Natalia
Madrueño estudió una licenciatura en Letras Hispánicas y un máster en Estudios Avanzados
en Literatura Española e Hispanoamericana expedida por la Universitat de
Barcelona. Escribe ensayo, cuento y minificción. Ha publicado algunos de sus
textos en distintas antologías, periódicos y plaquettes digitales. Ha dirigido
talleres, mesas de lectura, promoción de escritura creativa y charlas con
escritores juveniles como Kevin Brooks, Antonio Malpica, Loreto Sesma, entre
otros. Pertenece al jurado 2019-2020 del
Programa de Fomento a la Lectura y Expresión Escrita (PFLEE) de la Universidad
de Guadalajara y del concurso Minificciones
desde el encierro 2020 de la editorial universitaria. En diciembre del 2018
recibió a la poeta uruguaya Ida Vitale, premio Cervantes 2018 y premio FIL2018,
con un ensayo dedicado a su obra narrativa. A Natalia le gusta además el café,
las manos, música, comida y el viento.
De pequeñas mordidas
Pues mire usted, comencé por
mordisquear sus labios. Las personas normales suelen besar, pero yo mordisqueo.
Mordí sus pies, en especial me detuve en su dedo pulgar derecho. Tan gordito
él, tan suave. Perdón, pero si tan sólo supiera las miles de sensaciones que
brotaban de mí cada que la mordía.
También mordí sus muslos, ahí usé
un poquito más de fuerza. En ese momento supe que no le disgustaba lo que
hacía, al contrario, ya gemía como si estuviera a punto
de explotar; sin embargo, sé que aún no lo hacía porque en realidad sintió un
orgasmo cuando llegue a su sexo. Ahí me detuve por mucho tiempo y repartí un
montón de múltiples mordiditas, aunque debo confesar que algunas no tan
pequeñas. Creo que cuando subí a su vientre, sin afán de alardear, ella ya
había ido y vuelto unas tres veces al mundo del cosquilleo profundo y de los
cuerpos entumidos. Ya ve que dicen que las mujeres son multiorgásmicas y ella
de seguro lo era.
Después me suplicó que no la
dejara, pero tuve que hacerlo porque soy casado. Así que no fui yo, y aunque en
su cuerpo la única señal de supuesto maltrato son mis dientes, yo no la maté.
Créame, debió morir de amor.
De un mito
Una tarde de septiembre, entre
sonrisas y café en mano conocí a un hombre que con su canción calmaba bestias y
dotaba de sensibilidad algunas piedras. No debía mirarme y no debía mirarlo,
pero su voz era tan hermosa que no pude evitar admirarlo. Entonces mi suspiro.
Cuando llegó el silencio y se viró
para encontrarme, ya nos habíamos perdido para siempre, y aunque sus ojos
negros y profundos se encontraron con los míos que ya lo amaban, tristes los
dos, aceptamos que no podíamos pertenecernos. Él tenía a su Eurídice y yo a mi
Orfeo.
Desaparecida
Te
extraño con cierto desencanto, en partecitas, como lo acordamos aquella vez,
¿te acuerdas, o tal vez fui yo quien lo acordó? Extraño tu aroma, tu risa, tu
inmediatez cuando sabías lo que quería desayunar. Extraño tus líneas y tus
curvas. Quizá sea porque sigo amando tu sexo y la idea que tengo de ti ahora
que no estás. Pero a ti, lo que es a ti agrupada, completita, no te extraño. Te
quiero ahí, justo donde frente a ti me desnudé tantas veces sin pudor, donde me
hacías el amor tantas veces nos diera la gana ¿o era yo quien te fornicaba sin
razón y sin mesura? Te extraño allá donde me dijiste adiós cuando nos avisaron
que debíamos permanecer guardados por la cuarentena. Extraño de ti incluso esa
última vez en que dijiste NO.
Amenaza
“…
hasta que la muerte los separe”. Y Juan Carlos, sin saber lo que le esperaba,
aceptó.
Injusticia
Es
mentira todo lo que creía sobre el amor, y si hay que culpar a alguien de mi
desgracia es a mi madre, que en paz descanse, o mejor no, que no descanse.
¡Ella y sus estúpidas palabras!: “Hija, para el amor no hay edad”. Y por
hacerle caso ahora sufro como nunca lo había hecho.
Sucedió
cuando me armé de valor y decidí confesarlo todo, pues acababa de enterarme
gracias a Martita, mi vecina, que Luis, el amor de mi vida, estaba muy enfermo.
Desde entonces mi dolor se incrementó sin contar que, además, puedo sentir cómo
todos me odian, empezando por su familia. No, nadie entiende ni podrá entender
lo mucho que lo amo; es más, ni yo lo entiendo. Mire que enamorarme a estas
alturas y además de él, de Luisito, que es tan joven y lleno de muerte a sus
16, mientras yo a mis 70 estoy tan vieja y llena de vida.
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