Páginas

viernes, 4 de febrero de 2011

Fernando C. Pérez Cárdenas


Fernando C. Pérez Cárdenas, mejor conocido como el General Macario Piedra, es un físico mexicano nacido en San Luis Potosí. Estudió el bachillerato en la Preparatoria número 9 de la Universidad Nacional Autónoma de México, y la licenciatura y maestría en física en la Facultad de Ciencias de la misma universidad. Recibió su doctorado en los Estados Unidos, donde actualmente trabaja en el área de materia condensada. La mayoría de sus publicaciones difícilmente podrían considerarse cuentos, a menos que el lector perciba el drama en la solución poco clara de una ecuación diferencial parcial de segundo grado y se deje llevar al clímax en la sección de conclusiones, que nunca falta, donde el lenguaje es seco y las palabras pocas.  Ahora bien, hay excepciones: algunos de sus cuentos cortos han aparecido en las secciones culturales de periódicos mexicanos, y llegó a publicar una minificción en la desaparecida revista El Cuento, que dirigía el Maestro Edmundo Valadés. Un poco más extensa es su obra cuentística en la Red, donde textos suyos aparecen en antologías dedicadas al cuento. El verdadero gusto por escribir historias lo adquirió en Ficticia.com, portal dedicado a la literatura. Ahí ganó varias veces el concurso de minificciones y ahora es tallerista del mismo. Un tema que invade su curiosidad científica y su interés literario es el Tiempo, pero hasta el momento no ha logrado producir un texto que sea, a la vez, relato y artículo científico de investigación.



El fin del tiempo

Los miembros de una secta mística proclamaron que el fluir del tiempo requiere de las memorias que residen en las mentes de los seres vivos. Por eso se internaron en el Desierto de Sonora con la intención de olvidar.
Tras su partida, un número creciente de sucesos inexplicables han sembrado el pánico en la región. Convencidos de que aquel grupo de contemplativos es la causa de tan rojos atardeceres, cientos de voluntarios han emprendido su búsqueda, siguiendo veredas sobre las cuales hoy los pájaros parecen flotar inertes.
Nadie ha regresado.


Descubriendo a Cristina

Entré como el viento, Cristina. Ni oportunidad le di al mesero de recibirme porque no bien había terminado de decir buenos días cuando yo ya me encontraba al otro lado del establecimiento. Desafortunadamente, de aquella puerta colgaba un funesto fuera de servicio. Por eso recorrí tres cuadras a gran velocidad, sin saber que me dirigía hacia la más grande injusticia: el baño es sólo para los clientes. ¿Qué tal si meo hoy y vengo a comer mañana?, le rogué a la señorita, pero el dueño me ordenó abandonar la lonchería. ¡Si no tuviera tanta prisa te partía la madre, hijo de puta!, fue mi despedida. Con la rapidez de un ladrón que huye, busqué entre las moles de concreto en la gran ciudad, visitando cantinas clausuradas, jugueterías sin rincones solitarios, árboles faltos de privacidad, salones de belleza carentes de gente solidaria, hasta descubrir tu apartamento, amiga mía. No tuve que forzar mi entrada: te repito, soy como el viento. Llegas tarde y me encuentras en tu recámara. He hurgado en tus cosas: leí las cartas y el diario, miré todas las fotos. Me atrapaste. Ahora te conozco y sé que eres una mujer sola. Te quería contar de mí, decirte quién soy, explicar por qué me he enamorado de ti a través de objetos. Mas no me dejaste. Pudimos haber sido felices, pero se te ocurrió gritar como loca, como si hubieras visto al Diablo. Amor, cierra los ojos mientras de tu cuello brota líquida y suave la vida, e imagina que eres una hoja seca que se lleva el viento.


Grava

Brinco de un autobús en movimiento y las piedritas sobre el asfalto me lastiman cuando toco suelo. Camino como un pato y subo a la banqueta. Sólo unos pocos peatones parecen notar mis pies descalzos, ensangrentados y sucios; la demás gente va de prisa y no se percata. Al pisar un escupitajo me maldigo y pienso que hubiera sido mejor no deshacerme de los zapatos hasta llegar al trabajo. Pero me reanima el imaginar que mi lastimosa condición seguramente surtirá un mejor efecto. Ya en la tienda, los otros vendedores me interrogan escandalizados. Quiero gritar que por el miserable sueldo que recibimos, ésta es la única manera digna de deambular entre tanto superfluo artículo de lujo; mas simplemente añado que mi problema son las superficies irregulares. La jornada transcurre casi normal. Cerca del mediodía, Claudia me informa que la jefa quiere verme. Me dirijo a su oficina lentamente. Toso para anunciarme. Estoy bajo el marco de la puerta. Ella levanta ligeramente la cabeza y fija su vista en mis partes heridas. Luego clava sus ojos en los míos con una extraña sonrisa que no logro descifrar. Ordena que me acerque a su escritorio. Lo hago lo más naturalmente que puedo. Me entrega un cortaúñas e indica que puedo regresar al mostrador.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado lo que leí Fernando. Mis preferencias en cuanta a temática me inclinarían rápidamente hacia el primero, sin embargo el segundo es una obra maestra.
    Enhorabuena

    ResponderEliminar
  2. Sí, el segundo es maravilloso.
    Los tres son muy buenos.


    Saludos.

    ResponderEliminar