ajustan con facilidad y es tal el placer de los músicos, que no paran de tocar
esa melodía nueva y liberadora. Las sombras cobran espesor. Los ingleses andan
extasiados, estrenando su composición entre los troncos gigantescos y se
escucha un chasquido distante. Los mosquetes de chispa de fusileros americanos
aciertan; los compositores caen, violentamente confundidos, hacia el silencio.
Exactamente dos siglos después, a un músico británico le roba el sueño una
tonada. Acude al llamado de la musa y al día siguiente toca la canción frente a
sus tres compañeros. Más que escuchar, parecen reconocer la melodía. Semanas
después, un submarino amarillo navega las voces del mundo.
[1]Semblanza y Textos inéditos, cortesía del propio autor.