Daniel
Bernal Moreno. Toluca 1978. Cursó el diplomado de Creación Literaria en la
Escuela de Escritores del Estado de México. Ha sido dos veces ganador de la
beca del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico (PECDA)
en 2015 y 2017. Es autor del libro de minificción Todos estamos aquí, Fondo Editorial BUAP, además de haber sido incluido
en las antologías de minificción Vamos al
Circo y Cortocircuito, Ficción
Exprés BUAP y Cuerpos Rotos, Bitácora
de vuelos. Mención honorífica en el Certamen Laura Méndez de Cuenca 2017 por el
libro de cuentos Entonces vimos llover
publicado por el Fondo Editorial del Estado de México (FOEM).
Contacto:
dbmtallercuento@gmail.com
A_sencia
Claro
que se sintió herida. De lo contrario no habría desaparecido. Lo más grave es
que no lo noté, hasta varios días más tarde. No la vi escapar. Y la verdad, no
parecía tan necesaria al principio. Es posible trabajar sin ella, hasta cierto
momento. Al final, si existe, es por algo. Nada está sólo porque sí. Casi he
podido evitarla, podría haber nombrado distinto a mi texto, pero la extraño.
Hace falta en mi teclado, pero no en mi corazón.
Perspectiva
Pensó
que tener un hijo a los sesenta años era condenarlo a mucho tiempo de orfandad;
sin embargo, la ilusión del primogénito lo invadió y aparecieron unas renovadas
ganas de vivir. Cuando el niño cumplió tres años, su padre marcó la primera
línea en la pared: estaba a punto de llegar al metro. Por curiosidad se recargó
en el muro. Tardó unos segundos en enderezarse. Nunca fue alto, pero su metro
con setenta centímetros lo metía en la estatura promedio del mexicano. El
índice quedó fijo en la pared justo a la altura máxima de su cabeza. Hizo una
pequeña raya y notó que los años le habían robado ya un par de centímetros. Miró
a su hijo que sorprendido lo veía, desde su perspectiva, como un gigante. Una
punzada en la espalda baja lo hizo volver a encorvarse.
Cada seis meses su temor cobraba fuerza. Las líneas estaban
cada vez más juntas. La última marca vino de la mano del hijo que, con
tristeza, detuvo a su padre con una sola mano, como si fuera a aprender a
caminar. Y con la otra trazó una raya. El padre, con su vista cansada, miró a
su hijo convertido un gigante.
Crimen resuelto
La
soberbia del detective lo llevó a dejar en una nota el nombre del asesino. La
dejó al alcance de la policía. Después sirvió un whisky, subió el volumen para
escuchar un blues desgarrador y se sentó de espalda a la puerta. Sonrió cuando
escuchó detrás de él cómo cortaban cartucho. Siempre tenía razón.
Incertidumbre
Eran
pocas las personas en la terminal de autobuses. Ninguna notó que sus zapatos se
mancharon del tenue rojo que la sangre dejó. Mucho menos se percataron que el
líquido dibujaba una delgada línea que se perdía en un baño público.
“No
grites”. Él repitió una y otra vez sin dejar de abrirle las piernas con fuerza.
Ella no lo pudo evitar, entre el olor fétido y la incertidumbre, dudó que
pudiera salir bien librada. De pronto, un nuevo estallido interno y el dolor
cesó. Alivio... El niño al fin había nacido.
Malena
La
añoranza de su patria hizo que su padre lo llevara a un espectáculo de tango.
Matías no había visto nunca a una pareja bailar así. La pubertad grabó en su
mente un hermoso par de piernas cubiertas por unas medias de red, negras. Un
vestido rojo ceñido a la cadera torneada que sensual se contoneaba. Sus ojos
bailaron al compás de Manzi. Y odió, como se odia en la pampa, no ser él quien
estaba en el escenario. Ignoraba cómo se llamaba la mujer, pero desde ese día
decidió que sería Malena. Con el galopante fluir de su sangre, Matías subió al
escenario, apartó al hombre que, displicente, cedió su lugar. “Enséñame a
bailar”, suplicó Matías.
Las luces rojas acompañan al bandoneón. Los aplausos
retumban al ver la espalda delicada que muestra el escote del vestido grana, la
cabellera negra recogida deja ver su cuello largo. Los hombres se impacientan al
ver la pierna emerger de la abertura del vestido. Las medias negras de red
cubren las piernas de Matías, aunque el público lo conoce como Malena.
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