Cristina Rentería Garita (Puebla, 1980). Doctora en Ciencias Sociales
(SNI-Candidato México, Sistema Nacional de Investigadores) y ex funcionaria
internacional en el Sistema de Naciones Unidas para América Latina y el Caribe. En 2015 (y 2016), en el marco del
Festival Eñe (Madrid), fue seleccionada para participar en la actividad Cuatro
Editores en Busca de Autor; fue incluida en la antología Anónimos, del Festival
Internacional de Poesía “Cosmopoética” (Córdoba) y fue reconocida como una
Incunable (Joven talento inédito) por la revista Skeimbol. Publicó en el número
dos de la Revista TALES, dedicada exclusivamente al cuento. En 2016 fue una de
las tres finalistas del prestigioso concurso de literatura de terror “Se Buscan
Hijos de Mary Shelley” (Madrid). En 2018 obtuvo la Mención Honorífica en el
Premio Nacional Dolores Castro (México), con su primera obra Oír con los Ojos y ganó el concurso “Día
de Muertos”, de la plataforma literaria Zenda. En lo académico, ha publicado
textos de análisis literario. Actualmente cursa el Doctorado en Educación
especializándose en Literatura Comparada México-España y es profesora de inglés
bajo el sistema Cambridge.
Otras obras inéditas: Oír con los
ojos, Juan y los Murmullos, Antes de Ahora.
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IV
Llegó El Tapado
En
la carrera sólo existe una certeza: desconfiar.
Los
candidatos se miran a los ojos, se estrechan el antebrazo y toleran su repudio.
Allá ven la línea de meta: una banda presidencial verde, blanca y roja.
El
disparo marca el inicio. Los candidatos publican sus asesinatos, exponen a sus
bastardos, reclaman justicias enmohecidas con discursos y promesas. No
contravienen una ley sagrada, el honor de la silla: no hay presidentes maricas.
Corren estirando la zancada en busca de una ventaja mínima, la definitiva. De
pronto, a unos metros del final El Tapado, a paso tranquilo, cruza la banda.
Del otro lado, el presidente saliente lo reciben en un abrazo.
Los
candidatos recogen aire, y su orgullo, con las manos en las rodillas. Ahora, el
podio. El Tapado les da una palmada en el hombro. Quizá para la próxima. Se
muerden la lengua, toleran el ridículo; sonríen lo mejor que pueden e intentan
salir junto al Tapado: el que se mueve, no salen en la foto.
XIII
Y entonces
Viene
la niña y te ofrece la foto, sólo un trozo. Tú la tomas entre tu índice y tu
pulgar, la miras y los ojos se te llenan de lágrimas. Gritas enfurecida, jalas
a la niña de una oreja. ¿Por qué lo hiciste?, le gritas con las venas vivas en
el cuello. ¿Por qué lo hiciste? repites y repites sin darte cuenta que tu palma
se entume al choque con su mejilla blanda. Por ayudarte, te responde entre
retazos de frases y mocos cayéndole en cascada. Tú aprietas la mandíbula,
azotas la puerta.
Te
encoges en una esquina, buscas consuelo: te balanceas como te has enseñado tú
misma. Así calmas a la vida cuando insiste en perseguirte con sus miedos y sus
recuerdos. La muy puta te ha elegido a ti, tú no la elegiste a ella. Te puso en
el coño de una mujer que te arrojó a las luces amarillas de la miseria y te
destetó a los tres meses: lo mínimo para encaminar a una cría.
La
vida te ha ido comprometiendo al consuelo: chupándote el dedo para calmar el
frío de la soledad, agazapándote al regazo de tu hermana que comenzó a jugar a
las muñecas contigo en brazos. Tú hubieras querido vestidos de princesa,
pechugas de pollo, panes de dulce y de sal; que pegaran por ti, ser el hermano
y arrancarte con mostaza, con horas en bicicleta o con tés de orégano y baños
de tina, esa semilla que llora al otro lado de la puerta, a la que no quieres
odiar pero que te recuerda que la vida, al menos esta, no la eliges, te elige.
Te
pones de pie, vas a la cocina y buscas un chuchillo. Abres la puerta del cuarto:
ahí está la niña, comiéndose las uñas.
Y
entonces, decides que la vida ya no va a elegir por ti.
XIV
Cerca
Con
los ojos cerrados, oigo a mi mamá y a mis tías. No me pierden de vista, me
buscan más defectos expuesta aquí, en la cama del hospital. No ocultan su
desprecio, pero yo confío en lo que he imaginado para mi vida. A veces, sólo se
necesita el vientre plano.
Susurran.
—…es
que la sobrina está bien gordita. No se ha hecho el bypass porque no tiene para
pagarlo.
—Sí,
caray… Ya tiene 32 y así, ¿cómo?
—¿Qué
tal cooperamos y entre todas le pagamos la operación?
Abro
los ojos. Silencio.
Cerca,
al oído, mi mamá me dice:
—No
te preocupes, hija. Tú si te vas a casar.
XVIII
Octubre
Hojas
secas en el suelo. El lechero no dejó la leche ni el tren paró en la estación,
pero no temimos. Entre las sábanas, dentro de nuestros sueños, su mirada
diáfana, sus dientes blancos moderaban palabras de cómo el mundo se iba
levantando para asomarse a nuestra gloria. Mi marido agita mis hombros y me
trae a la realidad frente a la taza de café. En la televisión su mirada diáfana
nos custodia sin estar. Aprieto la mano de mi marido.
Hoy
mi hijo tampoco ha llegado a casa.
XIX
Vivos se los llevaron
Un
sábado de noviembre, de la mano de mi abuela, les dije adiós. Sabía que mis
padres se iban a Jalisco por el puro gusto de recorrerlo. Durante una semana su
vocho fue visto por kioskos, canales de riego, templos al Altísimo. En cada
lugar, se hacían una foto con la Polaroid y la echaban al correo. En Casimiro
Castillo se terminó su rastro.
Hace
tres meses murió mi abuela y, aunque siempre pensé haberme resignado a la
pérdida de mis padres, he vuelto y revuelto las Polaroid, empeñado en hacer la
ruta de mis padres por Jalisco. A unos kilómetros de Casimiro Castillo veo todo
con claridad. Mis padres como en las fotos, ella de pantalón acampanado y él de
camisa de terlenka, corren en dirección contraria a una mujer ensangrentada. Mi
madre golpea con los nudillos en la ventanilla del vocho, mi padre me dice, olvídanos, será el único lugar seguro.
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