Édgar Omar Avilés (Morelia, México, 1980). Premio Nacional de Libro de Cuento San Luís Potosí 2008, Premio Michoacán de Libro de Cuento "Xavier Vargas Pardo" 2010, Premio en el Certamen Nacional de Cuento Magdalena Mondragón 2006, Premio Binacional de Cuento México–Québec 2003 y el premio de Cuento Breve de la Revista Punto de Partida 2002. Mención honorífica en el Premio Nacional de Cuento de Fantasía y Ciencia Ficción 2005, Mención Honorífica en el Premio Nacional de Libro de Cuento Agustín Yáñez 2004, entre otros. Ha publicado cuentos en suplementos culturales, revistas y en antologías colectivas, entre ellas Los Mejores Cuentos Mexicanos, ediciones 2004 y 2005 (Ed. Joaquín Mortiz). Autor de los libros de cuento Luna Cinema (Ed. Tierra Adentro, 2010), Embrujadero (Ed. Secretaría Michoacana de Cultura, 2010) y de La Noche es Luz de un Sol Negro (Ed. Ficticia, 2007) y de la novela Guiichi (Ed. Progreso, 2008). Le gustaría morir tragado por un agujero negro.
Luz
La noche es luz de un sol negro. Con esa luz vemos lo que realmente hay en el mundo: nada. En la clara oscuridad del día, los focos prendidos y el fuego de las velas, no vemos: imaginamos ciudades y rostros que no existen.
Acto final
Tras secarse el sudor con su pañuelo, la concurrencia presenció cómo se ahogaba, impedido para respirar. Fue así como se supo que no era un charlatán: el mago por descuido se había borrado la cara.
El brujo decapitado
Cuando la espada del maestro verdugo cercenó la cabeza, en la plaza todo el pueblo aplaudió aliviado, libre, al fin, de la malevolencia del brujo, de su risa oxidada, de sus promesas de muerte. Pero al caer la cabeza, del cuello surgió otra diferente. Ésta nuevamente fue cortada, mas otra brotó como capullo. Las cabezas decapitadas se apilaban, nacidas una tras otra del insólito cuello del brujo. Aunque los brazos del verdugo estaban cada vez más cansados y los aplausos menguaban, repetía la operación concentrando el mismo coraje en cada tajada, hasta que un par de horas después todo empezó a girar y escuchó la risa oxidada. En ese instante el verdugo vio que en la plaza todo el pueblo yacía decapitado, mientras su cabeza rodaba junto con las demás.
El cuadro
De la galería todo quedó reducido a ceniza: aun las puertas, las vigas del techo, las estatuas y el decrépito velador. Pero se salvó un pequeño cuadro, donde estaba pintado un incendio.
El café
Diste el primer sorbo, entonces descubriste que el café no era café: eras tú. Con cada sorbo delicioso te bebías; primero tus pies, luego tu vientre, tu pecho, tu rostro y tus sueños. El vaso vacío quedó sobre la maesa, o sobre la banca, o en el suelo, como tantos otros.
2 comentarios:
Un agujero negro son sus extraordinarios microrrelatos, de modo que Avilés creo, dichosamente y en vida, cumplió su postrer deseo.
Me encantaron "Luz" y "Acto final"
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