Carolina Castro Padilla es originaria de la ciudad
de Aguascalientes (10-V-1938). Profesora de Nivel Básico y Maestra en Lengua y
Literatura Española por la Normal Superior Nueva Galicia de Guadalajara,
Jalisco, con estudios en su especialidad en el Instituto de Cultura Hispánica
en Madrid, España. Como docente trabajó 14 años en la Secundaria del
Instituto “La Paz” y 5 años como Asesora en Redacción e Investigación
Documental en la Unidad 02 del Sistema de Educación a Distancia de la
Universidad Pedagógica Nacional en Aguascalientes, Ags. En las artes plásticas ha
publicando viñetas, ilustrando cuentos para niños y realizando diversas
exposiciones individuales y colectivas (pintura, dibujo y escultura en
cerámica) en el estado de Aguascalientes y en Estados Unidos de Norteamérica.
Laboró 17 años en el Instituto Cultural de Aguascalientes, ICA como jefa de la
Sección de Investigación Histórica dependiente de la Dirección de Casas de
Cultura y Bibliotecas Públicas del Estado. Es autora de prólogos y de
artículos, cuentos y viñetas publicados en diversas revistas y periódicos. Ha
publicado veinte obras, de las cuales once están dedicadas a los niños. Además,
varias antologías recogen obras suyas. Ha recibido algunos premios, entre ellos
dos en cuento y uno en novela corta en el certamen histórico literario del
Municipio de Aguascalientes y el Premio Aguascalientes 1992. Es miembro de la
Corresponsalía en Aguascalientes del Seminario de Cultura Mexicana desde 1995.
Actualmente está dedicada a las artes plásticas y la creación literaria.
Volviendo al espejo
Un día, Alicia quiso
regresar al país de las maravillas a través del espejo que casi había olvidado.
Corrió las cortinas del
tiempo, fue al espejo y con ansiedad se miró en él. Se buscó, y al no encontrar
su imagen se dijo: “Este espejo ya no sirve”, y lo rompió.
No pudo tolerar ver en él
a una anciana desconocida mirándola fijamente.
Cabalgar no cuesta nada
Tu caballo blanco te
espera como siempre, todo nervio y brío, en el mismo sitio. Llegas a él,
lo acaricias. Su piel lustrosa te devuelve calideces que tus palmas retoman
para tejer sueños. Lo montas a pelo, y abrazada a su cuello te dejas llevar a
galope tendido por los campos verdiazules que desaparecen de tu vista
claveteados a la tierra por cuatro golpes secos repetidos hasta el infinito,
ése que frente a ti no alcanzas.
“¡Facunda!” Un grito que
te llama, que te atrapa a mitad de tu carrera. Regresas con un “¡Ya voy!”, que
se ahoga en tu esperanza.
Miras tu corcel blanco que
reposa en la palma de tu mano, terminas de sacudirlo, y con cuidado lo colocas
en su sitio: sobre el juguetero que sólo sabe de porcelanas.
Nostalgia
La primera luz del sol
descorre las cortinas del sueño en la cara de José Santos, quien siente su
calor después de una noche demasiado larga. Un bostezo, un estirarse buscando
dimensiones desconocidas, un parpadeo, corto, insistente y, nuevamente los ojos
cerrados negándose a ver, ¿para qué si todo lo conoce y lo siente, dentro de él
mismo, llegar como un torrente después de sentir ese rayo de sol?
La voz de la mañana: los
pájaros que en el naranjo cuentan sus sueños antes de partir; el gallo que en
el corral reconoce sus dominios mientras la vaca muge ofreciendo sus repletas
ubres; las campanas de la parroquia que llaman a misa esparciendo saludos
blancos de palomas; las escobas de popote que rascan y rascan el patio y la
calle levantando la tierra que ha de ser apaciguada con riegos juguetones…
El olor de la mañana: la
tierra mojada, el viento henchido de naranjos y limoneros, el ocote recién
encendido, las brasas en la cocina donde ya trajina Adela canturreando mientras
pone el agua para el café. Sentir su olor oscuro y encender un cigarro son cosa
hecha, así como dar el primer golpe con profundidad para sentir al tabaco
llegar a lo más hondo del sentido y despertar plenamente a la voz del humo que
va escribiendo sus secretos poco a poco en el aire, subiendo, adelgazándose y desapareciendo
sin terminar nunca de decirlo todo y, por fin, dar el primer sorbo de café
caliente, amargo, reconfortante, para echar a andar el cuerpo.
