Alejandro Badillo (México DF, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013). Es colaborador habitual de la revista Crítica. En 2007 y 2010 fue becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes. Textos suyos han aparecido en revistas como Punto en línea de la UNAM, Letralia.com y Tierra Adentro. Actualmente es coordinador del Taller de Creación Literaria en la Universidad Iberoamericana-Puebla.
Exceso
Durante el reinado
de Jian-Wen, segundo emperador de la dinastía Ming, vivía un verdugo llamado
Wang Lung. Era muy eficiente en su trabajo y a menudo era requerido por otros
soberanos por su crueldad sin límites. Bastaba anunciar su presencia para
apaciguar revueltas y conjuras. En 1401 una crisis en el imperio obligó al
emperador a implementar medidas radicales. Un día la fila de condenados era
interminable. Wang Lung cortó un par de cabezas, pero, abrumado por la magnitud
de su tarea, dejó en libertad al resto. En pocos años se habló en toda la
comarca de Wang Lung, el hacedor de milagros, cuya misericordia a los hombres
no conocía límites.
Distracción
El único hombre
que ha caído en un túnel del tiempo fue Julius Belmont el 7 de octubre de 1988 en
su casa de Ohio, Estados Unidos. Estaba tan concentrado discutiendo con su
esposa por unas albóndigas demasiado saladas, que no percibió que algo había
cambiado. Cuando terminó de discutir todo había vuelto a la normalidad a
excepción de las abundantes canas que aparecieron en sus patillas.
La profecía
La caravana avanza lentamente entre las ruinas. El sol comienza a hundirse en el horizonte. Se detienen ante la orden del patriarca. El viejo escarba en la arena. “La señal que anunciaron los profetas”, murmura. Aprieta contra el pecho un anuncio herrumbrado de MacDonald’s mientras observa decenas de rascacielos semienterrados en el desierto.
El origen del coño
Una versión apócrifa de la Biblia asegura que cuando Dios hizo a la mujer no le dibujó el coño porque éste ya existía como una forma libre, suelta, aún sin nombre; un aleteo que sembraba en el jardín del edén deseos, enrojecimientos.
Desenamoramiento
El asedio amoroso, coronado por una negativa, lo deja solitario, con una rosa en la mano. Dispuesto a olvidarla, camina en reversa al auto, devuelve a su boca palabras. En su casa desaparecen llamadas telefónicas. Una pluma deshilvana la escritura de varias cartas. Pronto enmienda promesas y se vuelven borrosas decenas de fotografías. Tres días después contratará a una mujer cuya función será ignorarlo cuando la aborde con galantería en la calle.
Yeah. Felicidades. La Profecía me convenció especialmente por la eficacia del final: ese apocalipsis dibujado con una sola frase.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario Gonzalo. Un abrazo.
ResponderEliminarAlejandro Badillo