(Ponencia presentada en el IV Coloquio de la Asociación Mexicana de Estudios Clásicos, 2012)
Cada siglo, época o movimiento literario tiene su género predilecto; sabemos, por ejemplo, que en el siglo XIX tuvo una gran importancia la novela, que el cuento no tuvo mayor atención sino hasta después del mismo siglo o por lo menos no durante el siglo XVIII donde lo imperante era algo muy distinto: la filosofía, la fábula neoclásica, la razón. El siglo XX ha sido el abrevadero de múltiples vanguardias artísticas y corrientes literarias, y sucede lo mismo: si pensamos en el realismo mágico inmediatamente nos remitimos a la narrativa de García Márquez —plasmada icónicamente en Cien años de soledad y de forma abundante en sus cuentos— y no sale a la luz ningún poeta contemporáneo suyo; si vamos de regreso al creacionismo evocamos enseguida la poesía de Huidobro.
Pero qué hay del siglo XXI, ¿hay una corriente literaria predominante en estos albores del tercer milenio?, ¿ejerce el cuento una primacía sobre la novela o hay algún germen de renovación en ésta para llegar a pensar que el siglo que vivimos será una nueva época de esplendor para ella? Si alguien lo cree así que levante la mano y ponga las cartas sobre la mesa. Yo estoy convencido —o me han convencido— de que el microrrelato o minificción tiene por delante mucho por hacer para seducir y sacar de quicio a lectores, escritores y académicos, pues a pesar de tener ya una tradición rica, si bien breve, en la literatura hispanoamericana, aún no se le reconocen todas sus virtudes y derechos en buena parte de los círculos literario, académico y editorial.
Antes de establecer relaciones entre la literatura clásica y la minificción quiero hacer un breve repaso sobre la naturaleza de ésta. Definiciones pululan entre los teóricos y otros más también clasifican; basta dar una ojeada al “Glosario para el estudio de la minificción”[1] de Lauro Zavala para darnos una idea de la maraña de términos y sinónimos laberínticos que encierran la producción y estudio de este género; conformémonos ahora con revisar los más utilizados:
Minificción. Lauro Zavala la define como “la narrativa que cabe en el espacio de una página”; además la minificción comprende al microrrelato, al minicuento y a la minificción[2] propiamente dicha. Para Koch, la minificción “es un sub-género experimental del cuento” y comprende, también, al micro-relato y al minicuento[3]. También Violeta Rojo, y en desacuerdo con su propia postura anterior, entiende la minificción como un término más amplio, “Las minificciones son formas literarias muy breves, que yo pienso deberían ser narrativas, pero esa narratividad puede darse de forma poética, descriptiva, teatral, etc.”[4]
Microrrelato (micro-relato). Término propuesto por Dolores M. Koch en su tesis doctoral de 1986 para referirse a textos ultracortos (menores a 200 palabras) de carácter experimental, moderno.[5] Lauro Zavala dice al respecto: “Es el término que yo utilizo para referirme a textos extremadamente breves —cuya extensión suele ser menor a las 200 palabras, aproximadamente—. Estos textos, para ser microrrelatos (en lugar de minicuentos), tienen un carácter genéricamente híbrido con dominante narrativa, donde se entremezclan elementos ensayísticos […] o elementos paródicos […] o elementos poéticos […]”[6].
Minicuento. Según Lauro Zavala es una “Minificción de carácter clásico con un sentido alegórico, parabólico o paródico”[7], y señala que tanto Koch como Violeta Rojo, entre otros, utilizan el término para referirse a cuentos clásicos de 400 palabras o menos. Javier Perucho, en cambio, considera cada uno de estos términos como “sinónimos de una misma realidad literaria que ha sido ligeramente subestimada por su naturaleza liliputense”[8] aunque apunta dos definiciones tentativas de microcuento y microrrelato: “aquél se rige por las leyes del cuento canónico; éste no se apega estrictamente a ellas”[9].
Podemos decir, a manera de síntesis, que la minificción comprende textos breves, de carácter proteico o híbrido; es decir, que colindan y a veces se fusionan con elementos del ensayo, del poema, del chiste, del aforismo, y de formas extraliterarias como el diccionario, el instructivo, el anuncio clasificado, etc. Hemos de decir también que el microrrelato o minificción exige concisión, condensación y brevedad. Y aunque no es un elemento imprescindible, la elipsis es uno de los recursos característicos de estos textos brevísimos.
