Paulo
Verdín
(Guadalajara, Jalisco, 1978). Es licenciado en Derecho y en Letras Hispánicas
por la Universidad de Guadalajara. También es maestro en Literatura Mexicana
por la misma casa de estudios. Ha participado en diversas antologías literarias
nacionales e internacionales: El
microcuento en el lenguaje radiofónico: análisis de sus formas discursivas (2012),
Poquito porque es bendito (2013), Minificcionario de amor, locura y muerte (2013),
Ambiente reflexivo. Escritura que inspira
conciencias (2014), Internacional microcuentista.
Revista de lo breve (2015), Vamos al
circo. Minificción Hispanoamericana (2016), Plesiosaurio. Primera revista de ficción breve peruana (2016), Cortocircuito. Fusiones en la minificción (2017),
Hemisferios: Alianzas de la táctica a la
práctica (2017), Antología de
microrrelatos policiales (2017) y Para
comerte mejor (Caperucita roja a través de los siglos) (2019). Estudia el doctorado en Humanidades de
la Universidad de Guadalajara y coordina la editorial de textos breves Effictio
Editores. Twitter: @PauloVerdin
Se
busca
Mató a su niño interior con el nudo
de su corbata. Recompensa: sueldo inicial base y prestaciones de ley.
Las
mil y una noches: la microserie
I
Su insomnio era tan grande, que en
vez de contar borregos, contaba noches.
II
Estaba cansado de cuentos: “que si esto, que
si lo otro, que si los niños, que si el dinero...” El sultán nunca entendió a
Sherezade.
III
“Todos los hombres son iguales,
nunca escuchan”, pensó para sus adentros Sherezade, mientras repetía otra vez
la misma historia.
IV
“Me gustas cuando callas”, dijo el
sultán a Sherezade en la mil y dos noches.
V
“¡Esos son puros cuentos!”, gritó
el sultán iracundo, “exijo que me digas con quién estuviste esas mil y una
noches”.
Apocalipsis
creativo
Cierro la ventana para imaginar historias. Sufro.
Mis personajes siguen borrosos, sucios, empañados, sin tener vida. La
contaminación los ha alcanzado.
Cuauhtémoc
Todo estaba perfectamente planeado:
el aceite hirviendo, las brasas al rojo vivo, la quema de los pies, también un
confesor. El tesoro de Moctezuma finalmente sería suyo, pero falló algo, se
olvidaron de llevar un traductor.
—Me quiere… no me quiere… me quiere…
Al desprender la última hoja,
descubrió con gran tristeza, que no era cierto lo que decían sobre el trébol de
cuatro hojas.
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