Luis Bernardo Pérez nació en la Ciudad de México en 1962. Es licenciado en Filosofía por la UNAM y se desempeña como periodista cultural. Ha ejercido la crítica literaria y cinematográfica en periódicos como Excélsior, Ovaciones, La Jornada, Unomásuno y 1900. Es autor de los libros de cuentos Retablo de Quimeras (2002), Cuentos para los días de lluvia (2002), Fin de fiesta (2008), El extraño regalo y otros cuentos (2010). Cultiva la literatura fantástica y de terror desde una perspectiva irónica y humorística. Sus relatos han formado parte de diversas antologías, entre ellas el volumen Relatos de brujas, vampiros y hombres lobo (Reader´s Digest). En 1998 ganó el Concurso de Cuento brevísimo, convocado por don Edmundo Valadés.
Castigo
El castigo impuesto a Prometeo por el vengativo Zeus todavía despierta nuestra compasión. Llenos de pena, imaginamos al hijo de Japeto y Climene encadenado a su solitaria roca con las entrañas expuestas a la voracidad de un águila. Sin embargo, nadie parece sentir lástima por la hastiada ave, la cual desearía poder cambiar de menú aunque sea una vez por semana.
Sirenas
Como es bien sabido, hay en todos los puertos del mundo por lo menos una taberna en la que, a cambio de un vaso de vino o de algunas monedas, algún viejo marinero relata sus largas travesías y sus amores breves e intensos con las sirenas. ¿Habrá bajo el mar lugares donde las viejas sirenas narren sus antiguos amores con los marineros.
Aviso
Un aviso fijado a la entrada del viejo puente de madera informa a los viandantes que están ante un monumento histórico. También advierte a los suicidas potenciales que, con el objeto de preservar la dignidad de la construcción, se abstengan de lanzarse al rio desde allí y les recuerda que la ciudad cuenta con otros puentes -más modernos y funcionales - que pueden ser utilizados para el mismo fin.
Jim
Como tantos niños retraídos, yo también tuve un amigo imaginario. Lo llamé Jim, como el muchacho de La isla del tesoro. Fue el compañero inseparable y el aliado incondicional de mi solitaria infancia. Anteayer, después de casi cuarenta años de no pensar en él me lo encontré por casualidad camino a la oficina. No fue difícil reconocerlo, pese a que ahora viste traje de tres piezas y peina canas. Nos dimos un abrazo y hablamos del pasado, de nuestros juegos y travesuras. Hubiera querido quedarme a conversar más tiempo pero ambos teníamos prisa, así que intercambiamos números telefónicos y prometimos reunirnos un día de estos.
Penélope
No es que Penélope haya dejado de amar a su anciano marido. Sus sentimientos hacia él son todavía tan firmes como la escollera que defiende a Ítaca de los agravios del mar. Pero es cierto que algunas tardes ella debe disimular el fastidio que le produce escuchar a Ulises contarle, por enésima vez, la caída de Troya, la estancia en la isla de los feacios, su enfrentamiento con el cíclope Polifemo o algún otro capítulo de su dilatada aventura. En esas ocasiones ella añora un poco la época en la cual tejía y destejía ―plácidamente y en el más completo silencio― el delicado velo de la espera.
Es un humor muy fácil y agradable. Me enamoré de la palabra "viandante", así que me la quedo, gracias.
ResponderEliminarEn el fondo y abiertamente se derrama la poesía. Sutil perfume que invade... un abrazo
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