—¡Ah! Qué sabroso es
amanecer con un cigarro y una taza de café caliente.
Una sacudida, un
reacomodarse en el asiento de tercera, el rechinar monótono del tren, y los
ojos de José Santos abiertos ya, mirando los paisajes agrestes que lo van
acercando al Norte mientras su vacío de años se le va llenando de nostalgia.
Aquí por siempre
Cae la tarde reclinándose
en el horizonte y asomando levemente su mirada clara entre los velos rojos que
ha dejado tras de sí el sol; se adormece en el vaivén del mar que orla de
espuma la arena compacta y fría.
Una risa aviva mis pasos:
es ella contestando al romper las olas. Ella que corre, brinca, desaparece
entre el agua, vuelve a salir y ríe; ríe pulsando el arpa dormida de mis
sueños. Voy hacia ella, nuestros ojos se encuentran y somos un mismo juego con
el azul. Mis manos rozan sus cabellos que huyen entre las ondas acuosas. Cierro
los ojos al escozor salobre. Tiendo los brazos y logro asir sus piernas. Siento
la dureza joven de sus músculos, pero, quieren huir también, resbalan, se
adelgazan y un frío extraño me sacude. Sin soltarla, grito para detenerla. Abro
los ojos que se llenan de noche. Nuevamente estoy aquí convulso, asido
fuertemente con ambas manos a los barrotes de mi celda.
Cuestión de letras
“Juliancito está destinado
a las letras desde antes de nacer”, así decía su padre al verlo jugar con los
cubos de madera que lucían en sus caras letras grabadas en brillantes colores.
“Cuando vaya a la escuela, sabrá ya el alfabeto”, predecía el señor mientras el
niño acomodaba una a una sus letritas formando a capricho largas palabras
impronunciables.
“¿Qué dice el futuro genio
de la lengua?”, lo saludaba cuando Julián metido entre sus libros estudiaba en
la Universidad.
“Ahora sí hijo, ¡a
escribir se ha dicho!”, afirmó satisfecho al verlo regresar del extranjero con
un doctorado en Letras Hispánicas.
“Mi hijo publicará muy
pronto su primer libro”, comentaba el anciano a sus amigos. “Está realizando
una obra que asombrará al mundo”, agregaba en voz baja para contener su
entusiasmo y no revelar el proyecto que realizaba el ya doctor don Julián desde
hacía varios años encerrado en su biblioteca, en donde estaba concentrado su
sueño: emplear la tecnología para obtener la obra perfecta, la única, aquella
que sería el compendio, o la síntesis del genio creativo en la literatura; para
esto, escribía sin descanso frente a un modelo especial de computadora al que
alimentaba con todo cuanto consignaba la Historia de la Literatura Universal.
Hacía tiempo que había llegado a los autores contemporáneos, pero en ellos se
había estancado al no poder saciar su prurito por obtener las últimas
publicaciones y seleccionar aquellas que debía asimilar su aparato mágico. Esto
lo hizo caer en un estado enfermizo del que vino a rescatarle el “¡Basta ya!”,
enérgico y cortante, gritado por su padre para despertarlo de su sueño. Ambos
se miraron y un suspiro contenido por años, puso punto final a la búsqueda de
un don Julián ya envejecido, haciéndolo aceptar que había llegado el momento de
ver nacer la obra maestra de su vida. El temblor en sus manos, golpeaba la ya
cansada ansiedad de su padre que lo miraba hacer. Se acercó a la computadora,
la preparó con minucioso cuidado a ritmo de resonancias internas que taladraban
su piel. La accionó. Un prrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr y sus ojos anegados de sorpresa
quedaron estáticos ante el papel en el que aparece escrito:
A
b c ch d e f g h i j k l ll m n ñ o p q r rr s t u v w x y z.
1 comentario:
saludos. ha sido grato leer. me ha gustado Nostalgia..y Aquí por siempre. muy buenos textos enhorabuena.
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