Relaciones entre minificción y literatura clásica
Brevedad. En Internet proliferan los creadores y promotores del microrrelato, hay blogs en abundancia, ya sea de crítica, difusión, o creación, incluso hay eventos colectivos programados anualmente[10]. Los escritores y lectores de esta red tienen la ventaja de comentar los textos recién horneados, y es en este espacio donde se ha ido consolidando —así me parece— la idea de que la brevedad es producto de los tiempos que vivimos, del mundo apresurado y, dicen algunos, de la posmodernidad. No abordo la brevedad como un elemento trascendental de la minificción, pues ciertamente hay otros que hacen de éste género algo más complejo de lo que muchos creen; como dice Javier Perucho:
La extensión nunca puede suplantar por ningún motivo a la estética […] ¿Desde cuándo los estudios literarios tienen como propósito primordial conocer la cantidad de palabras utilizadas en, digamos, una crónica? Ese tipo de ocios no contribuye en nada a la preceptiva de un género muy necesitado de ella, o al avance de la disciplina misma, ya de por sí cuestionada en su utilidad pública y en su función social[11]
Tomo en cuenta la brevedad en tanto que tiene una tradición milenaria, compartida entre las literaturas de oriente y de occidente; en otras palabras, la minificción no se caracteriza por ser un género cuya brevedad ha sido engendrada en la posmodernidad —o como quiera llamarse a la época en que vivimos ahora— pues ésta ha estado presente desde la antigüedad. Y aquí nos encontramos con un primer encuentro entre la minificción y las formas breves de la antigüedad, entre la literatura contemporánea y la literatura clásica.
El principal problema al que se enfrenta la minificción con sus recelosos lectores es que se la asocia con lo vacuo, la simpleza, la ligereza, o con un simple ejercicio de estilo; todo por ser breve. Pero si la extensión fuera sinónimo de calidad literaria, en qué concepto deberíamos tener a Catulo, a Marcial, a Esopo, Samaniego, Iriarte, Alfonso Reyes. Todos ellos escribieron brevedades, cada uno en géneros y con objetivos distintos, y sin embargo nadie los baja del pedestal de la tradición literaria universal, simplemente porque no es posible, y no es posible porque los cármenes y epigramas de Catulo y de Marcial; las fábulas de Esopo, Samaniego e Iriarte; y los ensayos breves de Alfonso Reyes son ricos en literariedad. Tampoco se trata de la extrema brevedad, pues qué dirían entonces de lo siguiente:
Mentula cum doleat puero, tibi, Naevole, culus,
non sum divinus, sed scio quid facias[12]
(Marcial, III, LXXI)
¿Es un texto sin valor literario? ¿Debemos verlo como un ejercicio de estilo? La respuesta es evidentemente negativa pues, por definición, el epigrama es breve, aunque no es posible especificar qué tan breve; en este ejemplo leemos apenas dos versos, ¿si tuviera una sola o si tuviera menos palabras, dejaría de ser epigrama y, en ese caso, de ser literario? Aquí hay otro ejemplo:
Arctoa de gente comam tibi, Lesbia, misi,
ut scires quanto sit tua flava magis.[13]
(V, LXVIII)
Acabamos de leer dos líneas otra vez, catorce palabras, y pocos, o nadie, negarán su belleza; ¿dónde radica ésta?, sin duda en su naturaleza poética: es poesía. Y la minificción, como ya se apuntó, tiene a entrelazar elementos de un género con otro; constatémoslo con este minitexto de Alejandro Jodorowsky:
Calidad y cantidad
No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.
No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.
A mí no me cabe la menor duda de que estas dos líneas, estas veintiún palabras, conforman un texto poético; incluso es muy similar al epigrama de Marcial pues en ambos existe una suerte de artimaña para llevar a cabo un placentero autoengaño: la cantidad (más rubia y más larga) es lo que sublima a cada personaje. Igualmente, en los dos ejemplos hay una historia muy sencilla, lo que quiere decir que no es en lo que debemos fijarnos sino precisamente en sus rasgos poéticos.
Accidentalmente, un brevísimo fragmento de Catulo puede tornarse, sin problemas, en un microrrelato:
Esta línea ha sido antologada por José Carlos Fernández Corte y funciona perfectamente como un microrrelato porque nos da un sinfín de historias posibles; veámoslo como un ejemplo de lo que puede lograr la elipsis.
