Marcos Rodríguez Leija (Nuevo Laredo, Tamaulipas, 1973). Investigador y coordinador del Taller Literario El Aleph. Premio Nacional de Periodismo e Información 2000-2001, Premio Estatal de Literatura Juan B. Tijerina 2000, Premio Estatal de Literatura Juan José Amador 1998, Becario en Letras en 1998 por el Fondo para la Cultura y las Artes de Tamaulipas, Mención destacada en Yara-Granma (Cuba) por un conjunto de cuentos incluidos en la antología Argentina El Naufragio del Sol, Premio al Programa Editorial 2002, convocado por el Instituto Mexiquense de Cultura (IMC). Colaborador de revistas como Tierra Adentro, Universo de El Búho, Tropo a la Uña, Sol de Tierra, Ficticia, Baquiana (Miami, EU), Ciber Humanitatis (Chile), Letralia (Venezuela), entre otras. Autor de Exhumación de sueños lúgubres, Zona etérea, Pandemónium, Minificciones y Souvenires; está incluido en la antología En las fronteras del cuento, entre otras. Su trabajo literario ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués y alemán. Ha ejercido el periodismo en medios impresos y electrónicos en México, Estados Unidos y Argentina.
Adicto
Aquella noche salí rumbo a la Iglesia, dispuesto a dejar mi adicción. Quería cambiar, que mi vida tuviera sentido. Pero me di cuenta que no tenía otra manera de ser más que esa. Y sin pensarlo dos veces, hendí el cuchillo en el cuello de una dama noctámbula y bebí su sangre hasta el hartazgo.
Teletransportación
En el sueño, siempre rememoraba cuando era un niño que dormía la siesta bajo un nogal frondoso, donde soñaba que de grande sería el inventor de un aparato capaz de transportar a las personas a través del tiempo.
Por eso, al despertar volvía a cerrar los ojos para ver si aquella máquina en la que se encontraba, al igual que el niño que veía a lo lejos, dormido bajo un nogal frondoso, sólo eran parte de su sueño.
Cuestión de lenguaje
No es fácil pronunciar su nombre. La gente arguye que es inglés pero a Lía no le importa la procedencia ni aprender otro idioma. Cada palabra le parece un poema, un arrullo, aunque no entienda lo que el extranjero le susurra al oído cada vez que la toma de la mano y la conduce a la alcoba. Ni origen, idioma ni color, nada de eso es primordial ahí. Ella supo que eran el uno para el otro al coincidir en aquella esquina, donde sus sombras se besaron antes de que ellos cruzaran la mirada por primera vez.
Antorcha humana
Lanza fuego por la boca en las esquinas de las calles. Cuando se enciende la luz roja en los semáforos, asombra a los automovilistas que esperan el verde para continuar su marcha.
Así se gana la vida. Le da un trago a una botella con gasolina y escupe el combustible contra una antorcha para formar increíbles llamaradas.
Pero el mejor acto no son los diablos ni piratas, ni duendes ni cancerberos que vomita el niño-lanzallamas. La escena más espectacular es cuando se traga el fuego y se consume. Después, sonriente, majestuoso y triunfal, renace de entre las cenizas.
El sueño
Misraím despertó exaltado sobre la cama del hospital en el que fue internado a consecuencia de un accidente automovilístico. Había tenido una pesadilla: La ciudad era una plancha enorme de asfalto y edificios derruidos, sin árboles ni extensiones de agua. Todos habían muerto durante una guerra devastadora, a excepción de él, quien se vio en el sueño correr con desesperación entre llamaradas, sobre cadáveres deshechos y cocidos por el fuego.
Misraím colocó una de sus manos en el pecho aún dolorido. Quiso bajar de la camilla pero le fue imposible, se lo impidieron varias mangueras metálicas conectadas a su espalda. La pesadilla real era peor. Resucitó cien años después de permanecer en coma. Su cuerpo ya no era como el de un humano. La mitad de sus extremidades estaban hechas de un metal extraño y desconocido para él, quien no tenía más alternativa que aliarse a un batallón de androides para retomar la guerra, una guerra que años atrás un pueblo ajeno al suyo había perdido a miles de años luz del planeta Tierra.
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