Carmen Carrillo (Monterrey, México, 27 de agosto
de 1975). Admiradora del arte en todas sus expresiones, se interesó por la
literatura y la pintura desde pequeña. Escribió sus primeros cuentos durante la
adolescencia y a los 15 años comenzó a tomar clases de pintura, al tiempo que
estudiaba la preparatoria. Fue en esa época cuando tuvo su primer encuentro con
los cuentos de José Emilio Pacheco y Edmundo Valadés, que la hicieron
interesarse de una manera más decidida en el mundo de las letras. En 1992
comenzó a estudiar Literatura en la Universidad Autónoma de Nuevo León, donde
adquirió gusto por el análisis del drama, lo cual la llevó a escribirse en un
taller de actuación impartido por el maestro Luigi Bazán, quien la animó a
inscribirse en la escuela de teatro de la Facultad de Filosofía y Letras para
cursar el diplomado en Arte Dramático, bajo la tutela de la reconocida maestra
argentina Coral Aguirre.
Durante sus años en
la universidad, ganó en dos ocasiones el Premio Unicornio en la categoría de
Poesía y publicó algunos textos en revistas como La Flamma y Oficio.
Se ha desempeñado
como docente en el área de Lengua y Literatura en escuelas privadas, además de
trabajar como correctora de estilo y redactora free lance, oficio que alterna
con su afición por la escritura de cuentos, poemas y microficciones. Colabora
con el grupo Heliconia desde el año 2009. Recientemente terminó de escribir Sonata para caracoles, su primer guión
para largometraje. Mientras espera que la llamada definitiva de la productora,
trabaja en una novela de ficción histórica.
El almacén
de la calle Garay
Nadie entiende por qué, si terminé los estudios
y puedo emplearme como abogado, sigo trabajando en este almacén.
Si bien es cierto que
fregar pisos implica pocas responsabilidades, en realidad es otra la razón que
me detiene y está relacionada con lo que descubrí un día antes de presentar mi
renuncia para iniciarme en un despacho de abogados.
Ocurrió mientras enceraba las baldosas del
pasillo y resbalé. Tendido bajo la escalera, la vi por primera vez.
Era una esfera
tornasolada que parecía girar en el aire. En ella se mezclaba lo bello y lo
terrible, había atardeceres y masacres, mujeres con cáncer, tulipanes. Desde
ese día, vivo para mirarla. Ayer, por ejemplo, miré a un tal Carlos Argentino
hablando con Borges sobre un Aleph y luego a Borges tumbado bajo una escalera,
mirándome fijamente, desde el centro de una pequeña esfera tornasolada.
Prócer
Aquella mañana, Miguel Hidalgo y Costilla
saludó al sol con su habitual semblante. No había nada particularmente distinto
en esa ocasión, que ameritara un rostro más afable. Era un 15 de septiembre
como cualquiera y la plaza estaba concurrida. Los transeúntes lo miraban al
pasar ―siempre con respeto― y preguntándose la razón de su ceño permanentemente
fruncido. Ignoro si hace ciento noventa y ocho años Don Miguel tendría motivos
para lucir esa cara, pero hoy sí, porque las palomas —haciendo caso omiso de su
naturaleza de prócer— han cagado en su pétrea cabeza.
Cliché
Aunque era indolente y medio arpía, su
descripción no era otra que la de una beldad: piel de alabastro, cabellos de
oro, ojos de esmeralda, labios de rubí, dientes de perla. Sin embargo, por
alguna razón, cuando la raptaron y pidieron 20 millones de rescate, el marido
prefirió no pagarlos.
Infinito
“Admito que he cometido muchos errores, pero
el peor de todos fue inventar esa pendejada del infinito. Es como para ponerme
a mí mismo una buena puteda”, pensaba Dios mientras se preguntaba para qué coño
podría servirle la póliza de seguro que adquirió cuando terminó de construir el
universo. Obviamente, en las letras chiquitas del contrato decía claramente:
esta póliza sólo cubre daños por pérdida total”.
Conversaciones
con Sabines II
―Canonicemos a las putas ―leyó el poeta
frente al selecto auditorio conformado por diplomáticos, políticos y demás
jerarcas de la burocracia.
―Para
que nadie diga que nuestras madres no son unas santas ―murmuró el secretario de
gobernación, guiñándole el ojo al señor presidente.
Todos los textos fueron tomados de la página Químicamente impuro.
Oh, sobre el Aleph... me kedó corto, pero es una chula idea. La mentada del final... pfffffffffffffff, fenomenal, jajaja. Vi a ese mierda de Calderón con su sonrisita idiota. Gracias, morra...
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