Elipsis. Acabamos de ver un ejemplo del recurso que más influye en la brevedad del género aquí abordado, la elipsis; pero le he hecho manita de puerco a Catulo, lo acepto. Veamos entonces uno sin trampas; tomo, para esto, un texto recogido por Marta González González[15] del libro VII de la Antología palatina:
“esta piedra es mentirosa” (273.6)
Se trata de un epitafio, pero no se explica a sí mismo. Podemos saber o no que si la tumba es mentirosa es porque no contiene cuerpo alguno, y que las tumbas que no albergaban a nadie eran de los náufragos; pero el texto no lo dice, lo omite porque eso debe saberse o deducirse, el lector del epitafio puede concluir, sin problemas, que está ante la tumba de un náufrago. Pues lo mismo sucede con la minificción, veamos este brevísimo ejemplo de Andrés Neuman:
Novela de terror
Me desperté recién afeitado
Es un microrrelato peligrosamente elíptico porque probablemente no se intuya ninguna historia, mas igual de probables son las historias múltiples que pueden inferirse, al modo del fragmento de Catulo arriba citado.Tan sólo pongámonos en los zapatos del personaje, qué sentiríamos si de pronto nos despertáramos sin nuestra preciada barba y bigote; ¿acaso hay alguien que me esté siguiendo a todas partes y entró a la casa antes de que yo llegara, se escondió en el clóset, me observó mientras me cambiaba la ropa, me vio acostarme y quedarme dormido y entonces sacó una afilada navaja para afeitarme? ¡Pero me habría despertado! Entonces, ¡seguramente me hizo algo para profundizar el sueño!; algo así pensaría yo, con ese título y esas escalofriantes cuatro palabras. Al final, en Catulo se adivina una venganza y en Neuman una psicosis. Muy bien, entonces la elipsis es otro punto de encuentro entre la brevedad clásica y la contemporánea.
El latín como recurso literario. Dolores M. Koch ya ha referido[16] que emplear otro idioma para el título es uno de los recursos para lograr la brevedad en el microrrelato, y cita tres de Marco Denevi:
Veritas odium parit
Traedme al hombre más veloz —pidió el hombre honrado— acabo de decirle la verdad al rey.
Curriculum Vitae
A menudo un dictador es un revolucionario que hizo carrera.
A menudo un revolucionario es un burgués que no la hizo.
Post coitum non omnia animal triste
—El padre de Melibea: ¡Desdichada, te dejaste seducir por Calixto! ¿No pensaste que después sentirías rabia, vergüenza y hastío?
—Melibea: Nosotras las mujeres sentimos rabia, la vergüenza y el hastío no después sino antes.
Para Koch, “El título en latín sugiere un contexto antiguo, medieval”, y eso ayuda a evitar explicaciones y, así, lograr mayor brevedad en el primer microrrelato. Otro autor que hace uso de este recurso es el autor más afamado de la brevedad, Augusto Monterroso, quien revierte cierta fábula y en vez de gallina nos da al “Gallus aureorum ovorum”.
Pues bien, tampoco es ocurrencia de los autores contemporáneos utilizar otra lengua como recurso literario; ésta también es una tradición que, nuevamente, podemos corroborar con los epigramas de Marcial:
Sotae filiae clinici, Labulla
deserto sequeris Clytum marito
(IV, IX)
Intertextualidad, personajes clásicos. La reescritura de mitos grecolatinos tampoco es una novedad, nunca han dejado de permear en la literatura y en el arte en general. Quizá sea un poco más frecuente en la minificción pues gracias a su naturaleza es posible ahorrar palabras y cambiar al texto original lo que se desee cambiar o actualizar sin preámbulos ni explicaciones. La fábula y el bestiario han sobrevivido y resucitado con vigor en el siglo XX con Borges, Pacheco, Monterroso y Arreola. Géneros literarios breves que en algo se asemejan; pero en la actualidad ha surgido el fervor por determinados personajes mitológicos, históricos, sean griegos, latinos, chinos, hindúes o mexicas. Tengo un buen ejemplo: las sirenas. Estos seres mitológicos han cautivado a los próceres de la literatura y a los micronarradores en ciernes por igual.
Cuál sea causa de esta fascinación no lo sé, podríamos comenzar las pesquisas repasando lo que se ha dicho de la sirena, su símbolo. Jean Chevalier, en su Diccionario de los símbolos, además de recoger el conocido pasaje de Odiseo y las sirenas, anota:
Se ha hecho de ellas la imagen de los peligros de la navegación marítima; luego, la propia imagen de la muerte. Por influencia de Egipto, que representaba el alma de los difuntos en forma de pájaro con cabeza humana, la sirena se ha considerado como el alma del muerto, que ha errado su destino y se transforma en vampiro devorador. Sin embargo, aun siendo genios perversos y divinidades infernales, se han transformado en divinidades del más allá, que encantan con la armonía de su música a los bienaventurados que alcanzan las Islas Afortunadas; con este aspecto las representan algunos sarcófagos. Pero en la imaginación tradicional lo que ha prevalecido de las sirenas es el simbolismo de la seducción mortal.
