Edilberto
Aldán (Ciudad de México, octubre de 1970). He sido burócrata, reportero,
corrector, amante, editor, novio, coordinador de talleres literarios, esposo,
promotor cultural, incluso vendedor de closets; ante muchos, primero soy el
papá de Ulises Arcángel.
Mi
verdadera vocación es la de lector, he trabajado en el sector público y en
varios medios de comunicación, actualmente soy el director editorial de LJA.MX
Estudié
en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Autor de los libros de cuentos Viejos
fantasmas con nombre (Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo
Dávalos. ICA, 2002), rápidas variaciones de naturaleza desconocida
(Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de
la Cruz, 2010), Fulgores breves de largo insomnio (Premio Nacional de
Cuento Corto. Bienal de Literatura de Yucatán, Ficticia 2011) y Pequeñas y
fugaces memorias (IMAC, 2016).
Ciclo
Del
momento final esperaba el torrente de imágenes que resumiría su vida, una fugaz
selección de las horas intensas y los seres queridos. Le sorprendió que fuera
una sola escena perfecta, la de su recuerdo más feliz.
Setenta
veces siete se abandonó al placer de la contemplación. Nada sucedía, excepto la
visión cíclica de ese momento único al que comenzó a cuestionar, al que miraba
ya con ojo crítico.
Hastiado,
comprendió: la repetición infinita de la imagen era apenas el principio, le
había sido negada la entrada al cielo.
Voz
Ahora
es mi turno. Le entrego a un muerto por cada ocasión en que desestimó mis
llamados, la cabeza de un enemigo por las veces que pedí su ayuda y me devolvió
silencio.
Cabalgo
entre hileras descompuestas de hombres sin valor que intentan huir de mi
espada, que oscila apenas entre un golpe mortal y otro, que no se detiene ante
los gritos de clemencia.
Una
voz ocurre en mi cabeza y ruega que no siga, que me detenga. No la atiendo.
Esta es mi ofrenda, que Dios sienta lo mismo que yo cuando le rezaba.
Giro
Se
reconocieron de inmediato: se habían soñado. Sin mediar palabras descubrieron
en el otro el sentido del deseo con el que despertaban continuamente.
Comprendieron
que la felicidad sí está a la vuelta de la esquina. Aceleraron el paso, en
dirección contraria, temerosos de que los alcanzara.
Centro
Siempre
intuyó que era especial. Pensaba que el precario equilibrio del mundo lo tenía
como fiel de la balanza, que la conservación de esa maquinaria estaba
subordinada a su vida. Ahora sabe que no se equivocó.
Suave
se disuelve la armonía secreta que une todos los puntos; las pastillas
comienzan a surtir efecto. Lo último que escucha es el latido con que se apaga
su corazón y el mundo deja de existir.
Burócrata
Escribe
ocho horas diarias con el rostro pegado a la superficie del papel. Los dedos,
una pinza en la punta del lápiz que se desliza sobre las hojas. Absorto en la
creación de mundos que le permiten imaginar uno mejor.
Escribe
obras perfectas, crea personajes tridimensionales, complica tramas sin perder
la tensión, mantiene el suspenso mientras multiplica los conflictos y los
resuelve con habilidad. Durante las horas de oficina sólo le importa parecer
ocupado, se esconde en el pequeño cubículo que le destinaron hace muchos años y
espera nadie recuerde. Escribe para cruzar por el aburrimiento sin despeñarse
en la locura.
Los
viernes, a la hora de la salida, toma el trabajo de la semana, el prodigio de
su prosa, y arroja las cuartillas al bote de basura. Suspira aliviado.
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