Nací en la Ciudad de
México en 1975. Crecí en la zona oriente del Distrito Federal, estudié un poco
de antropología en la ENAH, y poco más de Filosofía en la Facultad de Filosofía
y Letras de la UNAM. Ganador del concurso de cuento de la Facultad de Estudios
Superiores Zaragoza en 1995. Colaborador de la revista literaria Péndola de la FES Zaragoza. Articulista
en el periódico digital Paréntesis la
Realidad de los Hechos. He participado en la revista Metapolítica. Me apasiona la literatura desde todas sus
manifestaciones, como lector y como creador.
Lluvia
Cuando llueve, mi
ciudad se inunda de angustia, desesperación, de odio y de tardanza. De todo y,
por supuesto, de un poco de agua.
Atlacatl
La mañana en que
Jesús Atlacatl se exilió de este mundo nadie supo el porqué, sólo que aquella visita al tianguis cambió su vida.
Aquel día regresó apresurado y sudoroso, cargando una caja de madera podrida. Años después, por
casualidad, un vecino descubrió el contenido de la caja. En ella, Jesús
guardaba su propia muerte. Una vez que se supo qué era lo que Atlacatl,
solitario, cuidaba, la ciudad entera observa y apuesta, día a día, si tendrá el
valor de abrir su mortal caja.
Un día más
Esperar es lo más
difícil de mi trabajo pues a lo otro ya me acostumbré. Estoy en la barra con
una cerveza en la mano y esperando que aquel pase caminando por la calle. He
estado siguiéndolo un mes y no falla. Es su momento vulnerable. Algunos
criticarán mi trabajo, pero todos tenemos que ganarnos la vida y, para mí, ésta
es la mejor forma. El televisor transmite futbol, hace tanto que no veo el
futbol y menos a mi equipo. Le faltan 45 minutos al encuentro, casi lo mismo
para que pase aquel, una coincidencia que ni planeada. Me concentro en el
partido, en los jugadores: “corre”, “tira”, “pásala”, “pareces niña”, “chingada
madre”, “por poco”. Hace tanto que no me emocionaba un partido y éste me sabe a
gloria. Empates “¡no!” Afortunadamente, hoy alguno tiene que salir victorioso.
Tiempos extras “¡ya ni la chingan!”. Estoy al límite, tengo tres cervezas
encima y un difunto que sigue vivo. Me resigno a saber del resultado del
encuentro en el resumen del noticiero nocturno.
Empieza
el tiempo extra, pongo la maleta en mi regazo, palpo sobre la loneta mi
Beretta, está cargada y lista para conectar. Sigo lamentándome por el tiempo
extra. Tanto tiempo sin ver un partido y en éste empatan, como si uno no
tuviera ocupaciones. Llega el momento, lo miro pasar distraído, abstracto.
¡Caramba! Me levanto, camino hacia la puerta. Trabajo es trabajo. Un segundo
antes de abrir la puerta suena un grito: ¡Goooool! Miro la pantalla, regreso a
mi asiento, pido otro tarro y me emociono por mi equipo, por la cerveza, por el
gusto de estar esperando y por la suerte que ha tenido aquel, que sin saberlo,
el futbol le ha regalado un día más de vida.
El tiempo que no fue
Para mi pequeño Tonatiuh
Ver tus piernas
moverse a un paso acelerado; mirar cómo el aire tembloroso acaricia tus brazos
y cabeza; cómo miras el espacio con furia; saberte fuerte, vigoroso, grande, de
talla mayor a la de tu padre. Me recuerda aquellas veces que de pequeño te
caías y llorabas, soltabas lágrimas a la primera provocación. Cómo te asombraba
la resbaladilla, los columpios, cómo te asustaban las gallinas y los gatos. Recuerdo,
cómo temblando de miedo me enseñaste la herida, aquélla en tu muslo que te costó
10 puntadas y fieros reclamos. Y, más reciente, la primera vez que te
emborrachaste tanto que ni siquiera pudiste decirme con palabras que estabas
ebrio, sólo nos miraste y volviste a caer en llanto. Así te sé presente, como
el sol que ciega mi día a día. Ahora juegas futbol, al baloncesto y te
enamoraste de tu bicicleta, como de aquella chica de la cual se me ha olvidado
el nombre, pero que se apareció a tu lado rodando en las calles citadinas, que
cuando me lo narraste no tenias suficiente fe como para creer que eso te podía
pasar a ti.
Así,
vivo, me gusta tenerte, tocarte, escucharte; así de vital es el mundo que te
espera y que sabrás estar lo mejor
posible en él.
Pero
ahora, en este instante me doy cuenta de lo
absurdo que puede ser la mente humana, de lo débil que es, que a la
primera provocación se desnuda y es que ¿cómo puedo sentir nostalgia de lo que
no ha sido? Y que nunca será, ¿cómo puedo extrañar el tiempo que nunca ha
corrido?, ¿por qué te sé vivo? Si la única verdad es que no lo estás, que el
destino decidió otra vida y que mi
pequeño sol no alumbrará la oscura vida.
