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jueves, 29 de mayo de 2014

José Luis Velarde


José Luis Velarde (Ciudad Victoria, Tamaulipas). Es narrador más que poeta y más poeta que ensayista. A pesar de ello deambula por todos los géneros literarios. Escribe con vehemencia. Quisiera dedicar más tiempo a la escritura. Sueña con la radio cultural de antaño y si le fuera posible aún jugaría futbol en los llanos de polvo y cerveza incontenible. Editorial Terracota le publicó la novela Contradanza en el 2014.




El rumor


El rumor surgió vándalo de tan perentorio. Amplio, poderoso e instantáneo como la comunicación de las redes sociales donde lo repitieron hasta modificarlo una y otra vez. A los pocos días era un rumor independiente de la catástrofe anunciada al inicio del ataque informativo, pero aún era un rumor amplio y tan adictivo como los efectos de una droga gratuita e indetectable.

El rumor creció maravillado por el talento de los millones de guionistas que alimentaban las historias donde iba de lo bueno a lo malo sin pausa. Se sintió único al reconocer la fuerza de la creación colectiva capaz de mantenerlo en movimiento, aunque por esas fechas ya era un rumor de interés reducido y movimientos torpes por la vejez en que se adentraba. Hubiera entristecido de saber que los rumores los engendran unas cuantas entidades.

Seres, gobiernos y empresas donde se predice y calcula cada uno de los efectos y posibles cambios que habrá de sufrir un rumor tras impactarse como vándalo perentorio en la opinión pública.



De Minos a más


Era cretense, porque había nacido en la isla más grande de las tantas que forman parte de Grecia, pero prefería decir que era un desgraciado y un cretino, porque de tanto ser marinero un día no regresó jamás. Cuenta a quienes lo escuchan que no volvió harto de los turistas y de los extranjeros que se arraigan allá en insípido coloniaje que nada bueno aporta. Lo considera un azote al que sólo sobreviven discotecas y festejos eternos. Así que ahora no permanece demasiado tiempo en un lugar para no molestar a quienes lo hospedan. Piensa que así habrá menos historias de exiliados. Vagabundea en un bote endeble y de brutal apariencia de tan maltrecho que luce. De tanto sol tiene el rostro vidriado por arrugas pertinaces.

En su interior desea que ocurra un milagro. Sueña volver a la Creta minoica. Una Creta aislada de Roma, Grecia y los incontables piratas que nunca terminan de repartirse el botín que representa.



La reinstalación del honor


A primera vista el honor puede revelar una buena apariencia, aunque el aspecto provenga más de las opiniones conseguidas desde el inicio de los tiempos que de situación reciente. Basta referirse al honor para conseguir respeto. Pareciera establecido en un artículo constitucional.

Visto desde otras perspectivas podría exhibir un perfil ganchudo y feos promontorios de iniquidad, porque no siempre el honor es quien dice ser. Hubo honores establecidos sobre acciones terribles. Honores que reverenciaron poderes malvados tras batir al verdadero honor tantas veces depuesto por émulos de abolengo rastrero. El honor puede surgir de una paciente instalación. Un fantasma servil de apariencia conmovedora y farsa irremediable. Un engaño exquisito donde se confundan los matices auténticos que un día inspiraron respeto a quienes fueron capaces de enarbolarlo sin engaños.

El verdadero honor advierte que muchos prefieren sustitutos de tintes luminosos y excéntrica movilidad.

El verdadero honor permanece en la sombra.



La desazón del consuelo


No sé si numeroso sea un adjetivo que pueda definir el grito que lancé ante ti. Surgió de todas mis personalidades y eso ya implica una multitud. Fue un impulso más veloz que una flecha mientras pudo mantenerse en el espacio donde la distancia comenzaba a separarnos. Oscilaste como un junco para evadir el ruido que no pudo revivirte piel adentro. Vi a la felicidad desplomarse en el eco de las palabras incapaces de reconstruir el rumbo. Comencé a ahondar las murallas construidas alrededor de tu cuerpo sin ir más allá de mi deseo. La muchedumbre convocada por mi grito no pudo unificarse ante ti como si fuera una ganzúa experta en revelar secretos. Derrotado tuve que reconocer la facilidad con que diseccionas egos y retrocedí a un espacio menos conflictivo.

Ahí grité hasta quedarme sordo.
Admiro que no hayas podido silenciarme y lamento no poder imaginar tu respuesta.


Una mañana cualquiera

Abre los ojos sin saber quién es. Amodorrado gira el cuello en torno de la habitación inundada por el sol. Se levanta incierto y atisba entre los dedos temblorosos hasta descubrir una cortina gruesa junto a la ventana. La cierra con alivio.
Avanza hasta el baño sobre piernas inestables. Usa las manos como cuenco y bebe. Orina y entre los desechos el alcohol refrenda la resaca contumaz.

Aún es irreconocible. En el subconsciente desfilan sus rostros.

Despierta al encontrar la imagen con la que más se identifica.

En seguida, el espejo muestra la que más le conviene.
Cierra los ojos sin saber quién es.



Textos cortesía del autor.

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