Genny Guadalupe
Chávez Rodríguez nació en Tizimín, Yucatán y desde temprana edad se apasionó
por las letras y las bellas artes. Se encontró con la minificción en el 2007
cuando por curiosidad se inscribió en el
taller de minicuentos de Ciudad Seva en
el que permanece hasta la presente fecha con el seudónimo de Marina Calderón
Medina.
Divide su
tiempo entre su profesión de maestra de artes plásticas y su pasión por la
escritura. La poesía que fue su primer amor deja su constancia en el delicado
lirismo de su narrativa. Seguidora fiel de las obras de Octavio Paz, Manuel
Acuña, Gustavo Adolfo Bécquer, Luis Cernuda y Amado Nervo entre otros. Es
autora de temas que cuestionan el alma y la naturaleza humana con profundidad y
al mismo tiempo rescata seres que van cayendo en el olvido en la literatura. En sus páginas conviven
elfos, hadas, duendes, árboles que cobran vida para sumarse a la lucha por
salvar al ser humano y al planeta en el que vivimos.
El abrazo del silencio es su primer
libro de minificción de donde extrae dos textos que se presentan con otros tres
de un nuevo proyecto.
El
aniversario
Se abrió la reja de
entrada y sin mirar supe que era tía Cecil. Invariablemente los viernes venía
para la hora del café, nunca más tarde, jamás más temprano; rayando las cinco,
la veía aparecer con esa sonrisa dibujada en su rostro que no se borraba ni en los
peores momentos. Podía ser que disfrazara un profundo dolor, quizá el abandono
de tiempos felices.
Ese día,
después de mucho tiempo desde la última vez, mamá había hecho panecillos de
arroz, mis preferidos. Los sirvió como era su costumbre pero en esta ocasión
usó una canasta de rafia tejida, que yo hice una tarde, atrapada dentro
de la casa a causa de la lluvia, mientras ella me contaba cosas de su infancia
que me enternecían.
Tía saludó al
entrar y se sentó, ambas notamos que en el rostro de mamá había un acento de
tristeza; movía su té tratando de evitar alguna lágrima furtiva y contemplaba
los panecillos sin intención de probarlos.
Aún no me
atrevía a dejarla y la acompañé en su llanto silencioso.
Tía se acercó
a mí con la intención de aligerar el momento y me dijo:
—Se siente
sola, llegará a conformarse, entonces podremos irnos.
El
día siguiente
El día estuvo extraño
con un sol cálido y una brisa estacionada, las flores del jardín no abrieron,
como si supieran que ya no estaría él para admirarlas.
En la cocina
los trastes, en perfecto orden, parecían temer que yo fuera a echar a perder
una tarea que nunca más será repetida por las mismas manos.
Salí despacio
sin tocar nada.
En el baño,
dejó su recuerdo en cada espacio.
Ahora,
mientras el agua me recorre el cuerpo en un intento por lavar la angustia, no
puedo quitar la mirada de una toalla que quedó olvidada.
Pienso que
también la gente que muere debería de hacer equipaje.
Son tristes
sus cosas abandonadas.
El
mes de abril
En el mes de abril,
cuando de los campos eran señores los grillos, las altas veletas movidas por
el viento, dejaban oír el eco de su
tonada diaria.
La mula, atada a la noria y dando vueltas,
soñaba que volaba. Yo, en mi afán de escapar, cerraba los
ojos y salía en pos de ella.
Juntas, ella
y yo, nos volvíamos libres como el
viento. Mis dedos rozaban los maizales,
levemente, frenando apenas el vuelo loco. A ella le gustaba quedarse quieta
como una nube más en el cielo, y en sus ojos se leía la ensoñación por
parecerlo.
A mí me gustaba convertirme
en la rama de algún árbol, por esa sensación de permanencia y de sentirme parte
de ese algo tan verde, florido y besado por el viento.
