Martha
Cerda, originaria de Guadalajara, escribe cuento, novela, poesía, ensayo y teatro.
Sus
novelas La señora Rodríguez y otros
mundos, Y apenas era miércoles y Toda una vida, han sido
traducidas al Inglés, Francés, Italiano, Griego, Noruego y Alemán. Su obra se
ha publicado también en Argentina y en España. Sus cuentos han sido incluidos
en más de treinta antologías nacionales y extranjeras.
Ha
recibido numerosos reconocimientos nacionales e internacionales: fue becaria del
National Endowment for the Arts; su novela Tutta
una vita, (Editorial Il Saggiatore) recibió
el Premio al Mejor Libro de Ficción,
otorgado por la Asociación
de Libreros Italianos, en el año 1998. En 2007 obtuvo el Premio Nacional de
Novela Jorge Ibargüengoitia, por su novela Señuelo. Además, es Premio Jalisco, en
Letras.
Es
fundadora y directora de la
Escuela de Escritores Sogem Guadalajara y presidenta del
Centro Guadalajara del PEN Internacional.
Inventario
Mi vecino tenía un gato imaginario.
Todas las mañanas lo sacaba a la calle, abría la puerta y le gritaba:
"Anda, ve a hacer tus necesidades". El gato se paseaba
imaginariamente por el jardín y al cabo de un rato regresaba a la casa, donde
le esperaba un tazón de leche. Bebía imaginariamente el líquido, se lamía los
bigotes, se relamía una mano y luego otra y se echaba a dormir en el tapete de
la entrada. De vez en cuando perseguía un ratón o se subía a lo alto de un
árbol.
Mi vecino se iba todo
el día, pero cuando volvía a casa el gato ronroneaba y se le pegaba a las
piernas imaginariamente. Mi vecino le acariciaba la cabeza y sonreía. El gato
lo miraba con cierta ternura imaginaria y mi vecino se sentía acompañado. Me
imagino que es negro (el gato), porque algunas personas se asustan cuando imaginan
que lo ven pasar.
Una vez el gato se
perdió y mi vecino estuvo una semana buscándolo; cuanto gato atropellado veía
se imaginaba que era el suyo, hasta que imaginó que lo encontraba y todo volvió
a ser como antes, por un tiempo, el suficiente para que mi vecino se imaginara
que el gato lo había arañado. Lo castigó dejándolo sin leche. Yo me imaginaba
al gato maullando de hambre. Entonces lo llamé: "minino, minino", y
me imaginé que vino corriendo a mi casa. Desde ese día mi vecino no me habla, porque
se imagina que yo me robé a su gato.
Propiedad
privada
*
Papá era dueño del mundo. Todas las
noches, después de cenar, nos llevaba a la biblioteca, nos sentaba alrededor
del globo terráqueo y lo hacía girar rápidamente para empezar el ritual: apuntaba
el dedo índice hacia el globo, esperando con un íntimo placer a que se
detuviera para oprimir con el dedo lo
que le quedara enfrente. Si era Cuba nos contaba de Martí; si Francia, nos
hablaba de Napoleón; si Venezuela era la elegida, le tocaba el turno a Bolívar.
Nosotros los veíamos flotar en el ambiente con sus espadas, sus galones de oro
y sus sombreros de plumas, hasta que papá retiraba súbitamente la mano del
mundo, encerrando de nuevo a los héroes, “para que no se tropezaran con el
pueblo”. Es muy difícil ser emperador, libertador, dictador o cualquier otra
cosa terminada en or y caminar entre la gente estúpida, decía. Luego apagaba el
globo terráqueo (que era de cristal con un foco adentro) y nos mandaba a dormir
palmeando las manos a la vez que ordenaba: “todo mundo a la cama”. Así obscurecía al mismo tiempo en Sydney que
en Sao Paulo, en Roma que en Buenos Aires y que en nuestra casa de México. Papá sabía lo que decía, si alguno de
nosotros chistaba, lo sacaba de su mundo.
Estertor*
La perra jadea, es un jadeo fuerte y
riguroso, como si estuviera en un entrenamiento militar. El ruido me despierta,
es de noche, pero no sé la noche de qué día... ¿Del de mi nacimiento? ¿Del de
mi muerte? La perra está coja, lo
recuerdo con los ojos cerrados, entonces debe ser la noche de otro día. Un
apenas ladrido sale de su garganta, me urge a acariciarla, pero mi mano ciega
cae en el vacío, se hunde en el estertor de mi noche de bodas. Abro los ojos,
la miro, me mira: la perra coja soy yo.
Asesinato
*
Tomas de nuevo el cuchillo, ahora sí
te atreverás, te dices, viendo el brillo de la hoja de acero inoxidable ir y
venir frente a tus pupilas, provocándote. Acaricias el filo, levantas el
cuchillo firmemente y... te detienes en el aire, no lo dejas caer. Quieres
desprenderte de él pero no puedes, tus dedos están pegados al mango de madera.
¿Y si te olvidaras del asunto? Aflojas
los dedos un segundo para inmediatamente volverlos a apretar en torno a la
madera. Con lo fácil que sería guardar el cuchillo, fumar un cigarro y
arrepentirte de lo que estás a punto de hacer. Pero ya no te importa el qué
dirán, estás decidida a pagar las consecuencias de tus actos, tomas el cuchillo
con las dos manos, lo elevas y de un solo tajo cortas el pastel de chocolate.
Activista
Cambió de indumentaria, subió el
cierre de la chamarra y tomó la calle como si lo estuviese esperando la
manifestación. Caminó tres cuadras, a la cuarta recordó: habían pasado veinte
años desde que iba a protestar contra… ¿contra qué?
Regresó a casa,
guardó la chamarra, guardó la calle y el último grito que le quedaba para
maldecir. Tal vez mañana recordara a quién debía lanzárselo.
(*) Textos inéditos y fotografía, cortesía de la autora.
1 comentario:
Estas lineas rescataron mi día!
Publicar un comentario