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domingo, 27 de febrero de 2011

Luis Felipe Hernández


Luis Felipe Hernández (Ciudad de México, 1959). Es escritor, matemático y cantante del Coro de Bellas Artes en funciones sinfónicas. Posee estudios en actuaría y administración de empresas e imparte cátedra de postgrado en diferentes universidades privadas.  Ha publicado la novela Derrumbe (Nueva Imagen, 2005), los libros de cuento Circo de tres pistas y otros mundos mínimos (Ficticia, 2002), De cuerpo entero (Nueva Imagen, 2004) y Falsos amigos y otras epifanías (Ediciones La Rana, 2007). Entre los reconocimientos obtenidos se encuentran el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2003 por De cuerpo entero), mención honorífica en el Premio de Cuento Juan José Arreola 2002, Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández 2006, por Falsos amigos y otras epifanías.
“Esto de tratar a los libros como hijos tiene sus recompensas: más baratos que los carnales, podemos corregirlos e incluso son susceptibles de agotarse. Amén de que jamás nos presentarán a un bodrio como su amorcito.”



Trauma

Nunca aprendió a coser ni a bordar; la única vez que lo intentó se pinchó un dedo y cayó dormida por cien años.


Secreto

La madre difundió la mentira: un lobo ataviado con el camisón de la abuela atacó a Caperucita Roja. Así, nadie supo que la anciana era licántropa.


Pasión

Se armó gran trifulca en el partido. Hubo dos expulsados, tres lesionados y ante los ánimos enardecidos no fue posible elegir candidato a la presidencia.


Rasgadura

El público se horrorizó cuando a mitad del escalofriante acto el tragasables sufrió un ataque de hipo.


Vicio y virtud

Al término de cada función, mientras uno de ellos escapa del circo para perderse en tugurios y lupanares, el otro reza y se sumerge en profunda meditación. Nadie creería que fuesen hermanos. Mucho menos siameses.


La elefantasma

Deambula por los circos que tanta gloria le dieron. Sus orejas, semejantes al celofán en transparencia, son enormes al igual que la trompa balanceante con la cual va recogiendo memorias y recuerdos: ya sea de la ocasión en que hizo la danza de los siete velos en el Ringling, ya de la vez de su salto a doble altura desde un trapecio del Barnum; ya del fatídico, último resbalón que dio en la cuerda floja del Atayde.
A la elefantasma no le molestan las nuevas generaciones que tratan de emularla con torpeza. Ella simplemente les observa desde una grada ―siempre de tipo preferente― y meneando la cabeza desaprueba un titubeo, un error en el ritmo de la rutina, un movimiento innecesario.
Saciada una vez que está de memorias, lo único que la estrella sigue deplorando con añoranza, y antojo cada vez menor, es que los cacahuates carezcan de ánima.

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