Si se compara la vida a un viaje, las sirenas representan las emboscadas, nacidas de los deseos y de las pasiones. Por salir de los elementos indeterminados del aire (pájaros) o del mar (peces), se han convertido en creaciones de lo inconsciente, de los sueños fascinantes y terroríficos, donde se dibujan las pasiones oscuras y primitivas del hombre. Simbolizan la autodestrucción del deseo, al cual la imaginación pervertida no presenta más que un sueño insensato, en lugar de un objeto real y de una acción realizable. Es preciso aferrarse como Ulises a la dura realidad del mástil, que está en el centro del navío, que es el eje vital del espíritu, para huir de las ilusiones de la pasión.[18]
Javier Perucho se ha encargado de seguir el rastro marítimo y aéreo de las sirenas literarias y ha publicado Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el micrrrelato mexicano[19], una antología donde efectivamente vemos las pasiones, deseos, virtudes y defectos de las sirenas, y los efectos que en el hombre (personaje y autor) producen sin miramientos. A continuación unos ejemplos, tomados de la antología, de lo que el genio mexicano logra al aprehender a este personaje casi siempre homérico:
La búsqueda (Edmundo Valadés)
La búsqueda (Edmundo Valadés)
Esas sirenas enloquecidas que aúllan recorriendo la ciudad en busca de Ulises.
Las sirenas (José de la Colina)
Otra versión de la Odisea cuenta que la tripulación se perdió porque Ulises había ordenado a sus compañeros que se taparan los oídos para no oír el pérfido si bien dulce canto de las Sirenas, pero olvidó indicarles que cerraran los ojos, y como además las sirenas, de formas generosas, sabían danzar…
Esta antología dedicada exclusivamente a la sirena, nos indica que la tradición clásica es una fuente de aguas infinitas para todo creador y, de paso, para todo compilador. Probablemente se llegue a pensar que una antología dedicada a determinado personaje o motivo clásico no vaya más allá de un gusto personal o simple curiosidad, pero podría servir para profundizar el estudio de dicho personaje o acontecer histórico, para estrechar las relaciones entre la filología clásica y las letras contemporáneas. No estaría mal, pues, encontrarnos con una antología de minificción que toque la cultura clásica introducida por un buen estudio preliminar, a fin de enriquecer las posibles interpretaciones de los textos. La antología que he citado no es un bestiario ni un compendio de fábulas; es, como dice el antologador, un sirenario. Es por eso que no me parece descabellada la idea de incluir, en esta clase de libros, un estudio previo para acreditarlos ya no como antologías sino de acuerdo al espécimen que guarden en sus páginas.
Conclusiones
Este no ha sido un trabajo exhaustivo sobre la naturaleza de la minificción y las formas breves de la literatura clásica sino apenas un esbozo de los distintos puntos en que se tocan; he querido demostrar, con algunos ejemplos, cómo lo más actual de las letras hispánicas puede vincularse con la literatura antigua. Javier Perucho incluso afirma que el microrrelato nació en China, basándose en la antología de José Vicente Anaya Largueza del cuento corto chino[20]; sería interesante saber en qué época surgieron los primeros textos breves tanto en oriente como en occidente y posteriormente analizar sus eventuales relaciones; por supuesto me refiero a textos literarios y no a meras evidencias de escritura.
Hay otros puntos en que se tocan la minificción y la literatura clásica, el humor es uno de ellos; hemos visto ya cómo los epigramas de Marcial registran un humor variopinto, y sin embargo no son simples chistes o golpes de ingenio. Cosa contraria sucede con muchos autores y compiladores; unos por falta de experiencia; los otros, de rigor.
Para los apasionados de la brevedad literaria no debería sonar aventurado abordar los textos clásicos; así como Lauro Zavala ha propuesto seis problemas para la minificción, cabría preguntarnos si existen otros semejantes o análogos para la brevedad clásica; o cuáles son los recursos para lograr la brevedad, tal como lo hizo Dolores M. Koch para el microrrelato. Un estudio de esta clase podría hacernos ver la minificción desde otro punto de vista: si la minificción comparte sus elementos esenciales con las formas breves de la antigüedad, podríamos intuir que serían elementos comunes a toda forma breve de la historia de la literatura. Entonces, cuál sería realmente aquél elemento constituyente de la brevedad contemporánea. Quizá la verdadera naturaleza de la minificción sea su propia indefinición, su carácter proteico o híbrido, lo escurridizo que resulta cuando se lo trata de clasificar y delimitar. En fin, esperemos que haya ánimo suficiente por parte de filólogos, escritores, críticos y teóricos literarios para aunar esfuerzos y conocimiento y arrojar una nueva luz sobre el mundo que nos embriaga: las humanidades.