El Campo numero 8
El futbol nunca ha
sido cosa importante en mi vida. Desde pequeño, me pareció algo irrelevante.
Mientras los niños de mi barrio se volvían locos por los equipos y partidos que
se transmitían en la televisión, a mí me daba lo mismo quién jugara o quién
ganara, pero en la escuela y en la calle no se hablaba de otra cosa que no
fuera tirar patadas. Así que me dije: ¡Joaquín o te enganchas o te jodes! Y me
apunté al glorioso Unión Guerrero, en el cual
jugué todos los sábados y domingos, en las ligas infantiles y juveniles.
Fue así que la tierra, los orines, la cerveza y los gritos fueron parte de mi
infancia. Yo bueno, lo que se dice bueno jugando, nunca lo fui. Era poco hábil,
pero siempre he sido un aferrado y me dejaban jugar casi todos los partidos.
Como defensa, masacré a muchísimos; como delantero, fui una decepción. Pero
jugar en el campo “Tronchis” fue algo gratificante. Aunque en realidad en ese
tiempo no se llamaba así, era sólo el Campo Número 8, pieza de un inmenso solar
que se disfrazaba de conjunto deportivo inexistente, el cual contaba con llanos
de futbol, algunos árboles estoicos y uno que otro inmenso charco en épocas de
lluvias o grandes hoyos en secas. “Tronchis” se le nombró después de aquella
final en donde el Unión Guerrero, equipo emblema de la Unidad Vicente Guerrero,
dejó los juegos miserables de las ligas inferiores y subió a la Tercera
División. Yo jugaba en juveniles cuando el equipo grande estaba en la final de
un cuadrangular con el fin de elegir quién subiría a la Tercera División
nacional. Algunos le podrán llamar suerte, otros cagada, pero el Unión Guerrero
estaba en la final del torneo. Como todos se podrán imaginar la mitad de la
colonia estaba ese domingo en el encuentro, el duelo fue en contra de los Racing Sport de Cuauhtepec.
Sí que eran duros los norteños y un par de veces nos mentaron la madre a la
porra y a la banca. No le sacaban a los chingadazos. Los equipos menores del
Unión Guerrero habíamos perdido todos los encuentros del fin de semana, para
muchos era un mal agüero, pero el equipo mayor no se desanimó. La onceava la
integraban varios conocidos, el chango,
el monstro, la cuca y el tronchis. Este
último, mi hermano mayor, a él sí que le gustaba el futbol, jugaba 4 días de la
semana, tenía toque, fuerza y velocidad; un delantero nato; así era él, un
crack, y aquel día demostró que valía oro. El marcador final fue de 3 a 2, a
favor del Guerrero. El Tronchis metió dos, uno normalito, antes de medio
tiempo, en un tiro de esquina el monstro
con toque preciso logró que mi hermano
aventajara a su defensa y, de palomita, cabeceara para conectar en la esquina
izquierda del marco. El guardameta sólo se pasmó ante el balón, que como
pequeño roedor se incrustó en su portería. ¡Vamos cabrón! ¡Tú puedes! ¡Hasta
que haces algo bueno puto! Así animábamos a los nuestros. El otro, el tercero,
fue memorable. Ya al final del segundo tiempo y con el
marcador empatado en una acarreo sublime, tanto como el de Maradona en el 86
–digo guardando sus dimensiones- el tronchis
arrasó con sus quiebres hasta encontrarse de frente al marco con la solitaria
oposición del portero, dribló de izquierda a derecha y viceversa. El arquero se
lanzó en su contra pero el tronchis
ya casi tocando el pasto, en un impacto que le costaría una costilla rota, sacó
un tiro raquítico, pero con suficiente fuerza para levantar vuelo. Como un ave
herida, el balón se elevó a duras penas, como queriendo sofocarnos, rozó la
esquina superior izquierda y como un fantasma temeroso se refugió en la mitad
de la red. Ese gol del tronchis le
valió la gloria al Unión Guerrero y, para él, una fama transgeneracional. A
pesar de que el futbol no ha representado nada importante para mí, sigo
viniendo los fines de semana a los llanos de la colonia para ver jugar a los nuevos
talentos que componen los equipos del Unión Guerrero; platico con los viejos de
aquel glorioso gol del Tronchis,
quien años después murió solo en la calle. Se dice que por hipotermia, yo creo
que por pinche borracho, y es que, si algo aprendió bien el Tronchis en estos campos, aparte de
jugar un excelente futbol, fue el de tomar mucho y sin medida. En estos días,
me he dado cuenta que ya somos pocos los que seguimos llamando “Tronchis” al
Campo Número 8. Me parece que irremediablemente recuperará su nombre numérico.
Pero, como les dije, el futbol no ha sido nada importante en mi vida, pero
seguiré viniendo los sábados y domingos en honor a mi hermano y su amor por el
balompié. Sólo por eso, porque para mí el futbol no representa cosa importante
en mi vida.
Contacto: gabomej@gmail.com
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