Y cuando
sentíamos nuestro el mismo cielo y toda la música del universo, un grito de
adversidad nos despertaba del dulce sueño. De nuevo en la tierra, ella mula,
dando vueltas y yo, la niña de las largas trenzas, abrazadas por el mes de
abril intercambiábamos una sonrisa
cómplice.
Extraño vuelo
Silencio, apenas interrumpido por una brisa suave que no
llega a ser viento, y trae de alguna parte pétalos que perfuman y dibujan
figuras en el aire, crean mundos mágicos sobre el pasto. La niña se pierde en
uno, se esfuma su pequeño cuerpo detrás de todos los colores; como un camaleón,
desaparece.
Disfruta la libertad que le da ese mimetismo, pretende que
el silencio sigue ahí. Que no lo ha roto la voz áspera de su madre.
—¿No escuchas que te llamo?, ¡malvada criatura!, eres un
castigo de Dios.
Quisiera no escuchar, ser solo un pétalo, la canción del
viento.
La toman del brazo y la levantan con violencia, siente
dolor. Los pétalos son ahora basura en el suelo, dejan al descubierto un rostro
pálido enmarcado por el tono bronce del cabello que, sujetado en dos trenzas,
luce desmayado sobre la espalda.
La arrastran del brazo, en una especie de vuelo rápido, sus
pies apenas se posan en el suelo. Pierde un listón del cabello, con un torpe
movimiento trata de recuperarlo mientras se siente sacudida.
—¡Deja de llorar o te doy motivos para hacerlo! ¿Por qué
lloras?
—Porque vuelo, mami, ¿no viste como vuelo?
Problema
de tránsito
La carretera estaba
cubierta completamente por la niebla y la visibilidad era nula. Siguió
avanzando con dificultad y mucho temor por lo que pudiera venir y estrellarse
contra él. Arrepentido de enfrentar la situación y no haber esperado a que
despejara, pensaba también en el riesgo de ser alcanzado por detrás, ya que no
podía avanzar con rapidez. Su corazón latía con fuerza por la peligrosa
situación en la que se encontraba.
La densa
neblina parecía haber habitado a la vaca que caminaba con toda su calma en
medio de la carretera sin que siquiera se insinuara su cuerpo, pasaba
completamente inadvertido. Contrario al estado de ánimo del hombre, ella
rumiaba un bocado de pasto disfrutando de la frescura del ambiente, muy
tranquila y segura.
De pronto, el
hombre vislumbra a los lejos un tramo de la carretera ya despejado. Loco de
contento, emocionado por sentir que estaban fuera de peligro, gira, abraza a la
vaca y le dice:
—Mi reina, nos
salvamos ¡ahí está la entrada del rancho! Mi chula, no vuelva usted a
escaparse.
Me gusta que en tus escritos siempre sacas algo bueno que da fuerza.
ResponderEliminarTextos que saben de tristezas sin dejar agobiada el alma, además de un sentido del humor muy fino. Felicidades
Querida amiga, que yo te quiera tanto no me quita objetividad para valorar tus escritos, tanto cuentos como poesías, muchos transmiten tristeza, como el que narra sobre violencia infantil, o los sueños de la niña atada a la voluntad de sus mayores como la mula, otros la nostalgia por la pérdida de seres queridos, pero pese a eso nunca hay golpes bajos, ni impactos imposibles de metabolizar para el lector, y en todos hay poesía, ternura y esa suavidad que te caracteriza en todos tus actos. Esta antología es un merecido reconocimiento a tu talento. Deseo que muchos lectores puedan disfrutarla.
ResponderEliminarLa niña, la brisa, la fantasía, se unen, se cruzan, se hacen relato para nuestro deleite. Gracias por darnos estas historias.
ResponderEliminarMuy bello
ResponderEliminarMarina- Genny, qué decirte. Me encantan tus cuentos. Siempre con fantasía y vuelo poético. Me alegra verlos en este blog.
ResponderEliminarHermosa trenza de relatos l[iricos.
ResponderEliminarZeev Galkin