Liliana Guadalupe Espinoza Tobón (29 de mayo de 1981, Tehuacán, Puebla). Estudió Lingüística y Literatura
Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, BUAP. Se ha dedicado
a colaborar en Organizaciones de la sociedad Civil en comunidades rurales de la
Mixteca Poblana y Sierra Negra del estado de Puebla; desarrollando proyectos de
derechos humanos, derechos de niños y niñas, difusión cultural, proyectos
productivos para mujeres en situaciones de violencia.
Ha participado en publicaciones sobre violencia de género a
nivel nacional en México “Factores que producen y reproducen la violencia de
género” 2012, por el Observatorio de Violencia Social y de Género de la
Universidad Iberoamericana, Puebla, en colaboración con la CONAVIM.
Está considerada en el libro de minificción Resonancias (BUAP,
México, 2019), en la revista electrónica Coyolxauhqui (México, 2020); Alquimia
Literaria (Madrid, España, 2021), en el espacio Mi Habitación artes
literarias (México, 2021). Es miembro del Colectivo Minificcionistas
Mexicanas.
Catarsis
Quizás en un
futuro los pensamientos se proyecten en el cielo, como en una pantalla gigante,
y así podríamos ver que estamos desbordados de desidia; de tanta que nos
enmascara y nos hace codiciar lo que no tenemos. Lo que no nos pertenece y que
quizás esa sea, al final, la manera más violenta de autoaniquilarnos.
Ese pensamiento catártico apresaba al soldado espacial, antes de subirse
a su nave, después de abatir la especie de otro planeta.
Política exterior
La frontera, una
línea que divide la misma piel.
Toc
Abrir y cerrar
puertas. Subir y bajar escaleras. Peinarse y despeinarse. Ponerse la ropa y
quitarse la ropa. Levantarse y sentarse. Atar y desatar las agujetas. Apretar
las manos y desapretar. Lavar las manos una y otra vez. Caminar y regresar los
pasos. Todas las veces necesarias hasta lograr bloquear los pensamientos
negativos. A esto el psicólogo lo diagnosticó como trastornos obsesivo
compulsivo y el psiquiatra se unió con una dotación puntual de medicamento. Yo
sólo digo que es miedo.
Neurotransmisor
Movidas por una
fuerza ajena, las pequeñas piedras ruedan, rebotando sus amorfos cuerpos
terráqueos. Entre ellas emergen persistentes, abriéndose paso en la búsqueda de
algo, unas antenas alargadas y firmes, sigilosas giran lentamente, hasta que de
pronto algo las detiene. Al fin detectan algo, al instante rompiendo la guarida
y siguiendo la ruta que marcan, la cucaracha brinca al exterior. Motivada como
una gran corredora aproximándose a la meta, se abalanza ante aquello; lo cual
no es otra cosa que un pedazo enmohecido de alimento; que algún humano habría
dejado antes de que su sin razón, su ira y su codicia estúpida y violentamente
lo extinguiera.
La ceiba
En medio de un
bosque tropical, una mujer abraza una gran ceiba. Cierra los ojos y evoca el
recuerdo. En ese mismo lugar una niña antes de partir, acaricia la tierra con
sus pequeñas manos, forja en ella un hueco, de su pecho saca una semilla y besándola
con amor puro la siembra. En sus ojos se refleja una niñez amarga y llora;
bañando esa siembra que simboliza su esperanza.
Desbordada solloza por esa niñez vivida en el encierro, como golondrina
trina al viento por todo el maltrato vivido desde los primeros años, por los
golpes recibidos por cuestionar la costumbre familiar, por querer solo ser y
sentirse libre; ajena a esa costumbre.
La niña con sus manos trémulas toca las cicatrices en su piel y se
abraza como consolando su espíritu; conmemora los castigos, la culpa atribuida,
los golpes y la tortura. La represión constante por no querer ceder ante esos
moldes rigurosos de aprender a ser una buena mujer, hábil en las labores del
hogar, discreta, sumisa e inmóvil.
Atrapada en el miedo, la hicieron sentirse culpable ante sus
pensamientos, ante su deseo inmenso de querer ser diferente, el gustarse al
mirarse al espejo, por querer estudiar, pintar, cantar y reír. Bajo esa
opresión la prepararon para la obediencia, dejar de ser ella para ser un objeto
valioso en exhibición.
Esa noche marco la diferencia sabía que su valioso valor había llegado a
penas a sus doce años, pues un hombre dejo en la puerta de su casa un par de
vacas. Al fin la primera hija de siete daría frutos. Al ver aquello, la
incertidumbre sobre su destino la apresaban y sintiendo una tempestad por
dentro decidió huir.
Entro a la casa miro a sus hermanas y se despidió en silencio. El
momento de partir había llegado, no podía quedarse a vivir más de aquello. Tomo
lo que pudo y afronto romper ese laberinto. Corrió hacia la orilla del pueblo,
desenfrenada y loca como habitualmente la llamaban, corrió porque su espíritu
rebelde tenía que sentirse libre, corrió porque ese grillete que le apresaba
los pies tenía que romperse, corrió con la esperanza a cuestas de que su vida
tenía que ser algo más que una condena anunciada.
A lo lejos iluminada por la luna en medio de la penumbra,
una ceiba parecía mostrarle el camino. Era la ceiba a la cual siempre trepaba
hasta lo alto de sus ramas, para vislumbrar la libertad. Ella entonces quería
ser entonces como la ceiba crecer a su gusto, ampliar sus raíces y ramas entre
el espacio mirando la vida en plenitud. Ella se sabía rebelde y a pesar de la
opresión se sabía valiosa, tenía que ver más allá que esas pequeñas ventanas de
una casa por las que acostumbraban a mirar las mujeres de su pueblo.
Antes de marchar quiso sembrar en esa tierra algo buena y
limpia, como promesa de libertad. Tratando de trascender en el tiempo, a pesar
de la distancia, del vaivén de la vida, de la inmensidad de la ausencia.
Hoy regresa la mujer que prometiera romper las cadenas, regresa maestra, pintora y con la misma fuerza. Ayudada por otras mujeres que abrazaron sonoras sus ideales, sus sueños hasta que lograra alcanzarlos. Ahora regresa protectora y solidaria para liberar a las demás.
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