Fuentes
Catulo, Poesías, “Letras universales”, Madrid, Cátedra, 2006, edición bilingüe de José Carlos Fernández Corte, traducción de Juan Antonio González Iglesias, 802 pp.
Chevalier, Jean, (dir.), Diccionario de los símbolos, Barcelona, 1986, 1107 pp.
González González, Marta, “Epitafios de náufragos recogidos en la Antología Palatina” en Memorias de Historia Antigua, n° 13-14, 1992-1993, pp. 36-42.
Marcial, Marco Valerio, Epigramas, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004, introducción de Rosario Moreno Soldevila, texto latino preparado por Juan Fernández Valverde, traducción de Enrique Montero Cartelle, 270 pp., vol. 1.
Koch, Dolores M., “Diez recursos para lograr la brevedad en el micro-relato” en El cuento en red. N°2, 2000, p. 3, (www. http://cuentoenred.xoc.uam.mx).
______, “Retorno al micro-relato: algunas consideraciones” en El cuento en red, N°1, 2000, p. 20 (www. http://cuentoenred.xoc.uam.mx).
Perucho, Javier, Dinosaurios de papel. El cuento brevísimo en México, México, Ficticia-UNAM, 2009, 255 pp.
______, (estudio preliminar, selección, epílogo y cuentalia), El cuento jíbaro. Antología del microrrelato mexicano, México, Ficticia-Universidad Veracruzana, 2006, 164 pp.
______, (estudio, recopilación y bibliografía), Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano, “Narrativa”, México, Ediciones Fósforo-Conarte, 2008, 76 pp.
Plesiosaurio, “La minificción como género narrativo. Entrevista a Violeta Rojo” en Plesiosaurio, año II, n° 2, marzo 2011, p 11.
Zavala, Lauro, “Glosario para el estudio de la minificción”, en La minificción bajo el microscopio, s.l., s.f., s. n., s.p. (Versión digital disponible en www.laurozavala.info).
______, “Seis problemas para la minificción, un género del tercer milenio: Brevedad, Diversidad, Complicidad, Fractalidad, Fugacidad, Virtualidad” en El cuento en red. N°1, 2000, p. 50 (www. cuentoenred.xoc.uam.mx).
[1] Zavala, Lauro, “Glosario para el estudio de la minificción”, en La minificción bajo el microscopio, s.l., s.f., s. n., s.p. (www.laurozavala.info).
[2] Id. “Seis problemas para la minificción, un género del tercer milenio: Brevedad, Diversidad, Complicidad, Fractalidad, Fugacidad, Virtualidad” en El cuento en red. N°1, 2000, p. 50 (www. cuentoenred.xoc.uam.mx).
[3] Koch, Dolores M., “Retorno al micro-relato: algunas consideraciones” en El cuento en red, N°1, 2000, p. 20 (www. http://cuentoenred.xoc.uam.mx).
[4] Plesiosaurio, “La minificción como género narrativo. Entrevista a Violeta Rojo” en Plesiosaurio, año II, n° 2, marzo 2011, p 11.
[6] Perucho, Javier, (estudio preliminar, selección, epílogo y cuentalia), El cuento jíbaro. Antología del microrrelato mexicano, México, Ficticia-Universidad Veracruzana, 2006, p 34.
[10] El “Vendaval de micros” iniciado en 2010 es un ejemplo. El evento se realiza desde 2010 y cambia de sitio web cada año:
[12] Marcial, Marco Valerio, Epigramas, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004, introducción de Rosario Moreno Soldevila, texto latino preparado por Juan Fernández Valverde, traducción de Enrique Montero Cartelle, p. 116, vol. 1.
[14] Catulo, Poesías, “Letras universales”, Madrid, Cátedra, 2006, edición bilingüe de José Carlos Fernández Corte, traducción de Juan Antonio González Iglesias, p. 501.
[15] González González, Marta, “Epitafios de náufragos recogidos en la Antología Palatina” en Memorias de Historia Antigua, n° 13-14, 1992-1993, p. 36
[16] Koch, Dolores M., “Diez recursos para lograr la brevedad en el micro-relato” en El cuento en red. N°2, 2000, p. 3, (www. http://cuentoenred.xoc.uam.mx).
[19] Perucho, Javier, (estudio, recopilación y bibliografía), Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano, “Narrativa”, México, Ediciones Fósforo-Conarte, 2008, 76 pp.
David: Instructiva, amena y correcta (correción como punta del iceberg de la erudición)
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Alfonso