Ricardo
Sigala Gómez (Guadalajara, Jalisco, 1969) es maestro en Literaturas del Siglo XX por la
Universidad de Guadalajara. Es autor de Periplos.
Notas para un cuaderno de viajes y Paraíplos
(narrativa breve), Domar quimeras (poesía) y Extraño
oficio (ensayos). También es autor de Letra
sur. Ejercicios de periodismo cultural y de La cristalina del silencio. Muestra de los Juegos Florales de Zapotlán
el Grande.
Ha coordinado talleres literarios en diversas instituciones
desde hace más veinte años. Ejerce la docencia en la Licenciatura en Letras
Hispánicas del Centro Universitario del Sur (CUSur) de la Universidad de
Guadalajara.
Fue director de La gaceta del CUSur,
es titular del programa de radio Cumbres
de Babel, Letras del mundo, que se transmite por Radio Universidad de
Guadalajara Ciudad Guzmán. Es columnista en diversos medios periodísticos de Ciudad
Guzmán, como El volcán y Señal informativa región sur.
Un siglo de estos
Por
estos días, después de siglos, la cabeza de Orfeo cuenta su historia en las
tabernas a cambio de que alguien le incline, sólo un poco, el vaso hacia su
boca.
(En
Domar quimeras, Unidad Editorial de
CULagos, 2018)
Paquete para la abuela
Caperuza
se puso el impermeable rojo y salió a la casa de la abuela. Tenía que llevarle
un paquete que su madre había cocinado. Lo hacía con gusto, ya sabemos que las
abuelas tratan tan bien a sus nietos y ésta no era una excepción, Caperuza
había sido más que mimada por la madre de su madre, además no era mala idea
compartir el vino con ella, como siempre sucedía. Caperuza abordó el camión en
el parador, en él cruzó las aguacateras, los invernaderos y el resto de nuevos
cultivos, con su aburrida monotonía y sus molestas emanaciones de
fertilizantes.
Fue en ese momento en que se detuvo a pensar si en
verdad era bueno que ya no hubiera lobos, pues sistemáticamente llegaba a la
casa de la abuela y se encontraba en su lugar con sicarios cobrando el derecho
de piso, policías en espera de la “contribución”, militares con sus mecanismos
inciviles y obscenos.
Desconfianza
Algunos desconfían de los medios de comunicación y por supuesto de los
discursos de los políticos. “Yo desconfío de las palomas”, asegura José, y se
sienta a la puerta de su casa con un rifle en la mano, en tanto María sonríe
coqueta hacia las alturas.
Las hienas
Las
hienas adoptaron la costumbre de acercarse demasiado a nosotros. Al principio
las vimos con temor pero la naturalidad con que nos rondaban nos llevó a
perderles el miedo, y las llegamos a ver como un exotismo propio de nuestro
pueblo. De qué nos preocupamos si ellas se alimentan de carroña, decíamos
seguros. Ellas se fueron metiendo cada vez más en nuestras vidas, comenzaron a
circular por nuestras calles y banquetas, sentían una inclinación natural por
los mercados y las carnicerías, nuestros
parques estaban decorados con su presencia. Se fueron metiendo tanto en
nuestras vidas que no nos importó que devoraran nuestros gatos y perros bajo el
argumento de que ellas sí habían logrado exterminar las ratas de la ciudad. Entraron
inevitablemente a nuestras casas, a nuestras alcobas, fue natural que al comer
de nuestras manos, mordieran algún dedo, o la palma. Su amor por nosotros ha
crecido y nuestra fascinación las deja devorarnos de a poco. A veces pelean
brutalmente por una costilla, a nosotros nos preocupa que puedan hacerse daño.
Entrega
Él
le dijo que estaba dispuesto a entregarse en cuerpo y alma. Ella, tan práctica
y literal, le tomó la palabra. Se tomó su tiempo y comenzó, con la calma y la
paz que la caracterizaban, a olfatear su cabello, después se detuvo en su piel.
Más tarde lo besó, primero en los labios, luego su exploración la llevó a
lugares insospechados y la llenó de una intensidad que él desconocía. Ella le
habló del sabor de su piel y su saliva. Los primeros mordiscos fueron muy
estimulantes, pero las mordidas comenzaron a inquietarlo, sin embargo son las
cosas que uno debe aceptar por amor. Cuando arrancó los primeros trozos de
carne imaginó una fantasía gore. Ella le habló del sutil sabor de la orina,
levemente olorosa, de los riñones. El hígado era francamente amargo, la acidez
de las tripas la llevaron a la cocina para experimentar entre fritura y
especias. Tras un último suspiro, ya no alcanzó a escuchar qué opinaba ella de
su corazón.
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